Occidente no fue siempre cristiano como el Medio Oriente no fue siempre islámico. Del mismo modo que hay una historia anterior a Cristo, también la hay antes de Mahoma y Buda. Interpretaciones y manipulaciones aparte, la tesis de Samuel Huntington acerca del “choque de civilizaciones” no se ha justificado ni es aplicable a los sucesos en el Medio Oriente y África del Norte, donde todo lo que ocurre se debe a fenómenos políticos, no confesionales ni culturales.
La partición de Palestina que constituyó una gigantesca arbitrariedad, la creación del Estado de Israel que introdujo un “cuerpo extraño” en la región, los intereses imperialistas asociados al petróleo y a circunstancias geopolíticas diversas y una suma de problemas internos, el principal de ellos un atraso secular en materia política y jurídica que, entre otras cosas, no han permitido separar a la religión de la política ni establecer el Estado de Derecho.
En Egipto como tampoco en Siria, Palestina, Iraq, Afganistán ni en ninguna parte la lucha es Occidente contra Oriente, el Islam contra el Cristianismo ni de judíos contra gentiles.
Si bien como sostenía Huntington, las grandes confrontaciones de la actualidad no la protagonizan estados nacionales, tampoco lo hacen las civilizaciones ni las religiones sino que se trata de un asalto recolonizador de la Entente imperialista que intenta establecer su hegemonía controlando los “bolsones” que quedaron al margen de su dominación, para lo cual aprovechan todos los recursos, incluyendo la división y las confrontaciones religiosas.
Sin planearlo ni quererlo y sin que convenga a los pueblos, algunas fuerzas religiosas locales intentan aprovechar las condiciones creadas por las agresiones e intervenciones norteamericanas y occidentales para alcanzar objetivos sectarios más bien mezquinos. La sangrienta confrontación entre chiitas y sunitas en Irak es un ejemplo de un fenómeno recurrente cuando fuerzas religiosas aprovechan la intervención foránea para tratar de realizar metas confesionales y objetivos políticos.
En Egipto y Túnez el derrocamiento de dos dictadores no condujo a sociedades más abiertas donde las mayorías disfrutaran de mayores derechos y libertades, sino a nuevas formas de autoritarismo, esta vez asociados a concepciones religiosas que no solo imponen una fe sino todo un estilo de vida que ningún pueblo que haya disfrutado de las ventajas del Estado laico asume voluntariamente.
Obviamente en Egipto ha ocurrido un golpe de estado cuya peculiaridad radica en que una parte de la sociedad lo prefirió al peligro de que se implantara una teocracia; lo cual no significa que compartan la brutalidad del ejército al que se le presumía una neutralidad política mínima, sobre todo porque hace tan solo unos meses, a la caída de Mubarak, permitió la celebración de elecciones en las cuales una mayoría prefirió a Mursi sin con ello endosar la implantación de la ley islámica.
Ahora ya no hay remedio, al menos en plazos previsibles, cientos de muertos en cuestión de días forman un abismo demasiado hondo y ancho como para ser salvado mediante apelaciones conciliatorias.
Las opciones visibles son ahora tres: (1) cae el gobierno de facto, la Hermandad Musulmana retoma el gobierno y el baño de sangre continúa. (2) el gobierno se sostiene y logra celebrar elecciones sin los musulmanes, lo cual eternizaría la protesta y la inestabilidad y haría endémica la represión y (3) el ejército toma directamente el poder, descarta, reprime y maniata a tirios y troyanos y la democracia espera otros treinta años a que haya una primavera no fallida. Allá nos vemos.
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