La palabra cornudo –muy despectiva-- se reconoce unánimemente en todo el mundo hispanohablante. Lo mismo en Andalucía que en Buenos Aires.
Claro, es sabido que entre nosotros, los cubanos, tiene la versión un poquitico más fuerte: tarrú. (No olvidar que aquí “cuerno” es “tarro”).
La palabra cornudo comenzó a gestarse hace muchos siglos, en el Imperio Romano de Oriente.
Uno de los Andrónicos --emperadores bizantinos-- era un muchacho algo casquiligero, vaciladorcillo, y tenía como principal ocupación la de coleccionar amantes entre las esposas de los altos funcionarios de su corte.
Para resarcirlos, los obsequiaba con grandes cotos de cacería, cuyo símbolo era una cornamenta de ciervo que se colocaba a la puerta del hogar de quien así había sido “distinguido”.
A la vista de semejante emblema, era evidente que la moral familiar andaba por los suelos. Así, con el tiempo, surgió la palabra cornudo.
Y, como dice un amigo mío, ¡que Dios nos libre de ese mal, si no lo estamos padeciendo!
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