Hace ciento once años, acontecían en Cuba una serie de hechos dignos de quedar grabados en ese libro del ayer que es nuestra memoria nacional.
¿Pedía usted ejemplos? Pues vaya solo un puñado de ellos.
En aquel ya remoto 1901, le nacen a la música cubana Ñico Saquito, Luis Marquetti y Rafael Cueto. Se funda la Biblioteca Nacional. La Habana se suma al número de las ciudades del mundo que cuentan con tranvías.
Disminuye drásticamente la fiebre amarilla, gracias a la aplicación de la teoría enunciada por el genio camagüeyano Carlos J. Finlay.
Y mientras, en el suroriente cubano, en la Villa del Guaso, el 22 de octubre de 1901 a cierta pareja —formada por el doctor en farmacia don Pablo Jané Trocné y su prima Julia Jané Escobedo— le está naciendo un vástago. Hecho al parecer irrelevante, pero que más tarde demostraría su trascendencia.
TRAYECTORIA DE UN CUBANO ILUSTRE
Sí, cuando el siglo XX está amaneciendo, a la guantanamera familia Jané-Jané llega un niño, que llaman Julio. Veintisiete años después lo encontraremos como asistente de esa gloria de la ciencia mundial que fue la polaca María Curie —nacida Marja Sklodowska—, en el Instituto del Rádium, en París. Durante varios años asistiría en sus investigaciones —hasta la muerte de la científica— a aquella cúspide del saber.
Julio Jané se graduó de Medicina en las universidades de la Sorbona y de La Habana. Superó los exámenes de residente en el francés Centro Anticanceroso Croix Saint Simon (1923). En 1925 se convierte en el primer latinoamericano especialista en Radiología y Radiodiagnóstico. Dos años más tarde, es propuesto para ocupar la dirección de los servicios quirúrgicos del Centro Anticanceroso del Hospital Lariboisière, de París.
Entre otras muchísimas calificaciones, obtiene el grado de técnico en energía nuclear, expedido por el Instituto de Estudios Nucleares radicado en Oak Ridge, Tennessee, el sitio de los Estados Unidos donde se desarrolló la bomba atómica. Ya disfrutaba de renombre en el mundo científico mundial, y no le faltan ofertas en París, que rechaza para ejercer en su patria.
Todo ello solo sería como un rito de pasaje, la consolidación de un hombre en camino de prestarle preciosos servicios a la tierra que lo vio nacer.
UN PIONERO EN TODO
Armado de su talento, y de la sólida preparación adquirida, Julio Jané fue un hombre de avanzada en la ciencia de Cuba, adonde regresa en 1937.
Aquí puso la electrología en función de la rehabilitación y de la fisioterapia. Sus experimentos crearon un novedoso método para diagnosticar el cáncer, y se ocupó de la aplicación del ultrasonido, cuando este recurso aún se hallaba en pañales. Trabajó exitosamente en la rehabilitación de poliomielíticos y fue un enemigo jurado de las técnicas invasivas.
En El Vedado le dio vida al Centro de Electroterapia y Radioterapia. Contribuyó a fundar el Instituto del Radio, adjunto al Hospital Reina Mercedes. En aquellos momentos le llovían ofertas para trabajar en Barcelona o Nueva York, que rechazó.
Colaboró Jané con el físico atómico norteamericano Paul C. Aebersold (1910-1967), uno de los grandes en las aplicaciones pacíficas de la ciencia nuclear, con quien compartió la simpatía por la naciente revolución cubana. Quizás esto explique por qué el estadounidense murió, en raras circunstancias, al caer de un rascacielos, en un hecho que los servicios especiales norteamericanos quisieron mostrar como un suicidio, provocado por desequilibrio psíquico.
No fue solo el doctor Julio Jané un científico de punta, sino también hombre de altas virtudes ciudadanas.
Nada tuvo de casual su arraigada amistad con Eduardo Chibás, con quien compartía sueños de mejoramiento popular. (Cuando el líder ortodoxo se encuentra herido por propia mano, a Jané le impiden formar parte de la junta médica que discutía el caso. Esa negativa hizo que muchos pensasen que una conspiración acabó con la vida del adalid).
En medio de la indiferencia oficial por la salud, efectúa charlas públicas en la universitaria Plaza Cadenas, con el fin de instruir médicamente al pueblo. Tal acción sería calificada de subversiva por los esbirros de la dictadura de Fulgencio Batista.
Preocupado por la agricultura y la alimentación popular, aboga por conservar los alimentos mediante la radiación, pues, decía,”sembramos para podrir”.
Sin temor a nada ni a nadie, les declaró la guerra a las compañías transnacionales que agregaban sustancias cancerígenas a los alimentos.
Batista —usurpador en el poder—, con sus cortesanos, pretendió desarrollar un proyecto nuclear y un congreso sobre esa materia, que no iban a pasar de ser sino mediocres mascaradas. Jané le declaró la guerra a aquellas payaserías del tirano y —apoyado por científicos de sólido prestigio, entre ellos el doctor Aebersold— logró frustrar los politiqueros intentos.
Aquel guantanamero descendiente de mambises, grande por el cerebro y por el corazón, fue un incondicional de su patria hasta el día 8 de agosto de 1973, cuando bajó a la fosa en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Del doctor Julio Jané Jané se ha comentado que no valoraba el Código de Hipócrates como un mandato frío, menos como un texto de formalidad profesional y vaga importancia —solo útil para citarlo en los discursos—, sino que lo asumió como un compromiso vital.
Recordémoslo, pues, con devoción.
En 1925 se convierte en el primer latinoamericano en recibirse como especialista en Radiología y Radiodiagnóstico. En 1927 con 26 años se gradúa de Doctor en Medicina en la Universidad La Sorbona.
Yadira
22/6/17 11:00
Estimado Sr. Argelio, quisiera saber de donde Ud. sacó este artículo del Dr. Julio Jané, pues este artículo es del Cro. José Sánchez Guerra, Historiador de la Ciudad de Guantánamo, está completamente igual que como él lo escribió.
Saludos.
Yadira
Livia
15/12/12 11:57
Superinteresante. Me maravillo cómo esta islita pequeña da tantos cubanos ilustres que apenas se conocen y andan de la mano de grandes personalidades. Recuerdo al cubano, yerno de Marx: Pablo Lafargue. Continúe, Argelio, desempovando estas cosas. Gracias por la lectura tan placentera.
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