¿Por qué está de moda el reguetón? ¿Por qué convoca el trap a multitudes que no consigue el jazz latino? ¿Por qué razones premian a Bad Bunny como el compositor del año y ha resultado el intérprete más reproducido en Spotify durante los últimos dos años?
Ante tales interrogantes, resulta “natural”, que busquemos respuestas solamente en los objetos y en los medios más triviales, en las “cualidades” intrínsecas del género musical o en el potencial persuasivo de sus famosos intérpretes; como en las lógicas y tecnologías de su distribución. Lo habitual es no asociar tal estado de cosas con la toma de decisiones y, en definitiva, con el poder ejercido por los mandamases de las imperialistas industrias culturales. Lo común es el sesgo y las valoraciones fetichistas.
Como público en general recorrimos el camino “naturalizado”, la representación hiperrealista o el simulacro bajo el cual se ocultan buena parte de las redes reales de esta dominación (poder más legitimidad) que equiparamos o confundimos con el “gusto musical”. Ese entramado que nos hace mantener una relación fetichista con la música de moda y con los “famosos”. Sujeciones subjetivas que nos hacen asignarle a estos objetos mediadores cualidades que nacen de relaciones sociales más complejas y que abstraemos. Un extrañamiento de la conciencia a partir del cual, nos subsumimos en ese objeto encantado, “endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas” ( dixi Marx).
Lo reproducimos una y otra vez al relacionar el poder con estos artefactos, en un nivel de la conciencia en que reina el encantamiento. Y con la conciencia enmarañada en esa magia del poder sublime del objeto-mercancía, de la merca-música y los “idolos” de la industria, asumimos una actitud más pasiva y sumisa. Nos esclavizamos gustosamente, el cepo adquiere el encanto de la gozadera. Somos víctimas y verdugos en un solo cuerpo de consumismos, a través del poder que nosotros mismos proyectamos en esos objetos; devenidos instrumentos de una sumisión que ni vemos, ni responsabilizamos.
Esa es la primera vista, la ingenua. Para un análisis emancipador, para desentrañar cuánto hay de manipulación y control a través de estos recursos, deberíamos rastrear esa “cadena” a través de la cual - como decía Foucault- circula y funciona el poder. Vale mucho, completar todo esta red de relaciones intersubjetivas, más allá de las que se establece entre las estrellas musicales y su público; ponerle rostro y nombre a los magnates que “cortan el pastel”, a los millonarios que utilizan la música maisntream y a sus famosos intérpretes como “recursos” para una determinada razón estratégica, bajo determinados intereses de clase.
Entonces, quedaría más claro la asimetría de estas relaciones vinculantes, y la monstruosa capacidad de estas élites para determinar con sus acciones el comportamiento consumista y acrítico de millones de jóvenes; para satisfacer sus fines personales e intereses corporativos.
Ellos, como sus antecesores, invierten en la música, como mercancía-fetiche- y determinan sus características como “recursos” de poder, las más idóneas para que sus posesiones, sus maquinarias de hacer hits y de producir sentidos, se encarnen en poderes objetivos y subjetivos. Su poder se informa en su mayor capacidad de determinar cambio en la distribución de probabilidades de los acontecimientos en el negocio de la música, de alterar los cambios que se suscitaron en la distribución y en el consumo de la música, sin que mermara su capacidad de ampliar o de restringir el campo de acción de sus prefabricados dioses y de sus millones de adoradores.
No es casual que ese entramado que comprende la industria de la música (los músicos, los productores y grabadores, los editores musicales, los que aseguran y venden los espectáculos en directo, los managers o representantes, los que retransmiten la música, los que gestionan las plataformas de vídeo en internet o de música en streaming, los periodistas especializados, los realizadores de videoclip, los fabricantes y comercializadores de tecnología, los promotores y especialistas en el mercadeo, entre otros muchos profesionales), sean los propietarios de las disqueras, de las empresas de conciertos en directo y de las plataformas de distribución los de mayores ganancias y poder. Ellos son los que dictan los más impactantes cambios de los cambios; los que controlan los rizomas más densos del poder.
Sobre todo, los propietarios de las transnacionales que agencian varias actividades (grabación, producción, management, booking…), las que son, a la vez, casa productora, editorial de música y agencia de management. Los máximos exponentes de esta fusión de servicios son las grandes discográficas Universal Music y Sony Music Entertainment, las más poderosas de la industria musical actual.
Con tal concentración de acciones de sujeción y de cambios, consiguen imponer a los artistas los contratos 360º; con los que “acuerdan” el control total de su carrera, que todo lo que rodee a su vida quede de la mano de ese imperio, y además, que las mayores tajadas de todo el dinero que generen sea para las cuentas de sus propietarios. Para la rapera Bahamadia: “Cuando firmas en la línea de puntos del contrato eres literalmente un negocio humano con patas”.
Tales oligarcas se han convertido en las figuras más importantes del negocio de la música, y como las más empresariales del entramado de esta industria, las que mejores encarnan la racionalidad neoliberal, con la que se promueve una “sociedad empresa”, como señaló Foucault, sometida a la dinámica competitiva. Son los que mueven esos hilos que suspenden la conducta empresarial de sus prefabricados “dioses”, como sujetos de mercado y capital. Y con tal poder impactan en la construcción simbólica de la sociedad. Son, por tanto, los máximos responsables de los desencuentros entre existencia y corporeidad, de los que se deriva la búsqueda inagotable de la perfección del cuerpo y del selfie, de un deseo compulsivo de lucir como los “famosos”; de ser monigotes sin sentirse “cosa”, en tanto - como advertía Marcuse- son “una cosa bonita, limpia, móvil”.
Los artistas muy poco pueden hacer frente a tanto potencia. Aunque Rihanna odie al product placement (“Lo odio. Pienso que los videos simplemente deberían contar una historia”.), no pude evitar que sus videoclips se conviertan “en una gran campaña publicitaria”. En 2014, Taylor Swift decidió boicotear a Spotify y retiró sus cinco discos de la plataforma, argumentando que su oferta gratuita estaba devaluando la música; tres años después tuvo que regresar a este servicio de streaming. Vale apuntar que Rihanna y Taylor Swift, junto a Beyonce, aparecen en la lista de las 100 mujeres más poderosas del mundo, según la revista Forbes.
Ver además: La dictadura de Spotify (o cuando la paja importa más que el trigo)
Solo la pareja de Jay-Z & Beyonce, han figurado entre los más poderosos de la industria de la música, que cada año publica la revista musical Billboard. Y aparecen allí como propietarios de Roc Nation, entre otros negocios en la industria.
En la cima de esta Power List, por más de una década, se ha mantenido Lucian Grainge, CEO y Chairman de la discográfica más poderosa del Mundo, la Universal Music Group. Le sigue en la más reciente actualización Rob Stringer CBE Chairman de Sony Music Group y completan la triada cimera el CEO de Warner Music Group Stephen Cooper y Max Lousada, CEO de la Warner Recorded Music. Dominan como se ve los ejecutivos de las “Tres grandes”.
Estados Unidos lidera como país el Índice Global de Influencia Musical. Allí, se radica el mayor número de oficinas centrales de sellos discográficos (24.506) y es el destino más visitado por artistas “reconocidos”, en el período estudiado (2015 -2019).
Son listas que informan de jerarquías y estructuras de poder que merecen más profundos análisis y relacionamientos.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.