Hay personajes que se ganan la buena voluntad de todo el mundo. Yello, a menudo, se refleja en el habla de la gente.
Tal fue el caso, entre nosotros, del torero español, de origen vasco, Luis Mazzantini y Eguía (1856-1926). Dígase que, a más de un osado matador, de un artista del ruedo, era hombre de extensa y profunda cultura. Era aficionadísimo al teatro lírico.
Persona sensible, mucho impresionó la dedicada atención por él prestada, en La Habana, a los funerales de uno de sus banderilleros, que aquí murió.
Para terminar la nómina de las virtudes que le iban a ganar la simpatía popular, sépase que fue un personaje exitosísimo entre las damas, y que en Cuba tuvo un volcánico romance con la actriz Sara Bernhardt.
Aquí el pueblo le dedicó una tonadita que decía:
Mazzantini llegó a Cuba
y un toro negro mató,
y le dieron aguacates,
cigarros, puros y ron.
Y, tal como antes les decía, dejó también su rastro en el habla popular. Al cabo de tantas décadas, todavía la gente, ante lo insuperable, comenta: “Mejor… ¡ni Mazzantini el torero!”.
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