Daniel Santos –jibarito aplatanado que vivía por el habanero parque Maceo-- nos entregaba las coordenadas infalibles de Bigote ´e Gato.
Sí, el Inquieto Anacobero ubicaba las andanzas de aquel manubrio ---más que mostacho—“allá por el Luyanó”.
Por su parte, Arsenio Rodríguez –El Cieguito Maravilloso-- nos invita “Vamos a Los Sitios, asere”, y diagnostica que “Pueblo Nuevo se pasó”.
El Tosco nos remite a la infancia con el “Tin marín, San Agustín”.
Mientras, Ricardo Díaz le canta a Redención, primer nombre de ese conglomerado que hoy se llama Pogolotti, para honra de su fundador.
Luyanó, Los Sitios, Pueblo Nuevo, San Agustín, Pogolotti... palabras amadas como pocas, que la gente atesora dentro del tórax. Sí, porque determinan un rumbo, una impronta, una cultura.
AL BARRIO LO BAUTIZABA EL PUEBLO
Esas sonoras palabras –los nombres de los barrios habaneros—por lo regular no emanaban de las decisiones del ayuntamiento. Fue el pueblo quien, por su soberanísima voluntad, por su libre albedrío, o por su real gana, los bautizó según se le antojaba. ¿No dicen desde la antigüedad que “Voz del pueblo, voz de Dios”?
Como en botica, hay de todo en la nomenclatura barriotera capitalina. Algunos son, quién lo duda, poéticos. He ahí La Lira, Barrio Azul, La Floresta, Bellavista, Miraflores... Pero otro resulta inquietante, como esa Víbora, en un país de inofensivos jubos y majases.
Barriada hay que convoca al corrientazo (El Eléctrico). Otra recuerda a un mullido pichón (La Pelusa). No falta la que nos atemorice, por cierta bronca en una fiesta memorable (El Guatao).
DE TODO, EN LOS NOMBRES DE LOS BARRIOS
Algunas barriadas habaneras tienen vocación foránea, nos trasladan a tierras exóticas. Tales son los casos de: California, Columbia, Casablanca, Buenos Aires.
Otra, sin lugar a dudas mueve a la aflicción y a la congoja. Claro, me estoy refiriendo a La Solita.
Barrios existen, en la geografía capitalina, cuyos nombres aquí no puedo repetir, pues de hacerlo agrediría a la decencia radial. Un ejemplo en tal sentido, que todos conocemos, se encuentra por detrás del marianense hospital militar.
Dígase, por último: cada vez que me asomo al mapa habanero, hay dos barrios que me hacen retorcer entre carcajadas. Sí, desternillo de la risa. De seguro ustedes, amiga que me escucha, amigo que me presta su atención, ya sospecharán que me refiero a: Pepe, el Hermoso y Vieja Linda.
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