Yo lo que quiero es un poquito de tranquilidad para terminar el almuerzo, poner una lavadora, escribir una crónica, llamar a mis padres. Y parece que lo voy a lograr, porque mi hija y mi hijo están jugando en la sala, en una insólita coexistencia pacífica.
Pero, de pronto, sucede lo más temido. Imperativo, se oye el llamado del nuevo amiguito que conquistaron en el barrio: "Niñooos".
Amalia y Abel se alborotan. Dicen que les abra la puerta para salir al portal, y acto seguido viene el pedido : "Mamiti, el niño quiere entrar".
Mi primer impulso, les confieso, es decirles que no. De lo que menos tengo ganas es de sumarle al día otro pequeño al cual vigilar, más conflictos que enderezar, desorden, gritos.
Pero me miran con unos ojos de súplica tales que terminan por convencerme de que los niños nacieron para ser felices, y dejo pasar al amiguito.
Como sé, la paz dura poco. Quieren usar los mismos juguetes, se pelean, se lastiman sin querer, se dicen feos entre sí; y también se ríen desaforadamente y se entretienen, aprenden cosas nuevas y a compartir.
Por mi parte, recuerdo cómo yo disfrutaba ir a jugar con una amiguita o que ella viniera, y me preocupo porque hicimos trastadas y no siempre me enseñaron los mejores ejemplos.
Me pregunto también cómo se las habrá arreglado mi mamá para repartir lo poco a la hora de la merienda, ahora que me doy cuenta que no sé si los peces, pero los panes estoy segura de que no los puedo multiplicar. Y, sin embargo, qué poco les importa a mi prole ver estirado su refresquito, y qué bueno que así sea.
Con las primeras amistades llegan los primeros conflictos, y las charlas de que hay que ser buenos y amables con los demás, y que no se toma lo que no es de uno, así como sobre lo lindo que es compartir.
Pero también nos preguntamos hasta dónde es lícito enseñarlos a defenderse de la crueldad ajena, si tenemos derecho o no a decirles que una amistad no les conviene, si no es cruel juzgar a una niña o un niño por sus familias, por sus carencias.
La solución, creo, es actuar siempre desde la bondad; no parcializarnos ciegamente con nuestros hijos; y dialogar con ellos, siempre y mucho.
Así como nuestras amistades nos marcaron para toda la vida, lo harán las de ellos, y eso puede dar mucho miedo, pero es también una oportunidad tremenda para influir positivamente en su crecimiento y no perdernos nada en esta aventura tremenda de criar.
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