En los tiempos que corren, lo artístico y lo comercial son para la música como la cara y la cruz de la moneda, o como las caras A y B de un disco o casete. El problema está, según mi marco (framing) interpretativo, cuando los que dominan la industria musical hacen hegemónica su ventana de asignar valores, la del negocio. Cuando los que tiene el mango reducen todo el salten a eso que abrazan sus dedos y poco les importan los cultivadores del fuego y la poesía; cuando el envoltorio importa más que el producto y el deseo de consumir más que la necesidad que se satisface.
Entonces, se llega a invertir más en la promoción de una marca que en la cadena productiva. Y las marcas musicales se cotizan en la bolsa. E invertir en la adquisición de los derechos de las canciones de artistas “clásicos” o “exitosos” deviene en un gran negocio. Y los precios de las compañías de distribución de música suben, se cotizan más porque aumentan sus expectativas de ganancias. Por tanto, los motivos para digitalizar la música son los beneficios que un aumento de consumidores generaría; ni preservar el variado acervo musical producido en todo el globo, ni democratizar el acceso a este, sino el de poder monetizar la reproducción de las melcochas musicales de esos “famosos”, mercancías-fetiches, con mayor potencial para hacer crecer su comunidad de fans, de adoradores.
Entonces, dicta el marketing mientras presiona el cuello de la estética. La música se convierte en “mercancía inculta”, al decir de Santiago Auserón y su estructura de distribución no solo expresa, sino que a la vez reproduce otras desigualdades del sistema-mundo. Como que la voz del CEO de Spotify tiene más peso que la de todos los músicos juntos. Como se informó en agosto pasado, cuando el sueco Daniel Ek mandó a los músicos a ser más influencers que creadores, a compartir contenido todo el tiempo para crear engagement (compromiso con la marca). A producir paja, si es lo que engancha a los consumidores de música e incrementa el capital de la empresa.
Fue en una entrevista para Music Ally, cuando salió a relucir el abismo entre las ganancias de la compañía radicada en Estocolmo y la de los músicos. “(…) En toda la existencia (de Spotify), no creo haber visto a ningún artista diciendo `Estoy contento con todo el dinero que gano del streaming´. (…) En privado lo hacen muchas veces, pero en público no tienen incentivos para ello. (…) Hay una falacia narrativa aquí, combinado con el hecho de que, obviamente, algunos artistas que solían vivir bien en el pasado puede que no se les dé tan bien en un futuro, en el que no podrás grabar música una vez cada tres o cuatro años y pensar que eso va a ser suficiente”.
“No puedes grabar música una vez cada tres o cuatro años y pienses que será suficiente”, dijo Daniel Ek. “Los artistas de hoy se están dando cuenta de que se trata de crear un compromiso continuo con sus fanáticos. Se trata de poner el trabajo, sobre el storytelling alrededor del álbum y sobre mantener un diálogo continuo con tus fans. […] Creo que, la gente que no funciona bien en el streaming son fundamentalmente gente que quiere lanzar música como se solía hacer” –dijo intentando culpar a los músicos.
Como era de esperar, sus declaraciones generaron ronchas entre los músicos rebeldes. Personalidades como Mike Mills le respondieron que su perspectiva de ver a la música como un producto era incorrecta: “Música = producto, y debe ser producida regularmente, dice el multimillonario Daniel Ek. “Vete al diablo”, escribió en sus redes.
La cantante y músico inglesa Nadine Shah manifestó que estaba cansada de ser explotada por este tipo de compañías, por lo que pidió que se uniera la comunidad musical y demandar un cambio. “El millonario Daniel Ek nos cuenta cómo está aquí. Qué vamos a hacer? Estoy cansado de tener que darle un beso en el culo a estas compañías que me explotan a mí y a otros creadores de música. Necesitamos que toda la comunidad musical (incluidos los fans) se una y exija un cambio”.
