La reciente publicación de una serie de correcciones a la reglamentación del cuentapropismo en Cuba, por parte del Consejo de Ministros, colocó en el debate público, una vez más, el tema de la política cultura del país. Para ahondar más en este asunto, les proponemos un texto publicado por el portal Cubarte que nos acerca, desde una visión académica, a la historia de las políticas culturales en Cuba.
La historia de las políticas culturales en Cuba, un estudio necesario
Por: Mildred de la Torre Molina
Tres años atrás, este Portal de la Cultura Cubana dio a conocer el inicio de un proyecto investigativo sobre la historia de las políticas culturales del Estado cubano durante los años que median entre 1934 y 1961, por un grupo de investigadores del Instituto de Historia de Cuba.
El objetivo del anuncio público, como el de la socialización de sus resultados parciales, a través de diferentes vías, fue llamar la atención de los investigadores, y del público en general, sobre la apertura de un nuevo centro de debate alrededor de un tema poco estudiado, hasta el presente, bajo la óptica de la historia de los procesos sociales de la época analizada. La comunicación, además, albergaba el propósito de aunar a especialistas, de diferentes ramas de las ciencias sociales, para la realización de semejante empeño. En este último sentido no recibimos la respuesta esperada, aunque por propia iniciativa, el grupo contó con las asesorías permanentes de cinco destacadas profesionales: las doctoras Danay Ramos y María Luisa Pérez López de Queralta y las másters Irina Pacheco, María Isabel Landaburo y Tania Chappi.
En el transcurso de la investigación hubo sesiones de intercambios con otros notables estudiosos de la cultura cubana que tributaron sus experiencias personales y conocimientos científicos. La presencia de ellos contribuyó a los necesarios acercamientos respecto a diferentes esferas del conocimiento cultural. El colectivo es deudor de Ricardo Otero, Jorge Domingo, Ambrosio Fornet, Lina de Feria, David Camps, Avelino Víctor Cruceiro, Omar Valiño, Jorge Ibarra Cuesta, Marilú Uralde, Angelina Rojas, Isabel Monal, Antonio Briones Montoto, Gloria García, Luz Merino, María Caridad Cumaná y Carlos Tena.
En igual sentido, aunque con un escenario mucho más amplio, el grupo organizó, en el contexto de la Cátedra Emilio Roig, bajo el auspicio del mencionado Instituto, un curso de postgrado titulado “La cultura a debate”, que contó con la participación de destacadas personalidades de las Ciencias Sociales y de la creación artística y literaria, tales como Rafael Hernández, Eliades Acosta, Rolando González Patricio, Helmo Hernández, Julio César Guanche, Fernando Martínez Heredia, Virtudes Feliú, José Ángel Toirac, reverendo Juan Ramón de la Paz, Zeyda Sánchez Alvisa, pastor Héctor Méndez, Caridad Diego, Orieta Álvarez y Luis Martín.
Como el título del proyecto lo indica, los temas abordados son inéditos. Hasta el presente, las políticas culturales se estudian, desde la gobernabilidad, a partir de las conocidas Palabras a los intelectuales, pronunciadas por Fidel Castro Ruz en 1961. La hipótesis defendida por la mayoría de los estudiosos de la república burguesa es que las estrategias viabilizadoras de los quehaceres culturales carecieron de coherencia y sistematicidad debido a las crisis internas de la sociedad neocolonial.
Al concluir el ejercicio investigativo se confirmó el criterio de que la reconstrucción histórica de las políticas culturales facilita la comprensión de los procesos y etapas del desarrollo de la sociedad, al develarse la multiplicidad de ideas y pensamientos, realizaciones político culturales y sus diferentes actores, así como los elementos constitutivos del tejido espiritual. Igualmente, se pudo constatar algunos de los factores contribuyentes al progreso y retroceso de los movimientos sociales en su dimensión cultural. Esto último facilita el entendimiento del legado histórico como proceso de conformación de realidades, sin exclusiones lacerantes en los planos ideopolíticos. Ciertamente, la demostración histórica del comportamiento de las políticas culturales evidencia sus funciones sociales. Estudiarlas implica adentrarse en el camino del conocimiento de una parte importante de la espiritualidad de una sociedad histórica determinada, así como el entendimiento de sus ideas.
