Hace ciento treinta y ocho años, ve la luz la gran novela del siglo diecinueve cubano.
Claro está, hablo de Cecilia Valdés, donde Cirilo Villaverde nos entrega, como en un fresco, el palpitar de nuestro país en esa centuria.
Cuando muere Villaverde, Martí le entona un cántico emocionado. Lo califica como “patriota entero y escritor útil” y “el anciano que dio a Cuba su sangre, nunca arrepentida, y una inolvidable novela”.
Agrega que su castellano lucía “como un río nuestro sosegado y puro, con centelleos de luz tranquila de entre el ramaje de los árboles”.
Y sépase que aquel dominador del idioma no despreció voces y giros típicos de la patria que tanto amó, quizás oídos ya en su Vuelta Abajo natal.
VILLAVERDE, CUBANO HASTA LA MÉDULA
En Cecilia Valdés, el lenguaje será un protagonista de primera fila. Ya en la novela se dice, por ejemplo, que está aplatanado el extranjero que adopta nuestras costumbres. Y se nombra curros a los andaluces.
El narrador nos habla de los niños que juegan con papalotes en el placer de Peñalver, dándole al término el significado cubanísimo de “solar yermo en área urbana”. El pinareño menciona las poninas, colectas efectuadas para un fin común y festivo.
Ya andaba hirviendo el ajiaco en que cristaliza, día a día, nuestra nacionalidad, que incluye una manera muy especial en el decir, pues, como después expresó el académico Manuel Alvar, “el hablar del cubano es dulce como el guarapo, y picante como el ají guaguau”.
CECILIA, UNA SINFONÍA DE CUBANISMOS
En Cecilia Valdés, una pequeña porción de terreno labrantío será un paño de tierra, como decimos los nacidos en la Antilla Mayor.
Cierto personaje exclama: “No sé si porque tengo algo de mulato me gustan un puñado las mulatas”. Y aquí se hace uso de la muy cubana frase adverbial un puñado, para significar “mucho”.
En la novela, pollonas se llaman las gallinas nuevas, que aún no ponen.
No falta la mención de las retretas en la habanera Plaza de Armas, para designar a conciertos que se brindan en parque público, un término desconocido en la Península.
Sí, a casi catorce décadas de su aparición, quitémonos el sombrero recordando aquella novela que Martí apreció como “triste y deleitosa”, y donde la cubanía se afincó también en el idioma.
NOTA DEL AUTOR: Con el cuento y la bobería –según decimos los cubanos--, esta seccioncita llega a su entrega número100. ¡Qué aguante el de ustedes, muy amables ciberlectores, quienes me han acompañado en tan largo camino!
Laly
16/8/20 18:00
Me guata un paco está seccion...
Colibrí97
13/6/20 17:58
Pues muchas felicidades por esta entrega que es ya la número 100, y por lo interesante de su sección en general. Continúe trabajando asi, que siempre es atractivo y útil conocer más de nuestro idioma y de los matices que le aportamos los cubanos.
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