SEIS Y TREINTA DE LA MAÑANA…
Amanece muy temprano en la Ciudad de los Puentes. La gente comenzó a poblar la Plaza de la Vigía y los sitios aledaños al Cuartel de Bomberos Enrique Estrada de Matanzas con la salida de los primeros rayos del sol. Han venido de todos los rincones y permanecen tranquilos, callados. Las flores en sus manos advierten el motivo de su presencia.
El duelo individual que vivimos hace catorce días ya es colectivo. Todos tenemos el corazón a media asta, como la bandera que ondea en lo alto del edificio. Cuba toda abraza a Matanzas. Cuba entera llora la muerte de sus hijos.
Comienza a clarear el día. El astro rey esparce su calor desde las primeras horas. No podía ser de otro modo: un día luminoso para rendir tributo póstumo a seres iluminados.
NUEVE DE LA MAÑANA…
Lágrimas, velas encendidas, flores, mutismo acompañado. Poco a poco el centro histórico de la urbe yumurina se llena de pueblo. El silencio predomina en esta, la plaza fundacional de la ciudad; es un silencio respetuoso, de condolencia, solidaridad y apoyo.
En el interior del último de los inmuebles neoclásicos de Cuba reposan los restos de los valerosos jóvenes que ofrendaron sus vidas intentando sofocar a la bestia de fuego.
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Guardia de honor, ojos enrojecidos, tristezas desbordadas en los rostros, ofrendas florales a títulos del Primer Secretario del Comité Central del Partido, Miguel Díaz Canel, el General del Ejército Raúl castro Ruz, la Asamblea Nacional de poder Popular, los familiares y el pueblo custodian los féretros.
DIEZ DE LA MAÑANA…
El pueblo que hasta ahora se agrupaba en la calle Río inicia su andar organizado hasta el sitio donde ofrecen su último adiós a los caídos en el cumplimiento del deber.
Matanzas ha recuperado el color azul intenso de la bahía y el cielo. Los días retoman su ritmo habitual. La nube de humo negro desapareció hace bastantes jornadas, pero ya nada será igual que antes del 5 de agosto y la gente lo sabe.
Quedarán mucho tiempo en la memoria las imágenes perturbadoras del fuego devorando los tanques, los estallidos, el miedo de aquellos días, los amaneceres en plena madrugada, el pensamiento que cada matancero y cubano puso en quienes, al otro lado de la bahía luchaban cuerpo a cuerpo con el calor y las quemaduras.
Nunca se extinguirá en nuestros recuerdos la fortaleza de carácter, la responsabilidad ante el deber, el ejemplo de hombres y mujeres que demostraron su temple y el profundo dolor por los que dejaron la vida en tan honorable misión.
Hoy el pueblo matancero se reúne en este punto citadino. Con ellos viene toda Cuba para despedir con el honor que merecen a los que se desafiaron a las llamas, el mismo honor con el que enfrentaron los últimos momentos de sus vidas.
DOCE Y TREINTA DE LA TARDE…
Dolor. Esa es la palabra que marcará para siempre en la recordación de estos días de agosto. Han sido jornadas difíciles, de profundo sentimiento, pero también del abrazo a tiempo, de la mano en el hombro, de la palabra oportuna, del luto acompañado.
Hoy he entrevistado a gente que no ha podido seguir hablando y he tenido que amarrarme el rostro, respirar y continuar la entrevista. Hoy pude hablar con el hombre que por varias jornadas nos mantuvo al tanto de lo que ocurría en las labores de apaciguamiento de aquellas brasas descomunales que mantuvieron en alerta a todo un país y me sorprendió la humildad con la que llamó mis hijos a los fallecidos durante el siniestro.
Hoy he visto llorar a hombres y mujeres por igual, he visto a una madre desolada intentando explicar a su hija de ocho años el motivo de su angustia, he visto bomberos que aún con lesiones vienen a ponerse la mano en el pecho, he visto a los familiares y amigos, rotos por fuera y por dentro, agradeciendo la impresionante reacción de todo el pueblo.
Es cierto que nada les devolverá a sus familiares, que solo quien pierda un hijo comprenderá hasta qué punto desgarra su ausencia, que la vida desde ahora será más inútil para muchos de ellos. Pero también es verdad que Cuba no los ha abandonado en su dolor porque sus hijos también son los nuestros, porque sentimos cada pérdida como propia.
TRES DE LA TARDE…
Continúa el sofocante sol en este cielo de agosto, pero comienza una fina llovizna. Por la Plaza de la Vigía desfila, organizada y espontáneamente, el pueblo matancero en representación de toda Cuba. Combatientes, soldados, personalidades de la cultura, representantes de las instituciones, amas de casa…un pueblo vino a despedirse, a llorar a los caídos. Han pasado frente a los 14 féretros cubiertos por la bandera cubana cerca de 15 mil matanceros.
CINCO Y TREINTA DE LA TARDE…
No faltan a este encuentro difícil pero impostergable el presidente de la República de Cuba y el General de Ejército. Sus flores también adornan el memorial que se estableció durante el día en el Cuartel de Bomberos para las honras fúnebres. Al frente resurge la fotografía de cada uno de ellos.
Comienza la marcha fúnebre por la calle Milanés. La gente se sitúa a ambos lados de la calle. No fueron necesarias las convocatorias, a esta hora todos dejaron sus actividades diarias para, bajo la lluvia, rendir honores a estos hombres, herederos de una estirpe de grandes héroes que demostraron su entereza.
Aumenta la cantidad de pueblo apostado en las aceras de la calle Guachinango, la calzada del Naranjal hasta llegar al cementerio de San Carlos Borromeo. Allí, luego de una ceremonia solemne de carácter familiar en la que se le rindieron honores militares, descansarán en el panteón de los caídos por la defensa.
El recuerdo de estos hombres desde hoy perdurará con cada uno de nosotros. En Matanzas se gestionan detalles para edificar un monumento dedicado a los fallecidos, a los lesionados y a todos los que contribuyeron a la extinción del incendio. Aunque cada uno de ellos permanecerá en nuestra memoria individual y colectiva, creemos necesaria la existencia de un espacio físico que perpetúe su ejemplo y donde acudir siempre para expresar nuestro agradecimiento infinito por entregar sus valerosas vidas a cambio de las nuestras.
Son casi las 12 de la noche y mi pensamiento va hasta los familiares de quienes desde las pequeñas urnas nunca podrán perderse en la memoria. ¿Cómo amanecerán mañana? ¿Encontrarán consuelo algún día? ¿Cómo recordarán a esos hijos, esposos, padres, hermanos…?
Desde hoy podrán vivir su luto en la tranquilidad del hogar, sin la zozobra de las personas a su alrededor, de las malas noticias… Una lágrima asoma en mis ojos. Luego de catorce días conteniendo cualquier indicio visible de dolor me permito llorar por quienes también considero mis muertos.
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