Con nuestras sesiones de lectura antes de dormir podría filmarse algún corto cómico: yo leo “entonces el lobo…”, y mi hija me interrumpe: “mamá, a ver, mamá, ¿y el lobo es bueno o es malo? “Es malo”, le digo y trato de seguir, “entonces el lobo gritó…” Y vuelve ella a la carga: “pero ese lobo por qué grita”.
A eso se suman los aportes de mi hijo, que también hace lo suyo. A los diez minutos ya estoy agotada y no he avanzado ni dos páginas. Sin embargo, disfruto mucho ese interés de ellos, que escogen los libros que quieren leer, y se ríen como locos cuando Chamaquili habla sin tapujos del pipi o de la caca.
Ha sido difícil empezar el hábito y también sostenerlo. Casi siempre llego a esa hora de la noche muy cansada, ansiosa por leer tranquila algo para mí o simplemente dormir. Pero el sacrificio vale la pena.
En la infancia, la lectura es un ejercicio mental muy beneficioso para fomentar la comunicación, la imaginación y el lenguaje, y para adquirir nuevos conocimientos.
Llegar a la comprensión lectora –que va mucho más allá del proceso mecánico de leer–implica que se den de forma coordinada procesos mentales, como la atención, la memoria y la percepción, los cuales permiten comprender, procesar y analizar el significado de lo que se lee.
Además de que las niñas y los niños amplíen su vocabulario, mejoren su ortografía, memoria y agilidad mental, y aumenten su nivel cultural, leer también los ayuda con la capacidad de abstracción, la gestión de las emociones y estrecha la relación con aquellos adultos significativos en su vida que los acompañan en esa aventura.
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Es un error pensar que la lectura empieza con la escolarización. De hecho, si dejamos el proceso de familiarizarlos con los libros y la lectura para cuando sus maestros les hayan enseñado a leer, es muy probable que lo asuman como algo obligatorio y no placentero.
Por eso a leer se aprende antes de saber leer, y no es un sinsentido: las habilidades que permiten desarrollar esta actividad empiezan a formarse desde que son bebés. Si bien todos lo hacen a su propio ritmo, en internet están disponibles los hitos según las edades, que nos pueden servir de mucho para estimularlos y orientarlos.
Por ejemplo, los niños de entre tres y cuatro años conocen la manera correcta de sostener y usar un libro, entienden que se lee de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, empiezan a darse cuenta de las palabras que riman, y vuelven a contar las historias.
Lo primero es dar el ejemplo. Los pequeños de casa aprenden por imitación, si nos ven leyendo con regularidad hay muchas más probabilidades de que quieran leer a su vez.
Es imprescindible también crear una rutina diaria: un momento del día, puede ser apenas una media hora, para leer. Si es antes de dormir, existe el beneficio adicional de que los relaja y se convierte también en una oportunidad para abrazarse y darse cariños.
En la edad preescolar se distraen con mucha frecuencia; por eso los expertos recomiendan adaptarse a sus ritmos con mucha paciencia; no hay que regañarlos ni exigirles que se queden quietos mientras se les lee, más bien estimularlos y tratar de captar su atención, aunque sea por unos pocos minutos cada vez.
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Es buena idea, asimismo, crearles su propia pequeña biblioteca: puede ser apenas una mesita a su alcance. Si bien debemos enseñarles a cuidar y respetar los libros, no deben ser objetos prohibitivos ni intocables; algunos perecerán rotos o serán rayados con crayolas, pero es apenas un precio ínfimo a pagar si logramos formar lectores para el futuro.
Otros consejos radican en dejarlos escoger qué leer, eso los hace sentirse implicados e importantes en el proceso; y también verlo como un juego, dramatizar las lecturas (narrar, actuar, hacer las voces para cada personaje), poner a leer a los peluches, disfrazarse, hacer dibujos sobre la historia; en fin, todo lo que sea divertido vale.
Como adultos somos caprichosos y a veces queremos a toda costa leerles cuentos o libros nuevos, pero releer es una de las actividades favoritas de los niños, pues se sienten cómodos captando otros detalles que no habían percibido o anticipándose. No les quitemos eso porque es positivo.
Recordemos además elegir libros apropiados para sus edades, o adecuar el lenguaje o las situaciones a su nivel de comprensión. También podemos auxiliarnos de las nuevas tecnologías (siempre y cuando los niños no tengan problemas con tiempo excesivo dedicado a pantallas) para leerles ebooks o buscar información sobre las historias leídas.
Por último, demostrémosles que los libros no son una actividad solitaria o solo del hogar o la escuela: llevémoslos a bibliotecas públicas y librerías; incentivemos que intercambien libros con sus amigos; y hablémosles a lo largo del día de lo que leímos, o leyeron ellos si pueden hacerlo solos.
Criar personas lectoras no solo es beneficioso por el regalo espiritual y formativo que les estaremos dando, sino también para el mundo, que está urgido de menos banalidad y de más empatía y entendimiento de las cosas.
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