En todas las tareas concluidas queda evidenciado, por vías diversas, la existencia de una labor estatal progresiva en el campo de la cultura que se remonta a los albores de la república, basada en diferentes propósitos, resultados político sociales y fundamentos ideológicos cuyos resultados, si bien tuvieron un alcance limitado, conformaron la herencia cultural con la que contó el joven gobierno revolucionario para la labor iniciada a partir de 1959.
Siguiendo un orden cronológico, la empresa investigativa incluyó la gestión de “José María Chacón y Calvo en la Dirección de Cultura (1934-1945)”, tema desarrollado por la máster Malena Balboa Pereira. Como es conocido, el escritor, aunque insuficientemente divulgado, ocupa un lugar cimero en la historia de las letras cubanas. Sin embargo, su labor como promotor cultural es poco conocida. Para ello la investigadora aplicó, de forma novedosa y creadora, conceptos —entiéndase movimientos de ideas—tales como “el humanismo”, “la neutralidad de la cultura” y “el reformismo”, seculares y rejuvenecidos durante la república.
Malena se introduce en el complejo mundo de la burocracia, la corrupción y el desgobierno de los que asumían el poder estatal para caracterizar el objeto específico de su estudio. Cuando Chacón se enfrentó a semejante latrocinio no lo hizo solo para defender su espacio,sino también impugnando el ejercicio del poder, aunque su visión política no fuese más allá del saneamiento de la república. Tampoco Balboa pierde de vista sus ideas orientadas hacia la divulgación de conocimientos generadores de acciones estrechamente dirigidas hacia el mejoramiento humano. Así nos muestra las misiones culturales, las ferias del libro y demás aperturas al quehacer cultural de la época.
La máster Dayana Murguia Méndez desarrolló la investigación sobre “Juan Marinello. La ‘escuela unificada’ y la ‘universidad del pueblo’ en la perspectiva político educacional de su pensamiento (1940-1963)”. Cualquier intento por rehacer los ámbitos e ideas culturales de la segunda mitad del siglo xx debe incluir, al menos interiorizar, el extraordinario debate desatado en los círculos de opinión pública en torno a la política educacional del Estado. En ellos hubo conciencia plena sobre la estrecha relación existente entre el destino de la nación y el sistema educativo. Prácticamente, con independencia de intereses y propósitos, no hubo grupos partidistas y asociativos, ni personalidades, ajenos a la problemática de la enseñanza cubana. Dayana inicia su ensayo —realmente una monografía, derivada de sus resultados investigativos— reconstruyendo el movimiento histórico favorable a la reforma del sistema educativo. Después de indicar sus orígenes decimonónicos, valora los aportes, en los inicios del siglo xx, de Fernando Ortiz y los no menos importantes de María Corominas, para situarse en el contexto convulso y trascendente de la Asamblea Constituyente.
Desde el comienzo de su exposición, Dayana demuestra los orígenes del pensamiento de Marinello, centro medular de su estudio, en los proyectos reformadores de Enrique José Varona y Julio Antonio Mella, cuyo basamento está en el ideario martiano. En este sentido, se develan los razonamientos aportados por la autora cuando, a través del tema educacional, ausente en la bibliografía especializada sobre el pensador, político y dirigente comunista, conduce a los lectores hacia los complejos caminos de las contradicciones existentes en una república monitoreada por los gobernantes del norte. Dayana descubre las esencias de las grandes complejidades de un país históricamente frustrado y erguido sobre sus propias circunstancias para marcar las razones de su ascendente proceso de desarrollo. Marinello, sin lugar a dudas, fue un gran intérprete de aquel tiempo.
