El Estado/Nación y no la empresa transnacional es la principal categoría geopolítica del mundo actual. Ello se debe a que la globalización (un fenómeno de matriz tecnológica) aun no ha generado estructuras políticas mundiales viables. Los ideólogos del liberalismo creyeron que lo haría el mercado y los del socialismo que lo lograría el internacionalismo proletario; ninguno se ha hecho justicia.
El Estado/Nación es un fenómeno histórico resultante del progreso, capaz de trascender las estructuras clasistas y de expresar el conjunto de intereses de grandes comunidades humanas que comparten territorio, lengua, fe, psicología y otras manifestaciones culturales que hacen de cada país un ente social colectivo, único e irrepetible.
Franceses, mexicanos, argentinos o chinos son la gente y la tierra que habitan, los rasgos culturales que los definen y el país; son también el Estado que los representa. Ninguna entidad es todavía más poderosa, firme y viable que la Nación, usualmente regida y representada por un Estado.
Reconociendo tales realidades, los creadores de la primera organización mundial de la modernidad verdaderamente viable, la ONU, establecieron como sus bases más seguras y legítimas: la igualdad soberana de los estados, la soberanía nacional y la autodeterminación. Es cierto que el mundo ha cambiado pero también lo es que todavía no ha rebasado el horizonte nacional. CFK lo expresó mejor: “Somos muy respetuosos de la soberanía de los países, por eso somos tan celosos de nuestra soberanía y de nuestras decisiones…”
De eso trata el fondo del debate en torno a YPF. El petróleo que pisan los argentinos es suyo y el Estado que no es sólo un “órgano de poder” sino también el suelo y la gente, el país y la nación, la cultura, la tradición y los intereses nacionales y la entidad encargada de velar y de arbitrar el destino de ese pueblo debe estar en capacidad de decidir qué es lo que conviene. Ayer incurrieron en el equívoco de entregarlo a Repsol, erraron y ahora rectifican. ¿Cuál es el problema?
La globalización es un hecho pero la soberanía nacional también lo es y tiene precedencia. Según cierto pensamiento avanzado esas realidades cambiarán algún día. Cuando lo hagan sea para bien se instalar la justicia social a escala planetaria, la convivencia se reorganizará sin exclusiones, sin pueblos elegidos y sin convertir las diferencias en asimetrías. Los imperios obviamente lo ven de otra manera y lo identifican con su hegemonía.
Argentina, que con apego a la ley y con moderación, ha dado un paso en la dirección que le parece correcta y que corrige una anomalía que, de alguna manera restaura el orden natural de las cosas, enfrenta una resistencia insólita que invoca derechos que no existen y esgrime argumentos que recuerdan más al pasado que al porvenir.
Tal vez ha llegado la hora de que el argentino que todos llevamos dentro se levante y se pronuncie, no contra el español que también somos, sino contra aquellos que como los bárbaros en Roma: “Pretenden destruir un orden que son incapaces de sustituir. Allá nos vemos.
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