Uno no está descubriendo nada cuando afirma que todas las pasiones humanas se reflejan en el idioma. Y la ambición no es un caso excepcional, pues también está representada en lo que expresamos habitualmente.
Ése es el caso de la frase “O se tira de la cuerda para todos, o no se tira para nadie”, conocida en todo el mundo hispanohablante, y que surgió de una historia a la vez fúnebre y cómica.
Nos asegura un enterado lexicógrafo que el modismo tuvo su origen en la España de tiempos inmemoriales. Y allá va la anécdota.
Un anciano, quien estaba --como suele decirse-- podrido en plata, murió sin dejar testamento. Y su parentela se bebía los vientos por apoderarse de los bienes intestados.
A alguien, especialmente astuto, se le ocurrió una treta, y no tardó en ponerla en práctica, de acuerdo con los demás aspirantes a herederos. Ataron una cuerdecilla a la barba del difunto, y comenzó el interrogatorio, con preguntas como éstas: “Abuelo, ¿me deja usted sus naranjales?”; “Tío, ¿me lega sus almacenes?”; “Padre, ¿verdad que se acordó de mí en cuanto a sus tierras?”. Y así sucesivamente.
En cada caso, tiraban de la cuerda, para que pareciese que el cadáver asentía.
Pero el notario allí presente comprendió la treta, y dijo: “A mí, que fui su amigo, de seguro que me deja su casa de campo”. Pero nadie tiraba de la cuerda. Entonces, el leguleyo pronunció las célebres palabras: “O se tira la cuerda para todos… ¡o no se tira para nadie!”.
Y quedó la frasecita, para protestar cuando alguien se siente excluido.
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