Bastó que el primer ministro ruso anunciara la necesidad de su país de modernizar y ampliar sus arsenales ante la amenaza que representa el despliegue en Europa del sistema anticoheteril norteamericano, para que se iniciara el gran aguacero de distorsiones y epítetos.
“Vladímir Putin resucita la Guerra Fría”; “Rusia toca rebato”; “El Kremlin por las tensiones”, son apenas algunos de los titulares y frases aparecidos en la prensa de Occidente en los últimos días, de manera que sobre Moscú caigan las culpas ajenas y el disfraz de monstruo antihumano.
En efecto, frente a la santificada decisión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, de desplegar en sus predios los componentes del sistema de detección anticoheteril con el que la Casa Blanca intenta asegurarse un primer golpe nuclear sin repuesta posible del agredido, el también candidato a la presidencia rusa expresó su convencimiento de que semejante proyecto va dirigido contra su país, y aseguró que Rusia hará todo lo que esté a su alcance en materia militar para proteger su integridad y su seguridad.
De hecho, habló de importantes partidas financieras que serían destinadas a perfeccionar el armamento y las instancias bélicas nacionales, y precisó que Rusia incluso debe adelantar a los Estados Unidos en la modernización de su potencial nuclear como elemento disuasivo de primer orden.
Para los próximos años, aseguró Putin, los equipos modernos representarán un setenta por ciento como mínimo en el arsenal del ejército ruso.
“Las asignaturas prioritarias, enfatizó, serán las fuerzas estratégicas nucleares, tropas de defensa aeroespacial, aviación, equipos y sistemas espaciales, sistemas de reconocimiento, guerra electrónica, comunicaciones y control automatizado.”
Desde luego, se trata de una decisión intolerable para aquellos que, luego de la forzada desaparición de la Unión Soviética y del titulado campo socialista en Europa del Este, juraron a los cuatro vientos que no permitirían el surgimiento ni la reorganización de nuevas potencias mundiales. El planeta -proclamaron entonces- es solo nuestro.
Y si bien formalmente las tensiones entre Washington y Moscú parecieron diluirse, ya incluso desde los tiempos de Mijail Gorbachov y sus amables contactos con Occidente, lo cierto es que los círculos norteamericanos de poder nunca abandonaron sus ínfulas armamentistas.
Destruido el llamado “Eje del Mal”, el complejo militar industrial norteamericano no declinó para nada la creación y perfeccionamiento de armas de destrucción masiva, artilugios químicos y biológicos, medios robotizados de ataque y pertrechos de toda índole. No se proclamaba por pura conveniencia, pero la renovada “guerra fría” sustituyó los viejos y manidos patrones conocidos hasta entonces.
Porque descoyuntar a Rusia, la heredera del poderío atómico soviético, y a China, otro estado de primer orden mundial, se ubica entre los objetivos prioritarios de los círculos estadounidenses de poder en su actual marcha hacia el Este, destinada a que nada ni nadie obstaculice el capricho de erigirse como emperadores mundiales.
En todo caso, con el más absoluto derecho que asiste a un país soberano sobre el que, por añadidura, se enfilan las miras agresivas de poderosos oponentes, Rusia no estaría haciendo otra cosa hoy que recurrir a su legítima prerrogativa de defensa, y no, como han dicho sus autoridades, por el mero gusto de colmar los polvorines y tensar la cuerda mundial, sino para que los verdaderos hacedores de guerras frías y calientes sepan que sus oscuros empeños pueden acarrearles un severo costo.
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