Es mayo de 1920, y Enrico Caruso llega a La Habana para dar cumplimiento al contrato que ha firmado con el empresario Bracale: noventa mil dólares, suma aún más respetable en la época que hoy en día.
Está cobrando por su fama –acumulada durante un cuarto de siglo--, pues ya viene de capa caída, e iba a morir de cáncer en la garganta un año después de su actuación habanera.
Las funciones son pospuestas una y otra vez, ya que la caja con partituras, embarcada en la Florida, se ha perdido misteriosamente.
Caruso aprovecha el tiempo conociendo La Habana, en especial la Playa de Marianao. Allí se le ve por El Casino y por La Concha.
García Menocal—El Mayoral de Chaparra-- manda por entonces en Cuba, y la nación anda de cabeza. Inaugurando el mes de mayo, el Día de los Trabajadores, estallan ocho bombas, una de ellas en la Tesorería Municipal, para alborozo de funcionarios ladrones. (En medio de los escombros y de los papeles quemados, ¿quién va a efectuar un arqueo decente?).
No fueron esas las únicas “máquinas infernales”, como llamaba la prensa a aquellos petarditos, que hacían más ruido que estropicio. Hubo una explosión en el Hotel Ambos Mundos, y en la misma víspera de la función inaugural de Caruso, estallaron tres bombas en el edificio que se construía para albergar el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana.
Benévolo, el público habanero aplaudió a rabiar las actuaciones del napolitano en Martha, Un baile de máscaras, Tosca, El secreto de Susana, Elíxir de amor...
Hasta la noche en que, según cuenta Eduardo Robreño, alguien llama a un muchachito, vendedor de periódicos en Prado y Neptuno. Tremenda oferta: cuarenta centavos por dejar, en un servicio sanitario del entonces llamado Teatro Nacional, un paquetico de aspecto inofensivo. Es un episodio más en el pleito de los sindicatos anarquistas con la Comisión de Inmuebles del Centro Gallego.
Poco después, la explosión. Y aseguran que a Caruso, con todo el atuendo del personaje que llevaba a escena, se le vio correr, dándose con los calcañales en la nuca, Prado abajo.El susto se le pasaría rápido, pues Caruso tenía tremendo sentido del humor, como le cuadra a un buen italiano.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.