Tengo la impresión de que ya apenas escribimos cartas. El teléfono, el correo digital y el chateo han sustituido al intercambio epistolar. No voy a decir si ahora somos más inteligentes, más profundos, o en cambio, la velocidad y la facilidad de los canales digitales, nos quitan eso mismo: profundidad y agudeza a nuestra inteligencia. En fin, lamento que ya no escribamos cartas o las escribamos en menor medida. En una época, que se va alejando, las cartas fueron entre muchos intelectuales un medio de intercambio de ideas y de confesiones. Y los ojos ajenos, al leerlas, asisten al proceso de aprendizaje de una época, y adquieren conocimientos íntimos de ese o aquel autor a quien leen y admiran.
En el año 2011 asistí en Cienfuegos al sexto encuentro de cronistas. Y tiempo hubo, al menos un poquito, para llegar a la librería del bulevar de la Perla del Sur, sita muy cerca del Prado, y hallé, publicado por Ediciones Mecenas, un epistolario de Florentino Morales, poeta e historiador de seguros méritos y reconocido investigador que aportó a Cienfuegos parte de su identidad histórica. El destinario con quien se cruzaba cartas Florentino era José María Chacón y Calvo, uno de los grandes hispanistas cubanos.
En verdad, no puedo sino repetir lo que dije al inicio. Gracias a estas cartas incrementamos el conocimiento de ambos escritores. Vemos parte de su peripecia diario, de sus dudas, de los juicios críticos de uno para el otro y de este para aquel. Estas cartas vienen siendo como lecciones vivas y espontáneas. Una vez entrevisté a Florentino Morales para completar un reportaje sobre el cementerio de Reina, luego publicado en Bohemia, y fui alumno doméstico de Chacón y Calvo, visita asidua a su casa, quiero decir. Y al leer las cartas cruzadas entre ambos, he incrementado el conocimiento que poseía de uno y otro. Y he visto, en particular, la grandeza humana de Florentino al someter sus poemas al juicio siempre sabio de Chacón y Calvo y aceptar las sugerencias de quien aquel reconocía como maestro, siendo él también un maestro.
Confieso que entre mis lecturas preferidas están las cartas, además de las memorias y los diarios. Hace poco también leí unas cartas de viaje de Angel Augier, poeta, ensayista, biógrafo de Nicolás Guillén, fallecido en 2010, con cien años de edad. Las cartas fueron dirigidas a su primera esposa desde París a mediados de la década de 1950, cuando Augier viajó a París para incrementar sus conocimientos de tipografía e impresión e investigar sobre cuatro poetas cubanos que escribieron en francés.
Nacido en 1910, no llegaba entonces Angel Augier a los 50 años. Y sus cartas familiares fueron escritas como crónicas de viaje. Describía cuanto de interés veía en París o en los países que, desde allí, y en virtud de su beca, pudo visitar.
La lectura de Cartas de viaje, de Angel Augier, en edición de Letras Cubanas, ofrece, pues, un interés que va más allá de lo que entre 1952 y 1955 quedó en el ámbito familiar. Hoy, a pesar del tiempo transcurrido resulta útil y agradable leer las impresiones del autor de Isla en el tacto, un hombre culto, atento siempre a las revelaciones que la vida le suministraba para enriquecer el desván donde el escritor ha de guardar cada una de sus experiencias. Con los años, Augier recibió el premio nacional de literatura. Estas cartas, quizás, no aporten nada singular a su obra poética, ensayística, crítica, incluso periodística, porque periodista fue y lo confirma cuando en parís Charles Chaplin le pasó por el lado y Augier no dudó en entrevistarlo brevemente para la revista Bohemia. Me parece que fue el primero, si no el único, periodista cubano que en le dirigió varias preguntas al archifamoso actor y director cinematográfico.
Las cartas de viaje de Angel Augier tuvieron el mejor destino: ser conservadas para esperar la ocasión de convertirse en un breve libro que este comentarista no duda en recomendar.
Desde mi modesta experiencia, he llegado a concluir que un escritor o un periodista nunca deben de romper una cuartilla. Si al momento de escribirla, no fue destinada a la publicación, uno habrá de guardarla, porque tal vez mañana le veamos valores dignos de afrontar, como mínimo, la salida a las librerías o a las páginas de la prensa. Puede ocurrir con las cartas. Un escritor suele regularmente escribir bien, aunque sea una carta íntima. Incluso, ha habido escritores que sacaban copias para luego publicarlas. Otros, sin embargo, nunca pensaron que cuanto decían o contaban en una carta familiar, podía aspirar a convertirse en libro. El terreno, en fin, es movedizo: nadie puede suponer las intenciones de un escritor. Pero de cualquier manera, el que domina el oficio de escribir debe regularmente mostrarse como lo que es, sobre cualquier papel o sobre el cristal de computadora.
Ah, tiempos dichosos aquellos en que escribíamos cartas. ¿Podrán convertirse los mensajes electrónicos en documentos perdurables y repletos de interés? El tiempo dirá…
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