La autora no soslayó la obra del intelectual durante el período 1962-1963. Realmente, constituye un valioso aporte al conocimiento de un justo ideario y de las grandes problemáticas inherentes a un singular proceso emancipador. Murguia nos muestra al Marinello cristalizado y cristalizador de loables empresas educativas. El pensador pervive más allá de sus funciones administrativas. Pero, sobre todo, la joven investigadora es capaz de asumir su pensamiento crítico cuando muestra sin remilgos, aunque con sensibilidad, los grandes avatares de los inicios revolucionarios.
“El Instituto Nacional de Cultura. Acercamiento a su política cultural (1955-1959)” constituyó el objeto investigativo de la licenciada Jorgelina Guzmán Moré.Interesante resulta la demostración de los valores culturales creados a partir de coyunturas políticas específicas de un tiempo histórico complejo y decisivo para el devenir de la nación cubana. Obviamente, las acciones derivadas de las estrategias, entonces esbozadas, no compensaron la carencia de libertades civiles y la represión continua hacia las oposiciones militantes, pero sí pusieron de manifiesto la capacidad creadora de quienes aprovecharon el institucionalismo gubernamental para concebir ideas y conocimientos favorables al fortalecimiento de la identidad nacional. La reconstrucción histórica del INC suple una sensible carencia de estudios pormenorizados sobre el tema. Esta facilita la comprensión sobre el papel desempeñado por dicha institución en la cultura del período, así como su lugar en la historia de las políticas culturales.
La autora dejó esclarecidas, con suficientes argumentos, las causas y razones de la fundación del INC al destacar que no surgió como iniciativa de la intelectualidad, sino como parte de la necesidad de legitimación del régimen de facto. La subversión del estatus político y constitucional requería de una imagen de “apertura espiritual”, a la vez que propinaba enriquecimiento económico para los artífices del nuevo orden militarista. No obstante, la iniciativa estatal respondía a una determinada herencia, o de lo contrario no hubiese dado sus frutos más allá de los espurios intereses de sus generadores políticos.
Guzmán Moré dialoga con los aconteceres de la época fundacional del INC para destacar su posición refractaria a los intensos movimientos políticos opositores, mientras algunas publicaciones condenaban los crímenes del régimen. Igualmente, caracteriza al grupo Orígenes como soporte indiscutible de la nacionalidad cubana dentro de un ámbito cada vez más cercano a los intereses norteamericanos. Con objetividad y alto nivel interpretativo reconstruye sus acciones como parte de la herencia inmediata al triunfo revolucionario de 1959, entre ellas la sociabilidad y el asociacionismo más allá de la urbe capitalina, lasmanifestaciones del arte en las funciones públicas, la continuidad de las ferias del libro, el restablecimiento de emblemáticas revistas y órganos publicitarios, y las complejidades del proceso editorial.
La máster Hilda María Alonso González asumió el estudio de “La política cultural de los museos cubanos entre los años 1942 y 1961”. De esa forma inició una trascendente historia del patrimonio nacional. Después de sistematizar la información jurídica, Alonso aborda lo que ella denomina “Primeros pasos del coleccionismo y el museo en Cuba”, donde se relatan los antecedentes de la actividad museística en el país, tomando como eje central el proceso de acumulación de objetos desde la época de la conquista y colonización hasta las postrimerías del siglo XIX. Resulta apreciable la importancia del tema relacionado con la condición autónoma del arte. En ese mismo sentido se manifiesta la propuesta de Alonso sobre el vínculo entre la actividad estudiada y su carácter independiente, y la disciplina estética.
Para el desarrollo de las políticas culturales con relación al patrimonio cultural desde las esferas privadas y gubernamental, la autora asume la Convención Constituyente y su obra suprema, la Constitución de 1940, como un cambio importante en el terreno institucional y jurídico al formalizar los derechos sociales, económicos y culturales. En lo específico, la carta magna precisó, mediante la Enmienda Adicional, el mantenimiento y conservación de los nuevos sitios declarados Monumento Nacional, incluyendo a los ya existentes.
