El odio visceral de sus detractores a veces suscita envidias entre quienes anhelan lograr algo lo suficientemente cuestionable como para llamar la atención. De ningún modo le han perdonado tanto en tan corto tiempo. Jamás podrán aceptarle sus ínfulas de grandeza, el desenfado para hablar sobre lo que hace bien, la palabra punzante o la actitud irreverente. A José Bordalás, los contrarios apenas lo pueden tolerar.
Quizás tenga que ver con aquella predisposición suya para aparentar saberlo todo—¿lo sabrá? — o para lucir cual empresario en tierra de obreros. A lo mejor empezar desde abajo, sin el pedigrí de una carrera futbolística para acolchonar improvisaciones y desastres, levante ronchas difíciles de tratar. O, sencillamente, puede que escupirle en la cara a las frívolas modas y a los falsos gurús que pretenden hacer de la posesión, el trato con el esférico y la discreción cánones rígidos e inviolables, lo hayan condenado a la marginación .
Ningún entrenador ha tenido el impacto de Bordalás en un equipo, no en uno predestinado a padecer los más insospechados martirios para subsistir en la jungla de los Madrid, Barcelona y Atlético. Ni planificación ni milimétricas estrategias de mercado propuestas por los cuellos blancos del club, nada más lejos de la realidad. Con 20 millones de capital poco se puede comprar. Si el Getafe vive, respira y pelea se lo debe al ingenio y a la extraordinaria capacidad del alicantino para reciclar y aprovechar lo desechado por otros con menos luces.
Desde su llegada al banquillo del Getafe en 2016, Bordalás consiguió el ascenso a primera división y un cupo para disputar la UEFA Europa League (Foto: Guetty Images).
El fútbol se desentiende de las casualidades. Cuanto menos resulta interesante la coincidencia de lo que se avizora el inicio de una crisis de identidad en el balompié español y el triunfo de una filosofía de juego arraigada en las más elementales esencias. — “Suerte”—, se empeñarán en decir algunos.—“Resurrección”—aclamarán otros. A fin de cuentas, golpear un balón con los pies nunca incluyó demasiadas teorizaciones .
Así, en nombre del imperio y la cultura romana que idolatra, el estratega dispone sus soldados sobre la cancha: juntos y siguiendo el mismo rumbo. El 4-4-2 de Marcelo Bielsa o Luis Aragonés los subvirtió. Ahora, apoyándose en “incompetentes” doctorados en historias de segunda división, agencias libres y horas nalgas de banquillo, se vale de ese factor equis indeterminado que en La Guerra y la Paz León Tolstói se refiere para explicar la trascendencia de las convicciones y la moral de los ejércitos. Sobre todo, en momentos donde los riesgos se tornan ineludibles.
Un dolor de muelas, aseguran, se antoja mucho más soportable que el estilo ridículamente incisivo de los azulones. La recuperación siempre antecede la emboscada. Todos presionan y atacan, todos sufren en defensa. Noventa minutos y algo más apenas permiten la especulación.
Pepe es un genio, el más austero de los poetas que se haya conocido. Torpe para para moldear rimas, pero virtuoso para lograr la armonía necesaria. Cada línea sobre la grama supone un verso. La zaga, el tímido comienzo para historias de pequeños contra gigantes. El centro del campo, la grandilocuencia sobria y amena de los románticos. La delantera, la frase breve y fulminante, la pasión echa carne. Tiene tanto por escribir este mesías de los humillados. ¿Le alcanzará la imaginación?
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