PRIMER VISTAZO: SE INAUGURA UNA GRAN PACHANGA
Esta añeja postal nos traslada hasta San Juan de los Remedios, allá por mil ochocientos veinte y pico.
El cura local, Francisquito, no puede disimular su enojo contra los feligreses. Y no es que los remedianos fuesen muy dados a la gula, a la avaricia o a desear la mujer del prójimo. No, su pecado era ser friolentos, por lo cual no asistían a las “misas de aguinaldo” en las noches invernales.
El cura reunió a un grupo de muchachones y los proveyó de latas, cencerros, quijadas de mulo y cuanto artefacto fuese capaz de producir ruido que estropease el sueño.
No sabemos si el buen cura logró despertar a aquellas almas camino del infierno. Pero sí conocemos que, con aquel escándalo, sin quererlo originó las parrandas remedianas, hasta nuestros días, unas sonadas fiestas populares.
SEGUNDO VISTAZO: UNA RUBIA ESPUMEANTE SE INSTALA ENTRE NOSOTROS
Cuando transcurría 1888, en una notaría habanera, sin bombos ni platillos, se constituye la compañía que producirá la primera cerveza cubana.
La firma se establece con un humildísimo capital de 22 000 pesos, pero ocho años después ya lo han multiplicado por siete.
Fue entusiasta la acogida que el sediento cubano brindó al líquido ambarino, y pronto el carrito expendedor, tirado por un mulo, sería presencia obligada en el paisaje.
En la diminuta Habana de finales del siglo XIX ya se producían diariamente 30 000 botellas de cerveza. En cuanto a la calidad, baste decir que en 1896 nuestro producto obtuvo el Primer Premio en la célebre Exposición de Londres.
UN RECUERDO CUBANO PARA HUMBOLDT
Ahora nos vamos hasta el año 1939, cuando el doctor Miguel Ángel Branly partió de La Habana hacia Berlín para asistir a un congreso médico. Pero el galeno, oftalmólogo, lleva también otra misión: una solicitud de José Cadenas, rector de la universidad habanera, dirigida a su homólogo berlinés, para que en la estatua de Humboldt erigida en la capital alemana se instalaran las siguientes palabras: “Al segundo descubridor de Cuba”.
Se logró tal propósito y la inscripción resistiría las vicisitudes iniciales de la Segunda Guerra, pero finalmente iba a ser robada para vender el bronce, en el pandemónium que culmina con el suicidio de Hitler.
Por fortuna, la inscripción fue restituida en 1957.
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