Escribir la historia de Cuba es, en esencia, narrar la historia de su gente, su resiliencia, sus íntimos anhelos. Y aunque cada época es testigo de hombres y mujeres que han venido de otras tierras a colaborar en la construcción de la narrativa nacional, la Patria es el resultado de la continua acción de sus hijos.
Y de estos hijos sobresale la tendencia a familiarizarse con las penas de sus coterráneos. “El alma cubana”, como la describiera Martí, devendrá en conocimiento e interés por los que sufren.
Para enfatizarlo, escribió sobre Carolina Rodríguez, una anciana de 70 años que, a pesar de sus dificultades visuales, se dedicaba a despalillar tabaco para ayudar a la lucha independentista, recaudando dinero para los enfermos y para los fondos de la guerra. Carolina “sabe dónde están todos los cubanos que sufren, sale a trabajar para ellos, en la mañanita fría, arrebujada en su manta de lana”, anotaría José Martí.
En un artículo, publicado por el periódico El Mundo, con fecha 12 de octubre de 1963, se habla de una gran movilización en todos los centros laborales de la isla para ayudar a los damnificados por el huracán Flora y colaborar en las tareas de reconstrucción. Y este proceder resultó de vital importancia en los años 90 cuando, producto de la crisis económica que afectó la isla a causa del colapso de la Unión Soviética y de las medidas impuestas por el gobierno de los Estados Unidos, Cuba se enfrentó a una de las mayores crisis de su Historia.
Fueron comunes en la época las caldosas o sopones colectivos, donde cada uno de los comensales aportaba alguno de los ingredientes. Así, con lo poco que disponía cada cual, se hacía un producto capaz de alimentar a familias enteras. Una acción que, si bien nacía de la necesidad dominante, acentuaría en los cubanos su capacidad de resiliencia y sentimiento comunitario.
Vendajes de altruismo
El interés de los cubanos para con sus coterráneos se registró recientemente en los acontecimientos que los afectaron. Los huracanes Oscar, Milton y Rafael asediaron la isla por los flancos, mientras el sur del oriente era estremecido por un sismo de 6.7 grados en la escala de Richter. Desde todas las regiones se movilizaron brigadas para atender las necesidades de los afectados. Además, una recolección masiva de donativos se extendió a cada organización y comunidad. Lo poco que aportaba cada voluntario se traducía en abundancia para los que, desprovistos de sus pertenencias materiales, veían el apoyo de sus hermanos.
“Fue una experiencia única poder llevar arte y donaciones a las personas que lo habían perdido todo. Sentí mucho dolor al verlos con tantas afectaciones, pero a la vez gané una lección de humanidad cuando, al llegar a una casa a dejar donaciones, las personas querían compartir la poca comida que tenían con nosotros”, comenta Dennis Pupo Mayo, integrante de la Brigada holguinera “Manos que crean por Guantánamo”, que actuó en varios municipios guantanameros tras el paso del Huracán Oscar.
Leydi Álvarez también integró la brigada. Sobre el sentimiento que provocó en ella comenta: “Descompresión. Como si el pecho se abriera, liberando toda la energía. Las inquietudes personales, los problemas en casa… todo desaparece cuando se da a los demás lo mejor de nosotros. Aquí me siento liberada”. Su comentario regala una verdad que no debemos descuidar: los que trabajan para aliviar las penas de otros no están exentos de dificultades. No son liberados, como por un efecto milagroso, de las penas que asumen los demás miembros de la sociedad. Es el impulso del alma, la reconstrucción espiritual de los otros, lo que los lleva a trabajar en su beneficio.
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Pertenecientes a la unidad 1270, de la Región Militar Artemisa, un grupo de jóvenes de entre 18 y 19 años trabajaron con ahínco durante días para aliviar de escombros las rutas de acceso a los asentamientos poblacionales. El huracán Rafael había dejado sobre el terreno una huella difícil de borrar. “El trabajo es arduo y requiere esfuerzo físico constante (…) Los jóvenes inician su trabajo a las 6:30 a.m y continúan hasta el atardecer”, refirió a un medio de prensa local el teniente coronel Alexi Lambert López.
Brigadas de linieros eléctricos, equipos de telecomunicaciones, voluntarios de distintas ramas sociales y productivas se trasladaron desde múltiples zonas para vendar, con más deseo y altruismo que recursos materiales, el espíritu herido de la tierra que más héroes aportó a las acciones del 26 de julio de 1953. Artemisa atestiguaba para la historia el accionar de voluntarios por la causa fértil que siempre significará los otros, porque los otros, como suele afirmar Cristina Fernández, son la patria.
Isabel Licea tiene 62 años y vive en Pilón, municipio granmense afectado recientemente por la sacudida de innumerables movimientos telúricos. “Aún llevo el susto en el estómago, porque en la cuarta planta donde vivo se sintió espantoso”, afirmó. Empeñados en revertir el daño psicológico que tales afectaciones inesperadas dejan en el sentir ciudadano, un grupo de artistas se trasladó al lugar. Isabel comenta como lo que hicieron ayudó a poner una pausa al dolor y distraer un poco la mente. Y es que el arte tiene probados efectos en la recuperación emocional, especialmente en momentos de crisis. Los artistas, liderados por el poeta y ministro de cultura Alpidio Alonso Grau, contribuyeron a la recuperación de los afectados.
Páginas cuantiosas podrían escribirse sobre el accionar de los cubanos para revertir el sufrimiento de otros, sean hermanos de tierra, de continente o de planeta. Hombres donde van miles de hombres, capaces de representar la dignidad de un pueblo entero, conscientes del principio martiano de que solo existen dos bandos para catalogarlos: “los que aman y fundan, los que odian y deshacen”. Y esta tierra está cargada de gente que da su amor sin mayor interés que el de ser útil: gigantes que barren con su grandeza moral toda la tristeza del siglo.
César
6/12/24 1:54
Muy buena la revista
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