Me había jurado no escribir nada sobre lo que siento, el torbellino de ideas que pasa por mi cabeza. Me siento mezquina y egoísta al pronunciar siquiera la palabra dolor ante la desesperación de madres y padres que no se reencontrarán con sus hijos, lo saben, y aun así siguen esperando.
Esta noche tampoco podré dormir. Pienso en la pesadumbre que llevaba en los ojos la gente que vi esa tarde mientras caminaba. De todos los barrios llegaron personas a La Playa, buscaron su sitio en el césped y, celular en mano, observaban, a lo lejos, la extensa cortina de humo que se extendió sobre algunos barrios contaminando el aire, ennegreciendo la belleza de una ciudad que en estos días no lo es tanto.
Nadie quería perder un detalle, comentaban, se reían un rato para intentar disipar la preocupación pero la arruga se denotaba en sus rostros. Cuando estás de frente a un desastre como el que se vivió en Matanzas durante 4 días desde el 5 de agosto no hay vuelta atrás, sabrás lo que es sentir un miedo que te carcome por dentro, que te estremece.
Cuatro veces Matanzas se vistió con tonos rojizos. Imágenes que nunca imaginamos sucedieron ante nuestros atónitos ojos, capturas de pantalla que hasta podrían verse hermosas si no fueran tan terribles.
LOS HECHOS
El viernes recibí la llamada de un amigo que me advirtió sobre la cortina de humo. Mi esposo y yo corrimos al otro lado del edificio, con las niñas cargadas y allí constatamos que algo grande sucedía. Comenzaron la incertidumbre, las suposiciones, las versiones del hecho. Nadie se podía explicar cómo ardía la zona de los súper tanqueros, una de las mayores reservas de combustible del país.
La del viernes fue una noche muy difícil. Lo presentí desde el inicio. Tenía la garganta anudada y la angustia me presionaba el pecho. Intenté dormir y no pude…hasta ahora.
Un temor que hasta ahora no conocía se apoderó de mí. Pensé en mis hijas. Fue lo único que pensé entonces. Eso bastó para que se me congelara el alma. Poco después comenzaron las informaciones. Un relámpago había impactado uno de los depósitos de crudo cubano causando un incendio que amenazaba con crecer. Nunca imaginamos las dimensiones que alcanzó el mayor desastre de este tipo acontecido en el país.
Esa noche ocurrió la primera explosión.
CRECE EL INCENDIO… MATANZAS SE ENCIENDE
Lo único que sentimos fue una detonación, ni grande ni pequeña. Perceptible y suficiente para que me temblara todo el cuerpo. Era de noche, pero el cielo se iluminó como si amaneciera. Siempre tendré el recuerdo de ese instante en mi memoria. Había colapsado el tanque 1. Ese fue el principio de todo lo que vino después.
Esa misma noche el viento, en dirección Este-Noroeste, llevó las llamas al segundo tanque. Se sintieron cuatro estallidos durante la madrugada del 6 de agosto. Los vecinos del Trece Plantas número 1 se turnaban en las ventanas frente a la bahía, coincidí con algunos en dos o tres ocasiones. Aquello era impresionante, parecía un volcán en erupción.
Después vinieron las sirenas, los carros de bomberos, las pipas de agua, helicópteros. Pensaba estar acostumbrada ya por fuerza de la costumbre al sonido de las ambulancias, pero el panorama de estos días me sobrecogió.
Supe de 67 lesionados, entre ellos dos colegas y un camarógrafo. Entonces comenzó la disyuntiva entre mi yo periodista, deseosa de tomar parte en el asunto, de ir adonde me mandaran, de estar en la primera línea donde mis compañeros se crecen todavía, y mi yo madre de dos pequeñas, que se siente incómoda desde la comodidad del hogar mientras otros se la juegan.
Pero lo que en realidad me desgarra por dentro son los jóvenes que cumpliendo su deber quedaron sepultados por las llamas, por el calor. Pienso en sus padres y no logro imaginar lo que sienten, nadie puede hacerlo; tendrían que perder a un hijo para intentar ponerse en su lugar.
El domingo había trascurrido bastante tranquilo luego del tremendo impacto de la madrugada anterior. Después de dejar todo encaminado en casa, salí para la emisora provincial, donde trabajo, a aportar mi modesto esfuerzo en pos de informar. Regresé a casa y continué redactando, editando materiales, grabando, enviando por correo, compartiendo información en las redes.
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Tenía la esperanza de que estábamos cerca del fin luego de la llegada de una ayuda solidaria procedente de México y Venezuela. Ya el tanque 1 estaba apagado y el combustible del 4 fue evacuado con anterioridad. No podía equivocarme más. Lo peor estaba por venir.
LA CIUDAD DE FUEGO
Tenía a mi hija más pequeña en brazos. Se había quedado dormida y junto a ella yo también dormitaba en el sillón. La voz alarmada de mi esposo me hizo dar un salto. Frente a nosotros una imagen dantesca surgió. Matanzas entera se había iluminado. Aquello parecía sacado del guion de una película de terror.
