Cuando llegaron, sin contar con nadie todo lo transfiguraron, todo lo pusieron de cabeza, para bien.
Sí, revolucionaron la agricultura, con cultivos tan exóticos como el membrillo, y generalizaron el café, hasta entonces sólo una medicina que se compraba en la farmacia. Introdujeron nuevas formas de cocinar, de bailar, de hacer teatro, de divertirse. Y dicen –no sé si fuentes bien enteradas, o las malas lenguas-- que hasta instituyeron modos, hasta entonces inéditos, para ejercitar el amor.
En Haití han resonado los clarines de la guerra. Y desde finales del siglo XVIII hasta los albores del XIX, decenas de miles de fugitivos se atreven a cruzar, como pueden, las cuarenta millas náuticas que, en el Paso de los Vientos, separan a Cuba de la vecina isla.
UN SANTIAGO FRANCÉS
En la jurisdicción santiaguera, momento hubo en que uno de cada cinco habitantes tenía al francés como lengua materna.
En el mundo del vocabulario, el asunto iba a ejercer un tremendo impacto, una colosal influencia, que se sigue percibiendo al cabo de tanto tiempo.
Sí, hasta en las palabras más íntimas y entrañables: los apellidos. Consulte usted la guía telefónica de Santiago, o la de Guantánamo, y le saldrán al paso legiones de Ribeau, Laffitte, Laferté, Crombet o Cascaret, con innumerables grafías. Hasta el punto de surgir en uno la ilusoria idea de que se está asomando al directorio de París o Marsella.
Adéntrese en la Sierra Maestra, esa paradisíaca cordillera, y conozca a los caficultores. Aquellos montañeses no miden su área de cultivo –como sucede a lo largo del país-- en caballerías, rozas o cordeles. Tampoco hacen uso de la internacionalmente adoptada hectárea. Su unidad de medida es el caró, palabra derivada del francés carreau, “cuadradito”.
CUBA, UNA ENCRUCIJADA UNIVERSAL
En el sudoriente cubano, la mecedora toma un muy singular nombre: “balance”, del francés balancier.
Por esas comarcas, “carota” no es una cara grande, como podría esperarse según las reglas del castellano. No. Si usted escucha a alguien decir, en las calles santiagueras, que le gusta la “carota”, el susodicho comunica su predilección por la zanahoria, en francés carotte.
Afirman los norteamericanos que su nación es un melting pot, un crisol. Y no dudamos que les sobran razones para tal afirmación. Pero dígase que Cuba, encrucijada del universo, Llave del Nuevo Mundo, Antemural de Indias, es una mezcolanza colosal, donde también intervinieron, como sabroso ingrediente en la fórmula mágica, los fugitivos franceses que hace dos centurias cruzaron despavoridos el Paso de los Vientos.
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