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sábado, 23 de noviembre de 2024

Ladrones de felicidad

Una vez vencidas esas especies de filtros internos que pueden impedirnos la felicidad, también tenemos que enfrentar los externos que tanto abundan...

Félix Arturo Chang León
en Exclusivo 01/04/2022
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Ladrones
Tan viejo como andar a pie, debe ser la existencia de esos personajillos que parecen haber venido al mundo con la misión de aguarle la fiesta a los demás. (Alfredo Lorenzo Martirena Hernández / Cubahora)

Uno llega a la conclusión de que los ladrones de felicidad siempre han existido, aparecen en cualquier lugar del mundo y están ahí cazando la oportunidad para robarnos la felicidad, aunque no nos demos cuenta y este es el peor de los casos.

En la década de los años 60 del siglo pasado se aprovechaban de la situación causada por la naciente y creciente escasez generada porque la nación más poderosa del mundo empezó a obstaculizar los suministros al país, y hasta en la pródiga década de los 80 actuaron para entorpecer el disfrute de lo que había en abundancia.

Los 90 de los años llamados del Período Especial se hicieron presentes en cada momento de la vida, como está sucediendo por estos días en que a los problemas ya habituales de la vida cubana se suman los efectos de la pandemia y una guerra que por lejana no deja de impactar.

No es demasiado fuerte calificarlos de ladrones, pues lo son si tengo algo mío y pretenden quitármelo, pues intentan arrebatarnos un buen estado anímico con el cual somos felices hasta en las circunstancias más adversas.

Ayer, de 8 a casi 11 de la mañana, los presentes en cada uno de los escenarios por donde realicé alguna gestión, tuvimos que reaccionar y en ocasiones hasta con cierta dosis de imposición para ponerles freno.

El ladrón de felicidad llegó, preguntó por el último, me encontró y tras indagar por los productos ofertados en una pescadería y recibir respuesta, empezó a quejarse de que las croquetas y las hamburguesas ¡son de pescado!

¿Y estarán buenas? Preguntó. Ante la amable respuesta de que sí, y la explicación de cómo prepararlas, miró uno a uno a cada miembro de la cola y con cara de amargura y voz de ultratumba replicó a quien pacientemente le había contado cómo cocinar los productos: “Ah, pero con tanta gente, cuando llegue mi turno ya se acabaron.”

Tranquilamente viró las espaldas y empezó a irse sin siquiera decir que no se mantendría en la fila para que quien quedara de último mantuviera el orden.

De más está decir que todos compramos hamburguesas y croquetas. De pescado como corresponde en una pescadería, por supuesto.

En la cola del cajero automático, verdaderamente larga, el ladrón de felicidad localizó al último y seguidamente empezó a formular preguntas que contenían afirmaciones más que interrogantes: ¿No se ha “tragado” hoy ninguna tarjeta? ¿Está rápida la cola? ¿No habrá alguien que no sepa andar en el cajero y se empiece a demorar esto?

Los amables, que siempre existen, le explicaron que en ese horario laboral, si alguna tarjeta quedaba trabada, los trabajadores del banco lo resolvían, y que si uno carecía de habilidades para hacer la extracción sería ayudado por otros.

El ladrón de felicidad es insistente. Ripostó: Aquí para todo hay que estar haciendo cola. Yo me voy y vengo por la noche cuando no haya nadie.

Una señora de más allá de la tercera edad, con una sonrisa que denotaba alegría, fue a la carga: Mire, cuando usted venga de noche, si se le traba la tarjeta, tiene que esperar al otro día que abran el banco para que se la devuelvan, y si no hay nadie en la cola, tampoco habrá gente por la calle, y si esto está desolado, y no tiene quien la acompañe, los bandoleros la van a asaltar y para quitarle el dinero hasta le pueden dar golpes, y además, no va a tener con quién conversar a esa hora…

Hizo silencio. E inesperadamente agregó: Mire, si viene de noche no habrá nadie a quien pueda amargarle la vida.

De regreso a casa: un accidente automovilístico reciente, e inmediatamente el ladrón de felicidad se hizo notar: ¿Hubo muertos? Como quedaron esos carros no debe de  haber quedado nadie vivo.

Alguien bien informado (resultó ser el chofer de unos de los vehículos, pero no se había identificado) le explica: No hubo fallecidos y los golpes tampoco fueron graves.

Los ladrones de felicidad son persistentes y lanzó su versión de los hechos, que si este no respetó la señal de Pare, que si el otro iba a exceso de velocidad, que si uno salía de la esquina, que si el otro iba a doblar… “Ehhhh… y ahora se llevan aquel que es estatal, de un poderoso y a este infeliz que es particular lo dejan aquí botado”.

Una voz airada le responde: Cállese y no diga lo que no sabe que nada de eso fue así, y el poderoso que usted dice me dijo que esperara aquí un momentico que enseguida que lleven el de su empresa me trasladan el mío hasta donde sea.

Tales ladrones están por doquier, no importa la hora, si hace frío o calor, llueva o truene. Eso sí, hay que estar alertas, identificarlos y tener a mano el antídoto para que no nos roben el buen estado anímico con el cual vivir felizmente.


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Félix Arturo Chang León

Periodista cubano de origen chino que nació y vive en Cuba. Santa Clara. Dirigió el periódico Vanguardia durante 16 años.


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