Para la intérprete de origen ruso Zola Jesus la estrategia comercial de Ek no se alineó con una forma efectiva de producir buena música. “Está extremadamente claro que el multimillonario de Spotify, Daniel Ek, nunca ha hecho música o arte de ningún tipo”, escribió. “Se niega a entender que hay una diferencia entre los productos básicos y el arte. El potencial para el crecimiento de la cultura se verá afectado por ello”. Por el estilo le respondió el vocalista de Skid Row: “Cuando este hombre saque un álbum ahí lo escucharé decirme cosas sobre los míos”.
Por su parte, el cantautor y productor Jack Garrat aseguró que “muchas compañías dentro de la industria de la música cultivan la salud mental de los artistas y luego se ponen a la defensiva cuando intentamos repararnos o pedir un pago adecuado”. Y continuó: “Simplemente no se puede exigir tanto a los artistas, trabajarlos hasta el agotamiento y luego también decir que no están produciendo suficiente música para adaptarse a tu modelo de negocio. Me tomé todo el tiempo que necesitaba para hacer mi segundo álbum. Lo haré una y otra vez si es necesario”.
Se sumó a las críticas Massive Attack que, ironizando las declaraciones de Ek, visualizó un futuro sin artistas. “En los sueños de transmisión del futuro de Daniel, los algoritmos de su compañía no solo determinarán el ciclo de retroalimentación de la lista de reproducción de la plataforma, sino que también reemplazarán a los artistas. Y no tendrá que pagarle a nadie”. Robert del Naja y Mark Donne saben bien de lo que hablan, como evidenciaron en Eutopia, el "EP visual” que estrenaron un poco antes de las declaraciones de Ek. Como expresan en sus ensayos musicales, esta Plutocracia es capaz de todo por maximizar sus ganancias.
De alguna manera, la banda de Bristol, no estaban tan alejados de las estrategias del CEO. Las últimas apuestas Spotif con los podcasts, junto a otros a grandes influencers como los Obama, con su productora Higher Ground, y los duques de Sussex, con su Archewell Audio, apuntan en el sentido de prescindir de ciertos músicos y de esa variedad musical que preconizaban. Según sus pronósticos, con los podcasts de consumo apunta a 1.000 millones de usuarios para el 2022. La precarización de los músicos de menos convocatoria se torna muy real.
Sabiéndose poderoso, actúa el joven millonario. La tecnología streaming representa más de la mitad del mercado de la música con un crecimiento de casi el 23%, según la Federación Internacional de la Industria Fonográfica. Y entre todas las compañías distribuidoras de música por internet, Spotify es la más grande, con más de 130 millones de cliente y con presencia en más de 60 países. Salió a la bolsa el 3 de abril del 2018. Tras meses de especulación, se cotizó en los mercados a través de una Oferta Pública Inicial. En aquel momento, según explicó Ek, su plataforma tenía más del doble de suscriptores de pago que su rival más cercano, Apple.
Y con la crisis sanitaria continuó creciendo su corona. Junto a Netflix, se reportó con los valores más alcistas tras la Covid-19. Desde mayo del 2020, con el aumento del consumo streaming a consecuencia del confinamiento por la pandemia, las acciones de Spotify se dispararon un 97%; su valor superó los 55.000 millones de dólares. En el primer trimestre del pasado año, la compañía registró ingresos de mil 848 millones de euros, lo que es igual a 2 mil millones de dólares.
Con tal fuerza, la firma sueca no solo ha impuesto sus intereses corporativos en su relación con los músicos, sino también con las disqueras. Recientemente, selló un acuerdo con Universal, el mayor sello discográfico del mundo, para reducir los pagos que tenía que abonarle en concepto de derechos de autor. Para mal de la cultura en el planeta, no pocos se doblegarán ante sus dictados: O haces storytelling, o te vas con tu música a otra parte.
Laura
25/6/21 14:26
Muy esclarecedor este texto. se lo compartire a mi hijo.
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