//

jueves, 21 de noviembre de 2024

La palma de la mano

un blog de Luis Sexto Sánchez

El poeta, los ojos, los oídos

El español Juan Ramón Jiménez, nombre común en un poeta sin fondo, decía que más que definir la poesía, prefería sentirla. Ese es el don supremo: sentir la poesía...

Luis Sexto Sánchez
en Exclusivo 27/01/2012
30 comentarios
ojos y oídos
ojos-y-oídos

El español Juan Ramón Jiménez, nombre común en un poeta sin fondo, decía que más que definir la poesía, prefería sentirla. Ese es el don supremo: sentir la poesía. Tanto para leerla como para escribirla hay que sentir esa corriente interior que nadie sabe en qué consiste, pero que se percibe cuando uno la lee o la oye o la escribe. Tal vez  para determinar qué es la verdadera poesía -siempre en un tanteo inconcluso, como asegura Cintio Vitier-, hace falta que el poeta pueda suscitar en el que lee u oye, la emoción que el bardo sintió en su solitario oficio.

Siguiendo esta indagatoria, quizás sea una decisión caprichosa, arbitraria, proponerse definir la poesía o la obra de un poeta desde la plástica. Porque uno tendrá que partir preguntándose si los ojos son primordiales en el poeta. Y al leer El cielo de tu boca, último libro de Luis Lorente he de aceptar que en este poeta el sentido más aguzado es la vista. Lorente  es, por tanto, un poeta del mirar. Sus poemas son como óleos y acuarelas, figurativos cuadros de la vida cotidiana donde el poeta saca los brazos  desde las aguas verdiazules u oscuras de unos ojos, los suyos o los ajenos.

¿Pero es solo la visualidad lo que distingue a Lorente? Un ser humano solo con ojos puede andar, pero un poeta con ojos y sin oídos  no debiera caminar mucho entre la luz y el sonido de la esfera poética. Corrijamos, por tanto,  la percepción primera y digamos que si Luis Lorente compone sus poemas como pintando,  también los escribe como si los oyera en un pentagrama. Es decir, los poemas de El cielo de tu boca, como de los anteriores libros – Más horribles que yo, Esta tarde llegando la noche, o la reciente antología titulada Fábula lluvia – suenan, incluso bailan, en el verso libre, aparentemente libre, o en el poema polimétrico, o en la forma del soneto, catorce versos en que este autor sobresale con especial distinción.

Lorente conoce la raíz de la poesía: la magia, el exorcismo  y la armonía. Sus  poemas son cuadros con sonido y ritmo, color y musicalidad que conducen al lector a través de historias plenas de añoranzas, fantasmal  exaltación de lo vivido y sobre todo de lo visto. No por descuido, en  El cielo de tu boca se repiten palabras como ojos, mira,  luz, noche, penumbra –Eliseo Diego también repetía algunas-  es decir, términos cargados del sentido de lo que se vive nuevamente viéndolo en la evocación brumosa y a la vez iluminada del poema. Tal vez deba ilustrar mi opinión. Por ejemplo, veamos estos versos: “En un sillón de mimbre que Rosario/ heredara de su abuela, las patas como brazos/cruzados sobre el pecho, con altivez, el perro/ posa, sabiendo que disfruta de holgados privilegios/ y aspira los olores del mundo en bancarrota/alzando  la nariz profusa y aguileña”.  Evidentemente, un retrato, una descripción pictórica e historiada en que  el poeta renuncia a la síntesis conceptual.

El lector encontrará en  El cielo de tu boca un mundo habitual. El mundo del hombre que vive, y ve y oye el peso de la vida que termina o se frustra y lo lamenta muy sugestivamente al decir:  “No conspira mi voz estrangulada/ por un vuelo de cuervos en acecho, / sus demencias persisten en el techo, / no han saciado su sed desaforada. Una flecha de cuervos trasnochada/ con desprecio me hiere todo el pecho, / toman mi sangre y comen mi deshecho, / antes de huir en flecha avergonzada. / Los cuervos no sabrán nunca qué han hecho. / si por fin me arruinaron la mirada/ y mi camino es un camino estrecho/ donde no clamará mi voz callada/ que perdió desde anoche su derecho,/ recuperar su vida abandonada…”

Repito: la lectura de ese libro no se entrega sumisamente por la vista, aunque le sea consustancial; precisa también de los oídos. Y vuelvo a plantarme sobre criterios anteriores. Luis Lorente es uno de los poetas que, en Cuba, esquiva la tendencia a picar líneas de prosa para travestirlas en renglones cortos, como sucedáneos de versos que solo suenan con la opacidad del falso metal, pues les falta a muchos la cadencia, esa singularidad poética que a veces, según Borges,  influye más en la atmósfera de un poema que la propia palabra.  Lorente, pues, acompaña sus figuraciones con ritmo de paso fino y aire musical, en un orden acompasado inherente a la poesía desde cuando solo era magia, fuerza productiva que, según Thompson, facilitaba a los antiguos acometer el trabajo con ahínco.

Mi contacto subjetivo con los poemas de Luis Lorente, me sugiere que en cada uno de esos versos yo hallo también mi alma estremecida por la aventura de un hombre que, al escribir, también tiene en cuenta los sentimientos del otro. Y consecuentemente noto en estos poemas el latido de lo más humano, descarnado, sincero del hombre. Del hombre en su desamparo existencial, del hombre en la incertidumbre de la hora, bajo las rachas del ciclón, del hombre que convoca la poesía para hallarle un sentido a la vida, ante los temas más recurrentes del poeta: la muerte, la despedida, el amor, la nostalgia.

En su antología titulada Fábula lluvia pulsamos también los valores visuales,  “Yo vi cómo los años caían una noche/ sobre ti, sobre mí, sobre los techos/ que fulminan las aguas, sin precaución, / sobre la faz del breve mundo nuestro.” ¿No está dibujado en esa estrofa el tema de los temas: la sensación de pérdida y ausencia que, decía  Papini, engrandece y justifica al poeta?  Hemos pues de temblar internamente cuando el poeta reconoce que “el tiempo hizo contigo y de mí una idea/ que cuando cae la noche se desvanece.”

Díganme, pues, si no sentimos en ese código la propia experiencia, la propia desazón, aunque sin poder trasladarla a un verso afortunado. Dichosos si podemos descubrirla y degustarla en la cómplice comunión de la lectura cuando se juntan luces, colores, sonidos y emoción.


Compartir

Luis Sexto Sánchez

Periodista de oficio y de alma. Maestro de generaciones. Premio Nacional de Periodismo José Marti por la obra de la vida. Autor de la columna "La Palma de la Mano" en Cubahora.

Se han publicado 1 comentarios


Rosy.
 29/1/12 8:24

hermoso, profe!

Deja tu comentario

Condición de protección de datos