No importa que lo llamen a uno “gramatiquero”, forma despectiva de referirse a quienes nos preocupamos por el sufrido idioma.
Pero, en realidad, no son caprichos tontos ni exquisiteces alambicadas los móviles que nos impulsan. Una mínima palabra puede cambiar radicalmente el sentido de lo expresado.
Y, como uno cree en el poder del ejemplo, ahí va un botón de muestra, donde el sencillísimo trueque de una preposición todo lo puso de cabeza.
Hace poco escuché una noticia cuyo texto era aproximadamente el que sigue: “Mañana brindará un recital el poeta Mengano, en Batabanó, al sur de la provincia de Mayabeque”.
A mí me place la cartografía, y mapa que me vuele bajito, va para mi archivo. Por eso me dejó pensando lo dicho: “Batabanó, al sur de la provincia de Mayabeque”. ¿Se desarrollaría el recital, milagrosamente, flotando sobre las aguas del golfo de igual nombre? ¿Quizás está Batabanó en Isla de Pinos? O, insistiendo en el rumbo sur, ¿se hallan las coordenadas de Batabanó en Honduras? O, continuando tras el mismo punto cardinal, tal vez se encuentre en el Mar Pacífico.
Sí, gacetillero de mis pecados, aturdido emborronacuartillas: Batabanó no se ubica al sur de esa provincia, sino en el sur de tal territorio.
Porque, de lo contrario, usted es un dios, un demiurgo, capaz de trastocar la geografía a su inverecundo gusto.
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