Cuando me di cuenta de que debía pasar un mes entero en casa haciendo teletrabajo, porque mis dos rehiletes tendrían vacaciones del círculo infantil, la primera reacción fue de pánico absoluto.
Experiencias previas como la pandemia y los catarros de estación, ya me habían enseñado que estar encerrada, combinando trabajo y crianza, no es nada fácil ni agradable; al final siempre sentía que no quedaba bien en ninguno de los dos roles.
Pero esta vez me dije que debía ser diferente. Con la maternidad también crecemos como personas, y ejercitamos la resiliencia. Entonces decidí, conscientemente, convertir este agosto juntos en tiempo para disfrutarnos y aprender.
Tomé la determinación, además, de no dejar que me superara el estrés. Parece casi idílico imaginar que basta con proponérselo, pero la verdad es que ya ha pasado casi todo el mes, y los momentos de descontrol emocional han sido bien pocos y he podido afrontarlos con más herramientas.
Ayuda, además, que mi hija y mi hijo van creciendo, y se hace más fácil. De hecho, entre lo más lindo de estos días ha estado ver cómo se vuelven más independientes, seres con gustos propios, con carácter.
Quizá el tip esencial para superar unas vacaciones de verano es mantener entretenidos a los peques, gastando poco y no cansándonos tanto los adultos. Fue así como en casa surgieron nuestros proyectos: cuquita, plastilina, dibujo, zoológico...
En el proyecto palangana llenamos varios recipientes de agua y les armamos una playa en el pasillo; con el proyecto moñitos les hicimos trencitas; y en el proyecto desayuno, salimos muchas veces a desayunar en el patio, llevándonos hasta la cafetera.
Como siempre, el proyecto casa de los abuelos fue de los preferidos, con su dosis de playa real y jugo de mango. Pero también fuimos a casa de una tía a invadir su piscinita inflable, y recibimos a amiguitos en casa.
Las madres tampoco podemos olvidarnos, con el proyecto Paradiso me dispuse a leer a Lezama, una deuda que tenía hace muchísimo; disfruté sobremanera esa lectura, hecha a ratos mientras la tribu veía muñes o jugaba en el portal.
Si algo he aprendido siendo madre es a celebrar las pequeñas victorias: haber logrado organizar coherentemente todas las actividades de mi día, no haber recurrido a la tecnología para entretenerlos, haber creado recuerdos hermosos.
Y he aprendido también a aceptar los errores, porque no hay nada más irreal y conducente al fracaso si se trata de maternar, que el anhelo de perfección. Lo importante es dar amor, a nuestras familias y a nosotras mismas.
Increíblemente, si bien ansío volver a la oficina, a una semana escasa de que acaben las vacaciones, siento ya nostalgia por los mimos matutinos, por los juegos a cualquier hora, y por la manera en que me sabotean el trabajo y los espanto con cosquillas.
A la rutina que iniciará en septiembre me llevo de estas vacaciones una determinación, la de saborear cada instante con mis hijos. No quiero mirar atrás y sentir que no los disfruté lo suficiente. Amar con dedicación es detener el tiempo y allá voy.
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