Par de bolígrafos rotos sobre la mesa y el resto tirado por el piso; hojas pintadas encima de las sillas; un dibujito abstracto en la superficie de la mesa, un poco de jugo derramado sobre la agenda, y la llave perdida.
La busqué en todas partes, le pregunté a mi hija, porque la había visto jugando con ella, pero solo se encogió de hombros una y otra vez: "No sé, mamá". Finalmente, tuve que darme por vencida, y decirle a mi asistente: "Deja la puerta sin seguro y mañana ya veremos".Todo aquello era el saldo de una jornada entera con mi hija en la oficina. Ella estaba suspendida del círculo por el catarro de turno y ese día yo no podía faltar
Salí corriendo para recoger a mi hijo más pequeño. Horas después apareció la llave, la encontraron escondida debajo de una puerta que nunca se abre.
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Llevar a nuestros hijas e hijos pequeños al trabajo es un verdadero reto a la paciencia. No es que se trabaje mucho con ellos allí, pero se intenta. Además, las madres que hemos nacido a ese rol en tiempos de teletrabajo, sabemos lo que es estar en misa y en procesión.
Les ponemos muñes, les damos una hojita para que dibujen, les sacamos los juguetes que llevamos en el bolso, si tenemos suerte se los endilgamos un rato a alguna amiga... y vamos avanzando mientras no se aburren.
Quizá lo más disfrutable sea escuchar cómo los elogian, los miman, porque un niño en un ambiente de trabajo (siempre que no entorpezca o peligre) es una gota de ternura entre las exigencias de la vida adulta.
A pesar de que lo ideal es no tenerlos allí, par de veces al año no hace daño. Basta recordar cómo en nuestra infancia nos ilusionaba ir al trabajo de mamá o papá, para entender que desde la niñez esos lugares se convierten en sitios mágicos. Además, es muy bueno que conozcan otras facetas de nuestras vidas, porque eso los ayuda a entender las responsabilidades y a sentirse más unidos a nosotros.
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La próxima vez que mi hija fue a mi oficina, después del episodio de la llave perdida, había pasado la noche con destemplanza, y estaba bastante congestionada.Se despertó toda llorosa, y decidí llevarla conmigo al trabajo.En cuanto le dije a dónde íbamos, dejó de quejarse, se vistió en un santiamén y empezó a cantar. Ese día no perdió ningún objeto, por suerte, y la verdad es que nos divertimos mucho ella y yo. A su hermano, aunque ya ha hecho varias veces esa excursión, no le gustó que lo dejaran fuera y exigió ir también, pero una regla sí tengo clara: en la oficina, de uno en fondo.
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