En el fútbol, como en casi todo, existen preferencias y simpatías imposibles de explicar. Experimentar el favoritismo por una selección o por algún jugador es tan racional y coherente como el amor a primera vista; no se sabe por qué pero se siente y defiende hasta las últimas consecuencias. Quizás sea por eso que, más allá de grandilocuentes victorias, inexplicables gambetas y oportunos goles, este arte de hacer magia con los pies trasciende los límites de un simple deporte para convertirse en una forma particular de actuar, respirar, ver el mundo… vivir la vida.
A lo largo del tiempo, historias de amor y odio han acompañado y a la vez engordado el vertiginoso desarrollo del balompié a nivel mundial. Difícilmente alguien pudiera negar que no sean dignos de telenovelas los sentimientos profesados por hinchas y jugadores de selecciones como el Flamengo y el Fluminense, el Inter y el Milan, el Barcelona y el Real Madrid o el River Plate y el Boca Juniors. Y si aún quedaran dudas, preguntémosle a los catalanes que piensan sobre Luis Figo y a los ingleses sobre Maradona.
Sin embargo, dentro de un campo de fútbol habita una figura casi tan desgraciada y desafortunada como el árbitro: el entrenador. Ubicado siempre a un lado del campo de batalla, a veces de pie y eufórico, otras sentado y tranquilo, el DT, Míster, o como se le quiera llamar, es aquel personaje olvidado tras la obtención de los tres puntos y el más mencionado cuando por alguna inexplicable razón el referee no ve el fuera de juego que termina en anotación o cuando el shoot pasa la línea final, luego de pegar en el travesaño.
Muchos son los técnicos que gracias a su personalidad y estilo propio han marcado pautas dentro de una disciplina que más de uno dice dominar. Nombres como Fabio Capello, Marcelo Bielsa, Vicente del Bosque, Frank Rijkaard o Alex Ferguson motivan admiración y respeto, sean cuales sean los colores que se defiendan. Al menos durante las últimas décadas, solo uno, además de conseguir cuanto título a nivel de clubes existe, genera al mismo tiempo inimaginables muestras de apoyo y rechazo: José Mourinho. Polémico de los pies a la cabeza, Mourinho goza como ninguno de las consecuencias de ser siempre el malo de la película, tanto dentro como fuera del terreno de juego.
Para quien se agarra de su actitud arrogante y exceso de confianza el portugués, tal y como lo califica el periodista deportivo español Javier Marías, “es un entrenador omnipotente, omnipresente y malasangre, un quejica que acusa a otros siempre, un individuo dictatorial, ensuciador y enredador, soporífero en sus declaraciones, nada inteligente, mal ganador y mal perdedor”.
Para quien prefiere disfrutar del showman y apunta su mirada hacia las vitrinas que ayuda a engrosar, el luso, como expresó su representante Jorge Mendes en el libro Mourinho. Nos bastidores das vitórias (título en portugués), representa la encarnación de “un fenómeno inigualable en el arte de entrenar porque podría ser tan solo el mejor en términos de liderazgo, el mejor en los aspectos tácticos, el mejor en la relación con los jugadores, el mejor en el área de la disciplina, el mejor en la estrategia, el mejor psicológicamente o el más inteligente. Pero no, evaluando todas estas características, Mou se sitúa, indiscutiblemente, a una distancia ilimitada de cualquier otro. Es el mejor del mundo de todos los tiempos. Compararlo con otros genios haría que estos lo dejasen de ser”.
DE JUGADOR MEDIOCRE A ENTRENADOR LEYENDA
Procedente de una familia de tradición futbolera, a muy temprana edad Mourinho entendió sus limitaciones para practicar el balompié al más alto nivel. Por eso, desde los 15 años redactaba informes sobre equipos y futuras promesas para su padre, por aquel entonces entrenador del Balenenses, un conjunto de segunda categoría.
Sus indiscutibles aptitudes para dirigir permitieron que se vinculara como tercer entrenador al FC Barcelona dirigido por Bobby Robson y luego como segunda figura del holandés Luis Van Gaal. Tras su aventura culé, siempre a la sombra de grandes, regresó a Portugal donde dirigió selecciones como el Benfica y el Uniao Leira. Su entrada a los textos de historia de fútbol lo hizo al llegar en la temporada 2002-2003 al FC Oporto, equipo que si bien contaba con jugadores de la talla de Deco, Ricardo Carvalho y Helder Postiga, por solo citar algunos, mantenía una sequía de títulos solo comparada a la racha negativa de los lejanos años 70.
