Playitas de Cajobabo continúa solitaria, arriscada, sirviendo de caja de resonancia al mar cuando se echa un tanto airadamente contra las rocas. El golpe de las aguas acentúa la sensación de soledad, como de espacio sagrado, donde Martí y sus compañeros de desembarco sienten crecer el pecho por la dicha íntima que reclama espacio hacia fuera. Puede uno verlos en aquella noche tormentosa, mientras recogían armas y jolongos antes de adentrarse en el monte inmediato.
El periodista, que ahora imagina la escena bajo un sol airado y el forcejeo del mar, piensa que ese ha sido uno de los hechos fundamentales de la patria que ningún reportero pudo cubrir.
Y si hubieras estado allí, qué habrías preguntado o qué habrías escrito. Posiblemente, mientras caminabas junto a los seis expedicionarios, a la primera pregunta, José Martí, con la delicadeza como de miel que humedecía su voz, te habría respondido que él, él también, era periodista y ahora redactaba su más vívida crónica. Mira, la pluma y el cuaderno de notas van en el bolsillo. Sobre sus espaldas, la mochila abultada, y de su hombro izquierdo cuelga un fusil, casi del tamaño físico del Apóstol.
El Viejo, Máximo Gómez, se aproxima y te advierte que las palabras ahora no hacen falta. Ni siquiera el Delegado las necesita, él, tan señor del verbo. Martí hoy supera su grandeza: Nunca antes —dice Gómez el 19 de mayo de 1902— lo vi tan grande como ahora, cuando sube lomas bajo un peso que le dobla el cuerpo frágil, pero le empina el alma.
Y el periodista de hoy, que se ha asomado de día a aquella noche única, decisiva para la historia de Cuba, se percata entonces que ha recibido la mayor lección de periodismo de todos sus años aprendiendo a sintetizar, a sugerir, a informar, a convencer. Imagino que ese nombre que uno ha sentido desde la infancia como una presencia sólida, palpable, amiga, me dice bajito, como si las palabras gatearan sobre la manigua: Habrá momentos, cuando el enemigo de la patria amenace, que el periodista contenga su alfabeto, su técnica, su impulso de multiplicarse en papel y tinta, para hacerse uno con el pueblo y su causa.
Ah, sí, hermano, el romanticismo no se quedó como lápida en el sepulcro de su época. Para nosotros, el periodismo es como el sentimiento de la patria: un deber fuera del tiempo y dentro de todos los tiempos. Después, en su Diario de campaña, Martí, hurtándoles el minuto a la prisa, al sigilo, al hambre, anotará aquella experiencia en un estilo que calzará botas de siete leguas, siete leguas que una sola palabra, un solo verbo y un punto y seguido recorrerán en una concisión inédita en él, cuyo estilo se define por la aglomeración torrentosa, la caricia en el ritmo, la desgarradura de las metáforas más clarividentes. Después su Diario y sus cartas serán el más preciso reportaje de aquellos acontecimientos.
Quisiera preguntar, quisiera proseguir concibiendo lo imposible. Y desde la neblina entre la cual se difumina, Martí, levantando el índice hasta la sien derecha, me hace recordar cuánto escribió sobre el periodismo. ¿Acaso no lo estudian, no lo meditan? Y como no puedo retenerlo en la manigua, camino hacia su verde martirio, lo veo en el aula de sus libros. Y no me explico por qué a veces en su obra, publicada principalmente en medios de prensa, no aprendemos a respetar el legado del Fundador. Oiga, maestro, repítame las fórmulas para que no me tachen de pusilánime, ni de gris, ni de machacón. Digo —dice el Maestro— que “nunca se acepta lo que viene en forma de imposición injuriosa; se acepta lo que viene en forma de razonado consejo”. Pero, a fin de cuentas, qué nos toca hoy, cuando usted ya no está. “Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio apasionado”. No parece sencillo acabar de entenderlo, Maestro. Sí, pero será necesario que la prensa salga “cada mañana por la ciudad como un viento duende, levantando caretas”, porque “no puede ser, en estos tiempos de creación, mero vehículo de noticias, ni mera sierva de intereses…”
Ha dicho Martí, y se va a llenar de vida una cuartilla para Patria. Porque nunca creyó tanto en el periódico, el hombre que lo usó para convocar a la guerra, para fustigar a los enemigos de la independencia y la justicia y exaltar la paz. Y de Playitas de Cajobabo, aquel día que también coincidió con un 14 de marzo, cuando Martí fundo Patria, me marcho como oyéndole envuelto en mi fervor aquella última definición: “…el periódico es la vida”.
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