En su momento, William Shakespeare narró las tribulaciones del amor desgraciado que encendió los corazones de los legendarios veroneses.
Ah, pero en esta isla, un siglo antes de que el dramaturgo inglés legara constancia sobre la historia de los amantes infortunados, sucedió un lance de amor y de muerte que hubiese hecho estremecer la pluma del Cisne del Avon.
En efecto, anticipándose un centenar de años a sus homólogos, según la tradición hubo en Cuba una desventurada Julieta, y un angustiado Romeo.
Para narrar tan portentoso hecho, hemos de mover nuestras coordenadas de la imaginación hacia cinco siglos atrás. Entonces, allá por la cintura de la Isla, transcurrió el romance infortunado de Caucubú y Naridó.
Sí, el Romeo y la Julieta cubanos vivieron en el cacicazgo de Guamuhaya, una comarca donde más tarde el conquistador asentaría la villa de la Santísima Trinidad.
La bellísima Caucubú, hija de cacique, era una beldad de color acaramelado, pelo negrísimo y caderas tan rotundas que enloquecían a más de uno durante el areíto.
Como era de esperar, se sobraban los pretendientes que asediasen a Caucubú, entre ellos los herederos de los cacicazgos de Ornofay, Sabana, Escambray y hasta del lejanísimo Guacanayabo.
Pero la indiecita amaba a Naridó, un joven de su tribu, muy hábil pescador que cotidianamente se internaba en la mar, para entregar a la aldea el alimento regalado por aquellas aguas del sur cubano.
Mas el mundo idílico en el cual Naridó y Caucubú disfrutaban de sus amores, estaba a punto de esfumarse.
Llegó la tropa conquistadora. Y Vasco de Porcayo, a quien la historia recuerda como todo un fauno, no tardó en fijar su vista en la linda Caucubú.
De nada valió la resistencia indignada de Naridó, armado con su hacha de piedra, sólo para sucumbir de un sablazo.
Entonces, según sigue contando la leyenda, Caucubú se precipitó en la Cueva de las Maravillas, en cuya boca, mientras hubo indios en la comarca, aparecía siempre un ramo de flores.
Y dicen que todavía, en las noches de luna, cuando el viento del norte hace susurrar a los ramajes, por allí vaga la bella Caucubú, buscando a su amante con desesperación.
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