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viernes, 22 de noviembre de 2024

El soldado Inocencio, o la catástrofe del día 31

Ante otro 31 de diciembre, recuerdo que, para La Habana, el año de 1930 tuvo cierta inauguración originalísima… y sombría

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 03/01/2012
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el morro
El Morro de la Habana

Ante otro 31 de diciembre, recuerdo que, para La Habana, el año de 1930 tuvo cierta inauguración originalísima… y sombría.

Todo fue por culpa de Inocencio Herrera, alistado en el ejército de la nación. Y —mire usted lo que son las cosas— no era el soldado un mal hombre, aunque sí algo alocado… vaya, medio “sansibérico”, como decía el pueblo.

Ah, pero Inocencio, él y sólo él, fue responsable de aquel desastre finianual.
Me explico. El pobre guardia no las pasaba ni regular. Tenía como jefe a un sargento, con ínfulas de general prusiano, que no lo dejaba ni respirar. Lo que ganaba le tenía siempre con una mano delante y la otra detrás. Pero, en aquel fin de año, se dijo que un día es un día. De modo que, desde muy temprano, comenzó a chuparle el rabo a la jutía en el habanero solar El Mono Verde, sito en Vives número 83.

Ronazos van, ronazos vienen, de manera que cuando llegó la medianoche ya Inocencio había perdido toda prestancia marcial, y más bien parecía un trapo de cocina, con la diferencia de que los trapos no balbucean.

Cuando fueron las doce de la noche, se vio al soldado salir al pasillo del solar El Mono Verde. En la mano derecha portaba su revólver de reglamento, un Colt 45, de aquéllos que en la crónica roja calificaban, con razón, como “pavorosos”. Tambaleándose, llegó al centro de la calle, alzó el arma, tiró del gatillo y se escuchó el estampido, que no es necesario describir a quien haya oído cantar a un Colt 45.

Y entonces se produjo el milagro bíblico de la Creación. Pero al revés.

Recuerdo que en el Génesis nos cuentan que El Creador ordenó: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo. Ah, pero el milagro del soldado Inocencio fue al revés. Tras el fogonazo de su “forifái”, más de media Habana quedó envuelta en las tinieblas, según contó el costumbrista Guillermo Lagarde. El super-plomo 45, por pura casualidad, acertó a impactar sobre una importante línea de alta tensión.

¿Se acuerdan de aquellas domésticas vitrolitas, de cuerda, las del perrito oyendo la voz del amo? Sí, las de la RCA. Pues, como no dependían de la electricidad, en aquellas primeras horas de 1930 fueron el único consuelo para La Habana en tinieblas. Aquella Habana acababa de conocer la pieza “Suavecito”, de Ignacio Piñeyro.

Hubo, al menos, un resultado plausible en el incidente: Inocencio, en su inocencia, facilitó la grata tarea a novios acosados por chaperonas, durante aquel fin de año en que se produjo el más memorable apagón habanero.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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