PRIMER VISTAZO: VALDÉS, GOBERNADOR VANIDOSO
En 1602, llega a gobernar aquí Don Pedro Valdés, hombre muy pagado de sí mismo. Cómo no lo iba a ser, si era Caballero y Alférez Mayor de la Orden de Santiago, Comendador de Oreja, Gentilhombre de la Casa del Rey, Gobernador de la Isla de Cuba, etcétera, etcétera.
Al llegar a La Habana se tropieza Valdés con un personaje que calzaba sus mismos puntos: Juan de Villaverde, alcaide de El Morro.
Villaverde osó asistir a misa con bastón de mando y cojín de terciopelo, lo cual, según Valdés, sólo él podía hacer. Y se fueron a las manos, propinándose trompones de carretoneros.
Ya lo dijo el decepcionado autor de El Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, y todo vanidad”.
SEGUNDO VISTAZO: LA GUARNICIÓN ARAÑANDO EL KILO
Seguimos en la Cuba de los mil seiscientos, cuando el Caballero de la Orden de Santiago y Gobernador, Pedro Valdés, desesperado se está arrancando los pocos pelos que le quedan, mientras le escribe a Su Majestad, Felipe III. Le cuenta Valdés que, habida cuenta de los precios imperantes en La Habana, los soldados del Castillo de la Real Fuerza con sus sueldos no pueden ni sustentarse de agua y casabe.
Los más honestos, dice el gobernador, se dedican a oficios varios, descuidando las labores de la defensa. Pero los malacabezas, informa el gobernador ya casi histérico, viven con mucho escándalo, y andan proxeneteando a negras y mulatas.
Y Valdés, textualmente, pide mejor paga para la tropa, pues así serán gente honrada.
TERCER VISTAZO: MANRIQUE, UN GOBERNADOR FUGAZ
Ambrosio Funes Villalpando, conde de Ricla, fue el hombre designado por la corona española en 1763 para reinstaurar el mandato borbónico en Cuba, tras la retirada de los invasores ingleses.
Debe decirse que Ricla no disfrutó de su estancia habanera. Él era un bonvivant, que mucho echaba de menos los goces, galanteos e intrigas de la Corte. De manera que saltó de la alegría con la llegada de su sustituto.
Le sucedía el mariscal de campo Diego Antonio de Manrique, quien vino acompañado del Regimiento de Lisboa, para reforzar la plaza habanera.
Tomó posesión Manrique, y les juro que podía haberse ahorrado tal trabajo. Porque trece días después caía fulminado por el “vómito prieto”, la terrible fiebre amarilla.
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