//

sábado, 23 de noviembre de 2024

Tacón era un bicho

Hoy este andarín gacetillero ha movido sus coordenadas hasta la habanerísima cuadra que, en la Calzada de Galiano, delimitan Concordia y el Callejón de Cañongo. Aquí se alza la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 20/02/2016
1 comentarios

Pero dígase que no nos trasladamos hasta el paraje para quedar boquiabiertos ante un derroche de grandiosidad arquitectónica, ni mucho menos. Entre las edificaciones religiosas de San Cristóbal de La Habana, el templo de Nuestra Señora de Monserrate no constituye un portento que nos convoque al asombro.

No. Hemos venido hasta Galiano para contar una curiosísima anécdota, que culminó en la construcción de este templo. Sí, porque aquí trabajaron, en ya remota época de los 1830 y bajo el mando del feroz Miguel Tacón, los picapedreros de manos más finas en toda la historia de ese respetable oficio.

Llegó Tacón: se acabó el relajo

Antecedieron a Tacón, en el mando de la Isla, los gobernadores Francisco Dionisio Vives y Mariano Ricafort.

La pasión de Vives eran los gallos de pelea. Propició la corrupción, como medida encaminada a resquebrajar la ya manifiesta tendencia de los cubanos a favor de independizarse. Era un gobernante formado en la escuela que preconizaba las tres bes: “baile, botella y baraja”. Ante las quejas de que en La Habana cualquiera podía ser asaltado en la vía pública y a plena luz solar, acuñó un consejo de cinismo inolvidable: “No salga a la calle quien no quiera ser robado”.

Ricafort, por su parte, fue un militarote que odiaba profundamente todos los trajines gubernativos, por lo cual bajo su mando la Isla anduvo a la buena de Dios. Además, invertía lo mejor de su tiempo en acompañar a una desconsolada viudita de la calle Refugio, vía que tomó ese nombre precisamente porque allí el gobernador estableció su dulce guarida.

Pero llegó Tacón y ya aquello, como dice el pueblo, “fueron otros veinte pesos”.

Miguel Tacón y Rosique, duque de la Unión de Cuba y vizconde de Bayamo, había nacido en Cartagena, Murcia, en el año de gracia de 1777.

Marino, era teniente de fragata en 1802. Tomó parte en la defensa de Orán y combatió en Trafalgar.

En 1810 fue nombrado gobernador de Popayán, donde recibió una soberana paliza de los patriotas neogranadinos, quienes le propinaron una derrota tan aplastante que llegó huyendo a Lima, acompañado de solo 25 sobrevivientes. Desde entonces se le conoció como “el derrotado de Popayán”, y de aquella época databa su odio patológico hacia el criollaje.

El 7 de junio de 1834 aparece en Cuba, con su nombramiento de gobernador en la mano. A pesar de los años transcurridos, aún traía como una llaga en carne viva el recuerdo de su derrota en Sudamérica. Y aquí, además de medrar desaforadamente con el tráfico negrero, tuvo como monomanía la de perseguir a los nacidos en la Isla, con especial ensañamiento sobre los más ilustrados.

No obstante, ha de ser reconocida su vocación como urbanista, que iba a reflejarse benéficamente en la fisonomía habanera.
Claro, tampoco se le puede negar su condición de hombre astuto. Y esa sagacidad hizo posible que, como hemos venido anunciando, en la erección de la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate trabajasen picapedreros de manos finísimas.

Una treta que hizo historia

En las afueras de La Habana estaba ocurriendo repetidamente lo que Tacón, hombre de mano dura, no estaba dispuesto a admitir.

Cada vez que un magnate se dirigía a una de las cercanas haciendas para efectuar un pago, era asaltado por cierta banda que no se equivocaba nunca: siempre daban el golpe cuando su víctima viajaba con la bolsa repleta. De lo contrario, nadie los molestaba.

Y ante Tacón, quejoso, se hallaba un platudo señor de tierras, dos veces asaltado por aquella banda infalible.

¿Se juega en su casa? preguntó Tacón. Sí, señor gobernador, como en todos los hogares de La Habana. Vaya, que no siempre en el teatro al cual usted dio su digno nombre hay en escena algo que valga la pena… y uno se reúne con sus íntimos para arriesgar alguna calderilla en el tapete verde, fue la respuesta.

Entonces Tacón ordenó que todos los presentes, incluidos sus ayudantes y escoltas, abandonasen el despacho, pues quería hablar a solas con su visitante.

Y así, sin la presencia de oídos indiscretos, le dio ciertos consejos.

Días más tarde, el esquilmado terrateniente sufrió un tercer asalto, que habría de ser el último de la banda, pues los consejos de Tacón no habían caído en saco roto.

Olvidando momentáneamente el nuevo atropello del que había sido víctima, el hacendado citó a los habituales de su peña de jugadores.

A la segunda partida de naipes, sobre una sota de bastos alguien apostó un doblón que, en la efigie de Carlos IV, junto a la nariz del soberano, mostraba una profunda señal.

El jugador que había depositado la moneda marcada era un joven de una encumbrada familia habanera, quien no tardó en denunciar a sus compañeros de fechorías, también integrantes de la aristocracia y famosos derrochadores del dinero que adquirían por tan irregular vía.

Y Tacón, orgulloso del éxito que coronó su astuta jugarreta, mandó a los condenados a Galiano entre Concordia y Callejón de Cañongo, a ejercitarse en las artes de la cantería en la nueva iglesia de Monserrate, donde la mandarria, el pico y la pala harían encallecer aquellos dedos, hasta entonces aterciopelados cual pétalos de rosa.


Compartir

Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).

Se han publicado 1 comentarios


jorge el curioso
 20/2/16 12:17

Ante todo un saludo Don Argelio.....nunca habia leido su articulo....pero lo de bicho me hizo parar y mirar........tiene usted ese don de los que cuentan la historia como protagonista....me gustó....saludos.

Deja tu comentario

Condición de protección de datos