Examinado desde una óptica histórica, la producción de ideas del género humano que puede haber comenzado hace unos cinco mil años, es sumamente reducida.
Toda la sabiduría del cristianismo, base de las religiones monoteístas cabe en veinte preceptos: diez mandamientos, otros tantos pecados capitales, un catecismo, varias oraciones y algunos relatos bíblicos, a lo cual pudiera añadirse la doctrina social de la Iglesia. Por otra parte; la concepción acerca del Estado y el Derecho, la institucionalidad y la jurisprudencia, la moral y la ética constituye la doctrina liberal clásica, asequible en unos cuantos textos. La teoría del capitalismo está expuesta en las obras de media docena de autores y el socialismo en la de Carlos Marx.
A todo ello habría que sumar el arte, la literatura, la poesía y la música que en parte refleja la realidad del mundo externo bellamente expuesta y el resto es imaginación, ficción y habilidades. Con talento, dedicación, una metodología correcta, buenos maestros e Internet, a los 30 años puede haberse asimilado todo el saber social producido en los últimos 5000 años y más.
De haber ocurrido lo mismo en las ciencias naturales y aplicadas; así como en la tecnología, el ferrocarril sería todavía de vapor, los países más desarrollados se alumbrarían con lámparas de aceite, Henry Mill no habría patentado aun la máquina de escribir (1714) y el “Ford T” sería un vehículo de ciencia ficción.
Tal vez ese desigual desarrollo explique muchas cosas, entre ellas el conformismo que caracteriza a gran parte de la humanidad y que se expresa en la existencia de regímenes primitivos y reaccionarios, hambre y miseria generalizada y aberraciones como aquella que causó furor en el occidente capitalista uno de cuyos exponentes, en 1992 consideró que la humanidad había llegado al “Fin de la historia”.
Al socialismo no le fue mejor. Tres hombres, Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Lenin, en alrededor de 50 años elaboraron los principios teóricos del comunismo mientras que cientos de instituciones científicas y miles de intelectuales soviéticos y de otra decena de países, no aportaron nada sustancialmente innovador y lo poco que pudieron haber elaborado fue revocado por el fin de aquella experiencia.
Una situación completamente diferente se presenta en América Latina donde, apenas en una década surgieron las ideas asociadas con: el Socialismo del siglo XXI, la Revolución Ciudadana y el Estado plurinacional, para mencionar solo lo más destacado.
Aunque aun en sus fases iniciales, la capacidad para generar ideas y sumar innovaciones al pensamiento existente es lo que mejor caracteriza a los procesos políticos avanzados en Latinoamérica, a lo cual se espera que en algún momento se sume la intelectualidad académica cubana que en el sector de las ciencias sociales tiene más de una asignatura pendiente.
En cualquier caso no basta con vaticinar el ocaso del capitalismo ni ansiar su final sin tener definido como y con qué sustituirlo. Creer que es posible reflotar las ideas que formaron el proyecto socialista del siglo XX y que basta con aplicar mejor los consejos clásicos, no sólo es un error sino un peligro.
Tal vez la nueva época, caracterizada por un mundo convergente y global, necesite de teorías e ideas nuevas. Producirlas figura entre las principales tareas revolucionarias. Allá nos vemos.
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