La mano depilada del mercado convierte en mercancía todo lo que toca, hasta el viejo anhelo de ser felices. Intelectuales orgánicos del capitalismo neuroliberal, no solo definieron la felicidad en clave individualista, sino que han ideado y producido una parafernalia de modos y medios de asirla. Lucran y publicitan mercancías que la suministran o facilitan: discursos tranquilizadores y despolitizadores, consejerías, psicoterapias, terapias místicas, esoterismos, literaturas de autoayuda, objetos motivadores, aplicaciones felicistas (apps de coaching digital), “profesionales psi” “mediadores culturales”, “mercaderes de las necesidades”, etc. La ciencia y la industria de la felicidad. Instaurando así una “Happycracia” donde los de más autoridad, los que escriben el guión del espectáculo, son los más felices, los que más tienen.
Estas nuevas operatorias de dominación se analizan en el libro Happycracia, de la socióloga israelí Eva Illouz y del psicólogo español Edgar Cabanas Díaz. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas y cómo estas mercancías, de altos alcances rentísticos, devienen en instrumentos ideológicos enormemente eficaces para “justificar aspectos crueles de la economía de mercado, de excusar sus excesos y maquillar sus locuras”, al decir de Bárbara Ehrenreich. Un sistema de dominación que, en lugar de emplear el poder opresor, utiliza el poder seductor.
Cual afirman Cabanas e Illouz, a pesar de sus debilidades epistemológicas, sociológicas y morales, la gran mentira de la “psicología positiva” se ha hecho viral. Es falsa, pero se vende como ciencia, aderezando sus relatos con categorías y retóricas “académicas” y “científicas”. Pues, además, se mercadean desde universidades e instituciones de salud. Se invierte mucho dinero para vendernos el discurso de que “la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la felicidad y la infelicidad son, en realidad, opciones que uno toma” y, por tanto, “el sufrimiento y la satisfacción son, al fin y al cabo, opciones personales”, independientemente de las circunstancias socio/económicas, político/culturales e históricas; “no hay problemas sociales estructurales sino deficiencias psicológicas individuales”.
Explotan la obsesión por la felicidad que ellos mismos producen y reproducen. Engordan sus bolsillos en base al relato de la incompletitud del que busca la felicidad, del “happycondriaco”, la insaciabilidad de la felicidad, en tanto la definen como constante presencia de bienestar. Siempre hay algo más, probar nuevas técnicas, nuevos cursos…, consumir; la gente no solo necesita ser feliz cuando está mal; necesita ser incluso más feliz cuando todo va bien. También de que es muy fácil ser felices, pues la clave está en uno mismo, en nuestro interior. “Sé tú mismo”, “confía en ti”, “sé tu propio jefe (o tu gefe)”, “sé feliz”, “gestiona tu vida interior”, “mejora siempre algo”, “sonríe”, “sé positivo”, “autocontrólate”, “siempre puedes estar mejor” y un largo etcétera. Como argumentan los autores, “la felicidad se ha convertido ella misma en el producto fetiche de una industria mundial y multimillonaria que gira en torno a la oferta y la demanda de un amplio catálogo de mercancías emocionales”.
Para este interesado objetivo, las élites capitalistas cuentan con los “famosos”, celebrities, socialités, influencers; los más convincentes rostros de la felicidad. Quienes contribuyen a la banalización de la cultura y configuración de “psiudadanos” que hallan en los centros comerciales y en las marcas que estos publicitan las soluciones para una vida “plena” y “feliz”. No solo porque muchos de sua post en las redes sociales son corte y pega de estos libros de autoayuda, porque, además, venden cotidianamente, con sus propias historias de vida, el relato más rentable del neuroliberalismo: todos pueden ser ricos y felices, solo es cuestión de proponérselo. Lele Pons es uno de estos monigotes.
La influencer estadounidense es como un “todo en uno”, celebridad de Internet, modelo, comediante, presentadora y más recientemente cantante del catálogo de Universal. “Latina”, nacida en Venezuela, de origen italiano, y que brilló en el Norte; por tanto, otra joya del “sueño americano”. Un “patico feo” que devino en modelo. Su libro Sobreviviendo a la secundaria, es parte de la literatura de la industria de la felicidad, allí cuenta cómo sobrellevó el ser inmigrante en Estados Unidos, como fue víctima de bullying y logró superarlo con éxito. El texto sirvió de base para la telenovela Surviving High School.
Eleonora Gabriela Pons Maronese se dio a conocer en 2014, en la red social Vine. Antes de que la plataforma cerrara en 2016, se había convertido en el Viner con más bucles obtenidos y más seguidos de todos los tiempos. La convencieron a continuar haciendo sus divertidos videos y en el presente ha conseguido ser la persona cuyos IG Stories de Instagram acumulan el mayor número de visualizaciones del año, por encima de Kim Kardashian, Cristiano Ronaldo y Ariana Grande. Ahora es una de las “30 Personas Más Influyentes del Internet”, según la revista Time y para la revista Forbes la hispanohablante más influyente en redes sociales en todo el mundo. Tiene más de 14 millones de suscriptores en su canal de YouTube, más de 36.4 millones de seguidores en Instagram y más de 20 millones entre Facebook y Twitter. Suele colgar vídeos cómicos, donde muchas veces se ríe de ella misma. Por aquello de: mejor que entender es reírse de él.
