Los cambios políticos en Grecia y los que asoman en España relanzan el antiguo debate en el seno de la izquierda que una vez más encara la interrogante de saber si para transformar la sociedad es necesario liquidar las instituciones existentes o es posible dotarlas de nuevos contenidos. Las experiencias de lo uno y lo otro están disponibles.
Aunque nadie sabe qué esperan ganar, hay quienes alientan la idea de que SYRIZA o PODEMOS pudieran salirse de la zona Euro y poner en crisis la Unión Europea que, defectos aparte, constituye una conquista civilizatoria y un paso en la dirección histórica, que pasa por la integración económica y política de los estados nacionales. Las fuerzas emergentes deben hacer su elección: tratar de reformar y perfeccionar las instituciones existentes o dinamitarlas.
La derecha europea, liderada por Alemania, también tiene poco tiempo para decidir si acorrala a los nuevos gobernantes griegos o les ofrece la oportunidad que antes tuvieron los socialdemócratas austriacos, escandinavos, franceses e incluso alemanes para implementar reformas, que sin liquidar al capitalismo, moderaron sus peores tendencias, por cierto, renacidas con el auge neoliberal.
En otros contextos, se trata del mismo dilema que en el siglo XIX dividió al pensamiento político europeo, donde la izquierda avanzada de matriz marxista y crítica del capitalismo salvaje, se dividió en dos vertientes fundamentales: el comunismo y la socialdemocracia.
La primera de estas corrientes, encarnada por los bolcheviques, se propuso construir una nueva sociedad y un hombre nuevo lo cual, además de una nueva economía, conllevaba otra institucionalidad que, a la vez empoderó y relegó al estado y al anular la separación de poderes y condicionar el ejercicio del sufragio, socavó la democracia. Los defectos de génesis, sumados a la magnitud de los errores cometidos en su implementación, dieron al traste con el experimento.
Por la otra orilla la socialdemocracia, que debutó en los gobiernos europeos cuando en Francia en 1899 el socialista Alexandre Millerand integró el gabinete de Pierre Waldeck-Rousseau, alternado con otras fuerzas políticas, formó gobiernos en Gran Bretaña, Francia, España, Alemania, Austria, Escandinavia. En Suecia, por ejemplo, gobernaron ininterrumpidamente desde 1932 hasta 1976.
Después del paréntesis de la II Guerra Mundial, tanto el comunismo como la socialdemocracia experimentaron un renacer. El primero, además de llevar a la Unión Soviética a la condición de superpotencia, se extendió por Europa Oriental, China, Vietnam, Corea y Cuba, mientras los segundos se convirtieron en impresionantes fuerzas políticas y generaron los estados de bienestar.
La debacle socialista, el auge neoliberal y el repunte de la derecha cambiaron el panorama hasta que con Lula y Hugo Chávez, se inició un proceso en el cual la izquierda latinoamericana aprendió a utilizar la institucionalidad que la oligarquía había corrompido y en Europa emergen otras fuerzas políticas.
Sin dogmas que obedecer ni compromisos doctrinarios o políticos que honrar, la nueva y exitosa izquierda latinoamericana, avanza haciendo funcional a sus objetivos la institucionalidad establecida que, entre otras cosas, forma parte de la cultura política de las masas. Elecciones, mercado, economía privada y sector público, parlamentos, separación de poderes, estado de derecho y otras son hoy categorías de la revolución y el socialismo.
La mentalidad política catastrófica no forma parte ya de las opciones de la izquierda moderna que se abstiene de promover cismas sociales y critica el capitalismo sin dejar de utilizar sus instituciones. Afortunadamente los nuevos líderes griegos parecen caminar en la dirección correcta. En cualquier caso, tiempo al tiempo. Allá nos vemos.
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