Ni siquiera las sospechas ante el inminente final lograron restar el dramatismo y la pena ajena irremediablemente implícita en una destitución. El cese de Joan Francesc Ferrer, Rubi, como seleccionador del Real Betis Balompié concluyó mucho antes de lo esperado una apuesta que se antojaba cuanto menos interesante.
Mientras el fútbol le vuelve a jugar una mala pasada a la enésima promesa española de los banquillos, el estratega de origen catalán abandona Sevilla por la puerta de atrás, con la cabeza baja y mal sabor de boca. Por supuesto se acumularán por montones las excusas para justificar el despido de quien llegara al Benito Villamarín en junio del pasado año. Argumentos que a golpe de realidad deben apuntar casi por obligación al desarrollo de cierta fatalidad para liderar en el marcador tras 90 minutos.
Sin embargo, poner en entredicho la tenacidad de un director técnico que hasta el pasado fin de semana llevaba colgado en el cuello el cartel de “ganador”, habla a las claras del desgaste de un razonamiento célebre por sus postulados de doble filo. Lejos parecen haber quedado aquellas manías de analista en tiempos donde el Espanyol conmocionaba y ganaba adeptos por su habilidad para leer al contrario y descifrar los resquicios que permitían formidables ejecuciones ofensivas.
El interés de dominar el balón para otorgarle coherencia a un planteamiento táctico feroz, aunque equilibrado, hizo de Rubi un aventajado seguidor del auténtico juego de posesión. Con la ciudad de Catalunya revolucionada por la incursión de sus “Pericos” en Europa, el Betis quiso hacer suyo las complejas metodologías del diseño posicional trayendo al nacido en Vilasar de Mar, pese a la nefasta experiencia dejada por Quique Setién.
Rubi deja al Betis luego de 33 partidos oficiales en los que alcanzó un balance de 10 victorias, 11 empates y 12 derrotas. (Foto: beSoccer)
Si bien se podría discutir con más o menos razón la calidad de una plantilla que sabe a poco, incluso hasta para la historia del club, las evidencias indican testarudez e innecesaria sobrexposición a procesos incongruentes con la realidad del vestuario. El error del técnico una y otra vez estuvo en su falta de perspicacia para reinventar y reinventarse.
La propiedad sobre el esférico vende el espejismo del control del partido y sus tiempos, pero exige precisión de cirujano para no dejar en evidencia zonas del campo que resultan determinantes y, claro, al propio futbolista. Por eso los béticos fueron hasta el cansancio un equipo aburrido, con enormes fallas a la defensiva y con ocasionales chispazos de brillantez de tres cuartos de cancha para arriba.
El cruel guion que admitió vivir Rubi en cada encuentro se explica en la deformación de una idea que jamás se rehúsa a la fusión de transiciones en velocidad o a los despliegues en bloque. Quizá tan agrio traspié resulte el llamado al buen juicio ante el fetiche del toque estéril. Quizá, cuando regrese para recuperar su orgullo en la cuerda floja de los banquillos, sabremos de historias y goles con mejores argumentos. Ojalá sea así.
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