Cuando comencé a trabajar en Cubahora, empecé también a vivir en La Habana. Provincia nueva, lugares nuevos, gente nueva, y todo lo nuevo que implica una mudanza. La primera incursión como equipo de trabajo que hicimos fue a una heladería cercana que hay por el barrio, para celebrar que salimos “con pelos” de una cobertura difícil. Otro viernes les cuento sobre esas incursiones heladeras.
La segunda, y que ya es casi como “ir a misa”, es un viaje al agro, o a la placita, como decimos en Matanzas. Ese será el plato fuerte de La Incubadora de hoy y -les advierto- lo que leerán a continuación no es un capítulo de Pánfilo, nos pasó de verdad.
Todas las semanas Sarah y yo bajamos con una jaba y hacemos el pequeño periplo. Jaba en una mano, monedero en la otra, nos montamos en el elevador, suspiramos. Suspiro que clama no quedarse encerradas en el artefacto, que haya algún producto en el agro y que los precios permitan adquirirlos. Sí, es un suspiro largo.
Esta vez llegamos. Esta vez estaban en la tarima los mismos productos de la semana pasada. Esta vez no compré nada, porque todo parecía muy nuevo, o muy viejo, y no me servía para la comida del día, ni para la del día siguiente. Sarah probó con unos plátanos verdes. Dijo que los pondría en un lugar de su casa a madurar. Debe ser una especie de “incubadora”, como la que tenemos mi novio y yo en su casa para madurar los aguacates. Se atrevió también con unos boniatos que por lo menos tendrían una libra de tierra colorada pegada. Pidió al vendedor que le escogiera los mejorcitos y este le puso cara de malos amigos y le dijo que es lo que queda, que como ella ve, todos son iguales, que no hay preferencias por unos sobre otros.
Yo solo los miraba y pensaba en cuán valiente era Sarah cuando se atrevía a semejante incursión y en cuánto amaba el hombre a esos boniaticos como para no tener “preferencias” por unos sobre otros. Vaya, fue como ver a mi mamá hablándole a la gente de sus hijas.
Pero antes de irnos, Sarah fue más valiente aún. Le preguntó al señor cuándo surtirían otra vez. “No sé, mijita, estamos a fin de año, ya eso es más difícil”, contestó. Solo una conclusión pudimos sacar de aquello: que a finales de año la gente no come porque ya está llena de todo lo que ha comido once meses atrás. Nos reímos mucho. Ya le dije, este no es un cuento de Pánfilo, pero que alguien le avise, por si quiere llevarlo a escena.
senelio ceballos
7/12/18 15:59
Jajaja En cualquier pais..En los dias de fin de anno..se venden mas productos que en otros dias..En tu mercadito es todo lo contrario?...NO LO CREO!!!! BARBARA-COMADRE te la comiste con este articulo!!!
Claudia Yilén
7/12/18 18:00
Ni yo Senelio, ni yo me lo creo. Pero ya lo dijo un grande, que nosotros los cubanos o no llegábamos o nos pasábamos. Saludos
alejandro
7/12/18 14:49
La pregunta es sencilla: ¿en que agro fue eso?, no!!!!!!, no me diga la lista de los agros que están como su anécdota, no pubicarían este comentario seguramente, al calor de los días le hago la pregunta en presente: ¿en que agro es eso?...........
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