La Bombonera volvió a temblar. El Boca Juniors de las mil y una pasiones encarnadas regresó a la cima del balompié argentino al proclamarse dueño y señor de la Superliga. Mientras al River Plate de Miguel “El Muñeco” Gallardo se le atragantaba el Atlético Tucumán y se le esfumaba la ventaja que lo mantenía en la punta de la clasificación, el conjunto Xeneize daba un golpe de autoridad a costa del limitado Gimansia y Esgrima La Plata de Diego Armando Maradona. Esta vez, hasta la suerte decidió su favorito.
En cuestión de sensaciones, la última jornada del campeonato doméstico devino en una noche redonda para la hinchada boquense. El homenaje al todo poderoso Maradona se antojó el preludio de una fecha para enmarcar. Con la grada empapada en la mística de quien se sabe amante eterno de los entuertos y azares propios de vivir por y para la celebración de un gol, los 90 minutos resultaron el mejor de los pretextos para exorcizar los demonios de copas frustradas y romper, al menos de momento, con supuestos complejos de inferioridad.
Pocos imaginaron la orgullosa resistencia del Gimnasia. Nadie podrá decir que no lo intentaron. Incidieron allí donde los campases del partido inclinaron la cancha a su favor. Forzaron hasta límites insospechados la ruptura de las líneas enemigas. Presionaron y defendieron con experticia, pero de nada sirvió. Las contras frenéticas de Boca, la derecha endiablada de Carlos Tévez y la mala fortuna del guardameta Jorge Broun terminaron por quebrar obstinación de los “Triperos”.
De esta forma los de azul y oro cuajaron un campeonato de ensueño que pasará a la historia cuanto menos por el curioso dato de haber mantenido la solidez de un proyecto que a lo largo del camino padeció las incongruencias de dos estilos futbolísticos bien diferentes de entender, interpretar y poner en práctica.
Diego Alfaro inició los primeros compases de la temporada poniendo sobre el ruedo un equipo austero en toda la extensión de la palabra. Sobrio en la salida, seguro y ordenado en el repliegue, aunque con escasos argumentos en los últimos tres cuartos de cancha rival. El pragmatismo en ocasiones excesivo hizo de la zaga y del cancerbero Andrada figuras irremplazables dentro de un esquema con escaso margen para la alegría, la especulación y la creatividad inherente al continente sudamericano. Sin embargo, el experimento tardó mucho menos de lo previsto en estallar. Las derrotas ante Racing, Lanús y Rosario Central, más los empates contra Newell´s y Argentinos Juniors pusieron fin al sueño de Alfaro de “revolucionar” la filosofía a base de un orden molesto e innecesario.
El cambio de directiva y la llegada del mítico Juan Román Riquelme como máximo responsable de la planificación del club supuso el comienzo de una etapa vertiginosa. Sin embargo, apenas removió lo imprescindible. Ya sin De Rossi, Goltz y Alexis Mac Allisten en la plantilla, el fichaje del míster Miguel Ángel Russo—el mismo que dirigió al Boca campeón de la Copa Libertadores de 2007 con Palacio, Palermo, Banega, Riquelme y otra pléyade de fuera de series— redireccionó el camino.
Boca Juniors extendió a 69 el número de ligas conquistadas. Le sigue el River Plate y el Independiente con 66 y 45 títulos respectivamente (Foto: AFP).
Se profesó entonces el juego propositivo. Incomodar al enemigo en su propio campo con una presión por zona a la altura de los mejores del mundo se antojó sello distintivo. La circulación del esférico retomó el sentido de hacer daño y se dio rienda suelta a los riesgos defensivos en pos de la letalidad de cara a portería.
En el proceso, Fabra volvió al lateral izquierdo y Buffarini retornó al derecho. Marcone desapareció y Campuzano asumió el rol de centrojás clásico para marcar los tiempos y volverse un imprescindible. Tevez, a sus 36 años, se reencontró consigo mismo. Se exilió de los marcajes innecesarios y mudó su templo al área del arquero, donde sirvió de referencia y palanca de apoyo a los constantes progresos de Salvio y Villa.
A fin de cuentas, lo que pudo dar al traste con el desgobierno y la aflicción trastornó a aquellos con supuestas fórmulas para aprovechar el aparente desconcierto. Si alguien tenía dudas de cuan necesario se antoja la figura del estratega tendrá acá la más fehaciente de las pruebas de que esto de correr tras el cuero guarda incontables secretos. Gallardo y River desaprovecharon por enésima ocasión la oportunidad de conquistar un certamen esquivo desde el 2014. Ahora, solo resta preguntar: ¿Qué tan lejos podrá llevar Russo esta nueva versión?
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