Instagram, con un billón de usuarios activos, al centrarse en las imágenes y los vídeos, resulta ideal para entrenar el “cerebro emotivo”, el límbico y para la atrofia del neocórtex, el de la razón crítica. En esta red social se ha hecho hegemónica una estética postmoderna que influye en la percepción del usuario, la de selfi. Un marco en el que básicamente opera la sobreafirmación del yo, pero un yo que siempre debe parecer feliz. En tanto la felicidad se equipara a tener éxito, la persona que no se ve feliz es un fracasado. Por eso hay un patrón de éxito para nuestros selfies, validados por los “me gusta”. Y, claro, un rostro lozano, limpio y bien maquillado, procesado por Photoshop o los filtros disponibles en otras aplicaciones. No vale el pelo despeinado, el acné, o la ausencia de sonrisa; a no ser para un antes y un después, como los que suele hacer la Pons.
Porque en la Happycracia de hoy lucir felices es un negocio, al menos para los que se han “merecido” el título de influencers. A la socialité y empresaria Kylie Jenner, con 183 millones de seguidores, le pagan 986 000 dólares por una publicación en Instagram. Ariana Grande cobra 853 000 dólares por post, y Selena Gomez, 848 000 dólares. A Dwayne Johnson, también conocido como “La Roca”, un poco más de un millón de dólares por un post publicitario, según un estudio de Hopper HQ, empresa de análisis de marketing de redes sociales a nivel mundial. En The 2020 State of Influencer Equality, IZEA reporta que “los influencers de color reciben hasta un 51 % más de ganancias que los blancos. De 2015 a 2019, el costo de un post patrocinado por un influencer latino ha crecido un 854 %, hasta llegar a un promedio de $1 248 dólares”. En esta lista, Lele Pons ocupa el quinto puesto, después de Selena Gomez, Leo Messi, Neymar y Jennifer Lopez.
Es el marketing de influencia, una industria asociada con la de la felicidad, que mueve más de 1 000 millones de euros y en el que trabajan más de 20 millones de personas en todo el mundo. Un rostro convincentemente feliz, hace que el cliente compre, consuma y recomiende la mercancía aportadora de la felicidad.
A esta especie de aureola contagiosa apuesta también la industria de la música. La “nueva estrella del trap”, lanzó su primer sencillo en mayo de 2018, en dúo con en español Matt Hunter y titulado “Dicen”. El videoclip acumuló 10 millones de visitas a YouTube, en solo cuatro días, impulsado por las redes sociales. En agosto de ese año lanzó su segundo sencillo y video musical “Celoso” y en noviembre, “Teléfono”, en colaboración con la cantante Aitana que fue objeto de críticas. En febrero de 2019 estrenó su sencillo “Bloqueo” con el cantante Fuego para contar la historia de una relación amorosa moderna en las redes sociales; “Te bloqueo, te desbloqueo” es el coro del tema. En diciembre pasado, estrenó su canción “Vete Pa La”, el videoclip lo dirigió ella misma. Todas de letras banales y repetitivas, ritmos pegajosos y mucho autotune.
Pero para mantenerse relevante, muchas veces la ética se viola. Lele Pons, que vive en Estados Unidos desde que tenía 5 años, participó como venezolana en el oscuro concierto Venezuela Aid Live. En febrero de este año fue criticada en las redes por publicar un video calificado como “ofensivo y estereotípico”. “Me hice una prueba de ADN y resulta que soy 100 %...”, “¡Mexican!”, exclama antes de empezar a bailar al ritmo de Los Tucanes de Tijuana y disfrazada con sombrero y bigotes. A propósito, una usuaria de Twitter comentó: “Su 'comedia' es horrible e irrespetuosa. Hizo una enredadera en la que abofeteó a un policía en la cara y otra en la que puso caca de perro en la cara de su propia madre”. No pocas veces se le ve montada en esa tabla de surf que es la postverdad. Pocos le creyeron su cambio de figura durante la cuarentena que usó para promover los entrenamientos intensos y la dieta de @dianamaux!, otra proveedora de la felicidad. Hace tres años, publicó un tuit con el siguiente mensaje: “Donando mi cabello!!! Primera vez que corto mi cabello. ¿Qué les parece?”, aludiendo que lo donaría a una fundación de apoyo a personas con cáncer. Consiguió más de 200 000 “me gusta”, pero todo fue un engaño, lo que sujetaba su amiga eran unas extensiones. Su imagen tampoco es natural.
La Pons resulta paradigmática de ese estilo de vida, que al decir de Cabanas, produce un individuo que “no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece”. Sus cotizados encantos, su cara y su cuerpo son resultantes de su esfuerzo personal, de “la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”. Una exitosa atleta de las emociones, por su “vigorexia emocional”. Sobresaliente en eso de despojarse de las emociones negativas y de gestionar las positivas. Para darle más credibilidad a estos falsos relatos, la joven influencer ha lanzado una serie documental La vida secreta de Lele Pons, centrada en su “lucha contra el denominado Trastorno Obsesivo Compulsivo y contra el Síndrome de Tourette”.
Al autopromoverse como marca, también divulga la ideología que sustentan esos trabajadores intelectuales del capitalismo que al clasificar las emociones en positivas y negativas, al atacar emociones como la ira, contribuyen a desactivar el cambio social. Pues, como argumenta el investigador de la Universidad Camilo José Cela, la ira puede ser buena para luchar contra las injusticias. “Cuando dices que es tóxica, desactivas una emoción política muy importante. Cuando estamos indignados, nos ponemos las pilas”. “Si no hubiera rabia, seríamos seres conformistas. Y gracias a que hay podemos movilizarnos”. “Los sentimientos son políticos y tienen funciones políticas. A veces se intenta minimizar la rabia porque políticamente moviliza”.
Así, entre chiste y chiste, en sus coloridos y divertidos videoclips, Lele Pons promociona su figura, como rentista del cuerpo que es, mercancías y relatos por los que le pagan, incluido un Aston Martin de 325 000 dólares. Y, sobre todo, promueve una cosmovisión consumista y tolerante con el orden impuesto. Servicios por los que muy bien la retribuyen.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.