No estamos descubriendo el agua tibia si decimos que la llegada de los hijos es retadora para cualquier vínculo amoroso; y también que con hijos es más difícil empezar y sostener nuevas relaciones.
No es casual tampoco que muchas uniones se rompan en los primeros años posteriores al nacimiento de un hijo en común, y tampoco que muchas madres renuncien a establecer una relación una vez separadas del padre de sus hijos.
Las razones son muchas: criar un niño es agotador, quita espacio a la intimidad física y emocional, disminuye el tiempo para el descanso y el ocio.
Traer una persona ajena a la órbita infantil nos atemoriza por el posible fracaso, por el miedo de que la pareja resulte abusiva, y, es preciso reconocerlo, por culpa. Una buena madre, dice el sacrosanto manual social, debe pensar en sus hijos ante que en ella misma; y casi todas tememos profundamente que alguien pueda decir de nosotras que somos "más mujeres que madres".
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De ahí que se caiga en el error de dejar en un segundo plano a la pareja, sea o no el padre del hijo, porque no constituye prioridad. Pero la realidad es que una madre no deja de ser mujer, ni de tener necesidades afectivas que van más allá de su maternidad, y eso está bien. Siempre que se desee, hay el derecho de amar y ser amada románticamente.
¿Cómo sostener entonces una relación de pareja con lo difícil que es criar? La clave está en el tiempo compartido, que es la base para que una pareja se preserve. Convertirse en un mero equipo de trabajo que alimenta, baña, viste y duerme a la criatura conlleva al distanciamiento irremediable.
Hay que buscar la oportunidad de conversar, hacer cosas juntos aunque sea un rato, mirarse a los ojos, en fin, comunicarse.
Como madres, debemos entender que la pareja tiene derecho a participar activamente en la crianza, y debemos darnos, conscientemente, la oportunidad de dejar entrar a los demás para que nosotras podamos ser más que solo madres.
- Consulte además: Las hijas que somos las madres
Claro que todo ello se dificulta si llevamos la carga doméstica solas o no contamos con redes de apoyo; pero construir un vínculo sólido y respetuoso pasa también por elegir una pareja que comparta la carga del hogar y ame a los niños.
Poco favor les hacemos a nuestros hijos si nos quedamos en relaciones violentas o infelices, o si asumimos un estilo de vida promiscuo; y tampoco los ayudamos si nos quedamos solas para luego en el futuro echarles en cara que nos deben ese sacrificio.
Con la maternidad viene el deber inexcusable de pensar bien cada decisión, y también de empezar de nuevo si se erró. Madre feliz, hijos felices... nunca serán suficientes las veces que esto se recuerde.
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