El paso de Mourinho por el FC Barcelona trajo consigo desavenencias de por vida entre el portugués y el club español (Foto: Marca.com)
En un ambiente propicio para el desánimo y los malos augurios, Mourinho se impuso un reto en su misma presentación: “No tengo la menor duda que el próximo año seremos campeones”. Esa misma temporada disputó 15 partidos (once victorias, dos empates, dos derrotas) ubicándose en la tercera posición. En la campaña siguiente el Oporto se alzó con el título de la Superliga Portuguesa con un record de 86 puntos (27 victorias, cinco empates, dos derrotas) aventajando al Benfica por 11 tantos. Por si fuera poco y para sorpresa de muchos, en mayo de 2003 ganó el título de Copa y de Champions League.
La Champions conseguida por José Mourinho con el FC Oporto lo catapultó hacia la élite del futbol (Foto:Marca.com)
Ya con un nombre a nivel internacional, fue contratado por el FC Chelsea de Inglaterra. Su primera comparecencia frente a los medios británicos lo marcaría para siempre. “Por favor no me llamen arrogante, pero soy campeón de Europa, y me considero un tipo especial”. De la mano de Mourinho, la escuadra londinense mostró una de sus mejores etapas de juego en las últimas décadas llegando al alcanzar su primer título de Premier League en 50 años. Desde entonces, ya fuera en Italia, España o en la propia Inglaterra, donde regresó tras casi seis años, “The Special One” no dejó de hacer dos cosas: ser portada en las revistas deportivas y levantar trofeos.
¿SE ACABÓ LA MAGIA?
Tras poco más de quince años como dueño y señor de los banquillos de los principales clubes europeos, José Mourinho quizás afronte la etapa más difícil de toda su carrera como seleccionador. El mal comienzo del Manchester United en la recién iniciada Premier no solo le augura pérdida de credibilidad como estratega sino también la salida por la puerta de atrás, incluso, antes de llegar al parón de mitad de temporada.
Gane o pierda, el United no muestra síntomas de un estilo de juego propio y mucho menos da señal de contar con un revulsivo necesario que permita dar vuelta a la situación. Para muchos, el cuento de hadas de Mou poco a poco llega a su final. Se le ve cada vez más preocupado en exigir respeto por su trabajo que por encontrar la fórmula ganadora.
Hasta cierto punto, el desconsuelo de los hinchas es entendible, pues con la llegada del luso en mayo de 2015 se prometió llevar a los “Red Devils” a los planos estelares del fútbol europeo, de donde nunca debió salir, y recuperar las buenas sensaciones dejadas por el mítico Sir Alex Ferguson. Tres años después los objetivos aún no se cumplen a pesar de conseguir en la pasada campaña un histórico segundo lugar de liga, a decir de Mourinho una de sus mejores temporadas. Este resultado se sumó al campeonato de Europa League, ganado ante el Ajax en 2017.
Aunque en un inicio manifestó que prefería no jugar la Europa League, haber resultado campeón de este certamen el 2017 le devolvió “credibilidad” a su filosofía de juego (Foto: Marca.com)
Sin embargo, si de algo no podemos culpar al portugués es de no predecir su propia tragedia. Apenas bastó el primer encuentro de pretemporada para que encendiera las alarmas sobre la situación de su plantilla. A lo largo de la gira estadounidense una y otra vez dirigió los cañones hacia la directiva roja: “La primera realidad que hay que aceptar es que nuestro nivel no está a la altura del que tienen en sus plantillas los equipos del Liverpool y del Chelsea”.
Partidario de la incorporación de al menos dos nuevos jugadores, lo único que recibió fue una palmadita de aliento en la espalda. Mensaje más que claro, “trabaja con lo que tienes”. Ahora, cuando cada segundo al mando de los “Diablos Rojos” parece un milagro y cada vez más se habla de la llegada de Zinedine Zidane, sería oportuno preguntarnos ¿realmente vale la pena desechar a un técnico de tanta categoría?
Podrá gustar o no, su personalidad y temperamento no admiten medias tintas, y aunque del pasado no vive el hombre, dar un voto de confianza a quien lleva en sus espaldas el peso de ser uno de los más grandes técnicos de todos los tiempos podría dar frutos mucho antes de lo esperado. Querer levantar títulos es, como es lógico, el eterno sueño cada selección. No obstante, siendo lo más objetivo posible, para volver a los planos estelares el Manchester United necesitará más que un cambio de Míster. Un campeonato ligero tan competitivo como lo es la Premier inglesa exige mucho más de lo que puede ofrecer el once rojo.
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