Amanecer en medio de la noche.
En un intento por evitar lo inevitable, los bomberos habían pasado el día enfriando los tanques aledaños al 2, ya muy dañado por las altas temperaturas. Vimos ennegrecerse el cielo. Se anunciaba un poderoso aguacero que podría, al menos, bajar la temperatura. Pero la naturaleza se encargó de negarnos la posibilidad de dormir tranquilos al fin. El cambio de la dirección del viento, ahora desde el Nordeste avivó las llamaradas que alcanzaron alturas considerables.
Sucedió una reacción en cadena. Colapsó el 2, el 3 se quedó sin tapa, ardiendo, y las llamas alcanzaron el 4. Tonos rojos y negros pintaron toda la ciudad luego de que el tanque 3 perdiera el domo. El fuego se extendió varios metros. Aquello parecía el Infierno en la Tierra.
Del otro lado de la bahía son muchos los que se enfrentan al peligro ante las llamas. (Jessica Mesa Duarte/Cubahora)
El penacho de humo se hizo más grueso y denso. Por momentos subía un poco, por momentos bajaba. Desde el principio evacuaron a las personas de los barrios más cercanos; las autoridades insistían en que no había peligro para ellos, pero la gente tenía miedo.
Versalles comenzó a quedarse vacío; se fueron con lo más importante, dejaban atrás sus casas, sus vidas, sus certezas y salían, algunos sin saber siquiera el rumbo que sus pies tomaron. Todo para evitar posibles consecuencias.
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Son las 3:03 de la mañana. A ciencia cierta nadie tiene certeza de lo que pueda pasar. El colapso del tercer tanque, con 24 mil metros cúbicos de crudo, pudiera suceder durante las últimas horas de esta noche o el inicio del martes, según me comenta un amigo periodista.
LAS ÚLTIMAS HORAS DE HORROR
Después de cada tormenta se anuncia la calma y la de los matanceros parecía acercarse poco a poco. Gracias a las fuerzas especializadas llegadas desde México y Venezuela y al coraje de quienes se enfrentaban a las llamas en la Zona Industrial lo que aún durante la madrugada del martes parecía un volcán en erupción se fue aplacando.
Un humo gris y blanco sustituyó el negro que durante más de 72 horas coloreó de angustia nuestros amaneceres. La esperanza volvió a relucir en las miradas de los matanceros. Las calles retornan a su rutina habitual. A pesar de las nubes que cubren el cielo la bahía comienza a mostrar su profundo azul de antes.
Desde la televisión anuncian que se ha controlado el fuego, faltan días para que se extinga completamente, pero para quien vivenció el horror de las llamas devorando la noche, la noticia llega para aplacar los miedos.
Este es el principio del fin de esta pesadilla.
COMO BRISA FRESCA EN MEDIO DE LAS LLAMAS
En medio de la adversidad que se vive en Matanzas he visto gente poseída por el odio clamando castigos divinos por ser quienes somos, por pensar como pensamos; me he topado con informaciones falsas que buscan desequilibrar creadas por personas sin escrúpulos ni humanismo, supe la anécdota de una enfermera que pidió ayuda a un agente del orden para llegar al hospital y este se negó por encontrarse en otras funciones.
Pero prefiero quedarme con la otra cara de esta tragedia, la gente buena que echó pie en tierra para hacer la situación un poco menos difícil. Siempre recordaré a Ariel, el padre de uno de los muchachos que se mantiene muy cerca de los hechos en la Zona Industrial quien, en medio de la preocupación por su hijo, surcó varias veces la ciudad de Matanzas para trasladar en su carro particular a quien lo necesitara y a Elmer que en una tarde dio 57 viajes desde el hospital Faustino Pérez hasta el centro de la ciudad con los familiares de los heridos.
No podremos olvidar a quienes pusieron a disposición de los afectados sus casas de renta y los alimentos que elaboran, completamente gratis; los donantes de sangre, entre ellos mi padre, mis colegas periodistas, los artistas que llenaron de esperanza los centros para evacuados, los técnicos e ingenieros que permanecieron siempre y a los médicos, los transportistas, los bomberos, los rescatistas, los pilotos de los helicópteros…
Matanzas fue una sola durante cuatro días de terror. Cuba abrazó a Matanzas durante las horas de terror. El fuego, las llamas, el calor, esa vista dantesca nunca se borrará del todo, pero la fuerza de mi gente tampoco, el coraje de los matanceros tampoco.
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Matanzas se sacude un poco los insomnios. La Ciudad Dormida que no durmió en cuatro noches comienza a recuperarse. Ahora viste luto por sus hijos muertos. Cada cubano siente esa pérdida como propia, todos lloraremos a nuestros héroes.
Las llamas ahora arden pero dentro de nuestros corazones.
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