Ayer mismo pasó. Quizá para darme más inspiración para esta columna. Mientras terminaba la comida, mi hija y mi hijo protagonizaron uno de esos episodios de peleas que son capaces de enloquecerme.
Creo que ya he contado que cuando se ponen así suelo decir que les molesta hasta el aire que el otro respira. Esta vez era porque ambos querían el mismo carrito de bomberos; siempre quieren el mismo juguete, aunque haya tantos.
Empezó la discusión, luego el forcejeo y después la cosa se fue a las manos. Tuve que apagar la cocina, porque se me quemaban los boniaticos fritos, separarlos, darles un sermón sobre la hermandad y el amor familiar, enjugar lágrimas y abrazar… todo eso unas tres o cuatro veces.
Después se les pasa, y son los más amorosos del mundo, no pueden vivir la una sin el otro, interceden en su mutua defensa, se cubren y se ayudan, un verdadero par de compinches.
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Las peleas son cosa de todos los días, parte de la rutina y confieso que me llego a desesperar, sin saber cómo interceder, ser justa, lograr que no se repitan tanto y que aprendan a solucionar sus conflictos de formas más “civilizadas”.
Dicen los especialistas que los conflictos entre hermanos son normales a partir del segundo año de vida y no suelen desaparecer hasta la adolescencia. Primero son físicos y luego evolucionan hacia formas más complejas, cuando el lenguaje viene a hacer su parte.
Las causas pueden ser muchas, falta de límites, celos, búsqueda de atención, necesidad de defenderse cuando no están presentes adultos que medien, etc.
Por eso, el primer consejo que se ofrece a madres y padres es fomentar la autoestima de los niños, hacerles sentir que son importantes, que tienen su propio espacio y que su hermano no constituye una amenaza.
Según el artículo Mis hijos se pelean: claves para conciliar y superar la pelea entre hermanos, del Centro Sicológico de Madrid, es necesario que los adultos a cargo no solo estén presentes físicamente en el mismo espacio, sino que intervengan a la hora de mediar conflictos, ofreciendo soluciones y alternativas, y aprovechen tales momentos –siempre luego de que se hayan calmado– para enseñar sobre límites, comportamientos y valores.
Asimismo, es esencial que el hogar tenga bien establecidas sus reglas, de compartir, de respetar la privacidad, etc, y que se predique con el ejemplo: es decir, nada de malos tratos ni ofensas entre los propios padres.
No etiquetar a los hijos resulta vital. “Si le decimos a nuestro hijo que es malo se comportará tal y como esperamos de él e intentará cumplir nuestras expectativas. Por lo tanto será ‘malo’. Por otro lado, hay que intentar mantenerse neutral y si el ‘bueno’ hace algo, hay que cortarle de la misma forma que al ‘malo’ a pesar de que este último nos tiene más cansados.
Igualmente, hay que evitar las comparaciones que tan dañinas resultan y los favoritismos; y, en oposición, fomentarles la empatía y el compañerismo, mostrándoles las consecuencias que tiene su actitud sobre el otro, y diseñando actividades que puedan hacer en conjunto y también en familia.
- Consulte además: Criar, vivir, amar
Como en todo aspecto de la crianza, la comunicación y el respeto son esenciales. A veces es muy difícil no reaccionar con más violencia o a los gritos cuando lo absurdo de una pelea nos rebasa, pero si no logramos autorregularnos nosotros, ¿cómo pedirles a ellos que lo hagan?
Aunque parezca paradójico, hay que dejarlos discutir. Si al menor desacuerdo con su hermano, intervenimos para tomar resoluciones, no aprenderán a gestionar conflictos, exponer puntos de vista y llegar a acuerdos.
El consejo que más me gustó fue este: “A todo niño le gusta que sus padres le digan lo bien que hace algo, así que refuerza a tus hijos lo bien que se lo están pasando cuando no estén peleándose. Diles que te gusta mucho verlos así y sonríeles o hazles una caricia, lo que te salga natural. Este tipo de refuerzos son mucho más eficaces y duraderos que los castigos”.
Todos los hermanos relativamente contemporáneos que conozco tienen historias para contar sobre sus peleas de niñez, y ahora hasta se divierten recordándolas. Aunque para madres y padres no sea ni por asomo divertido lo de parecer árbitro, sin dudas la hermandad tiene más ventajas y bellezas que escollos.
Confieso que la única pelea entre mis hijos que disfruto es esa de “mamá es mía”. La vanidosa que llevo dentro los deja discutir un poquitico sobre a cuál de los dos pertenezco, antes de intervenir y decirles que mamá es de los dos. Si algo habrá por lo que nunca deban luchar en la vida, ni entre ellos ni con nadie más, será por mi amor.
Jessica
25/9/23 19:28
Yei ya me he declarado varias veces fans de cómo describes tan hermosamente las angustias, preocupaciones y alegrías de los padres. Retratas con tal verdad cada situación que siempre me identifico por completo con lo que escribes, además porque nuestros hijos son contemporáneos. Gracias amiga por llevar a la hoja lo que yo no sé a veces...besos a los sobris
Alejandro
25/9/23 14:27
Me gustan muchos sus escritos. Realmente saber escribir desde la propia vivencia es espectacular, además de tener el talento. Por favor, siganos deleitándonos con cosas así. Gracias
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