Alonso recrea la ejecución de estrategias gubernamentales y privadas, procedentes de instituciones y figuras significativas en el mundo intelectual, mediante análisis valiosos sobre los avatares de la época, capaces de mostrar la voluntad de muchos por conservar la cultura como legado imperecedero de una nación determinada a no sucumbir pese a sus contradicciones y crisis seculares. Los lectores conocerán de una historia de realizaciones pacientes, de supremos empeños y de protección de la identidad cultural. Porque —no existe la menor duda— construir elproceso de consolidación de las políticas dirigidas al patrimonio nacional constituye una proeza investigativa. La autora prueba, fehacientemente, la imperiosa necesidad de divulgar estudios semejantes para el desarrollo de la cultura patrimonial. De esta manera, una nación se protege, además, mediante el cuidado de sus ancestrales valores. Alonso González enseña a crear esa conciencia.
Hilda Alonso construyó la historia del Museo Nacional sistematizando fuentes diversas y dialogando con la época y sus contradicciones. Supo encontrar razones, sueños, avatares, esperanzas baldías y, sobre todo, nobles pensamientos.
“Revolución, música y política cultural (1959-1961)” ocupó la atención del joven máster Joney Zamora Álvarez. Su labor identificó las políticas estatales y privadas a través de acciones concretas que viabilizaron sus comprensiones. Es apreciable la escasez de pronunciamientos públicos y documentos sobre el tema, de ahí que Joney se orientase hacia la búsqueda de información factual en la prensa periódica. Su intención es describir —labor inédita hasta el presente— las múltiples acciones emprendidas por instituciones y personalidades de entonces a favor del rescate de la herencia cultural y el desarrollo de la contemporaneidad musical. En virtud de ello, da a conocer el comportamiento de las entidades difusoras de las obras, ya fuesen de los géneros clásicos o populares.
Desde 1959 se evidenció la voluntad política de los gobernantes revolucionarios de cambiar las formas de convivencia y ordenación institucional tejidas con anterioridad. Pronto se hicieron visibles sus esfuerzos por intervenir en la lucha, dentro del sector, entre lo nuevo y lo caduco en la vida social, cultural y política. La música no escapaba a los anhelos de depuración.
Las creaciones melódicas también requirieron políticas culturales por parte de entidades estatales y privadas. A pesar de las depuraciones, fricciones, pugnas internas, se tanteó la política de la convivencia, del entendimiento y del llamado a la unidad. Con las iniciativas privadas trataron de actuar el Departamento de Bellas Artes, las direcciones municipales revolucionarias y las Cooperativas Populares del Arte, así como el Ministerio de Educación. Pero las políticas de diversos organismos influyeron negativamente en los espacios que servían de vehículo entre los artistas y los melómanos en Cuba.
Para Joney, a pesar de los cambios logrados en tan poco tiempo, la dirección revolucionaria mostraba inconformidad con la función ideológica que debía poseer el arte musical. Los rectores del poder político consideraban que todavía la Revolución no tenía una música distintiva capaz de describirla o reflejarla con profundidad. Por ello se priorizó el valor educativo e ideológico de esta manifestación artística.
Visión crítica, objetividad y mucho tesón por sentar premisas para nuevos quehaceres, deja la obra de Zamora Álvarez, referida a una contemporaneidad compleja y difícil de valorar históricamente.
La conclusión del proyecto investigativo, apreciado no solo en cinco excelentes monografías, sino también en ponencias, conferencias, ensayos, tres libros (dos de ellos en proceso editorial) y artículos diversos, contribuye decisivamente a la realización de una historia cultural de la sociedad cubana. Empeño necesario para la comprensión de los valores de la espiritualidad de un pueblo y de su nación, cuyo legado alcanza el allende de un mundo urgido de verdades justas.
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