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miércoles, 27 de noviembre de 2024

¿Se reinventa la derecha? (+Audio)

La derecha latinoamericana dirigida por EE.UU. emplea estrategias antiguas para destruir gobiernos progresistas, pero ahora trata de reinventarse...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 17/06/2023
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En el siglo XXI, el rostro más reconocido del sistema imperial mundial, Estados Unidos (EE.UU.) parece ser una maquinaria creadora de estrategias contra cualquier signo de progresismo que ponga en peligro sus intereses hegemónicos. (https://alternativalatinoamericana.blogspot.com)

En el siglo XXI, el rostro más reconocido del sistema imperial mundial, Estados Unidos (EE.UU.) parece ser una maquinaria creadora de estrategias contra cualquier signo de progresismo que ponga en peligro sus intereses hegemónicos. Pero solo parece, porque los tecnócratas norteños en realidad reutilizan con distintos matices métodos usados durante siglos por los conservadores aunque la matriz es la misma: aplastamiento de gobiernos y personalidades que representen un peligro para sus ansias de usurpación del poder político y recursos naturales para alimentar su expansionismo y, sobretodo, engrosar las arcas de los supermillonarios que mueven las fichas.

América Latina es un escenario de suma importancia para la Casa Blanca. No le ha temblado la mano a algún presidente norteamericano para usar los mecanismos de aniquilación física o política de líderes y sus ideas mediante métodos diversos que emplea según meritan las circunstancias.

En los últimos 20 años se distinguen dos ciclos de gobiernos progresistas, otros que se dicen serlo y no lo son tanto, y los neoliberales (a esos los norteños los apoyan hasta que salen de sus cargos, muchos con una hoja vacía de políticas públicas y señalados como corruptos).

Aunque las administraciones estadounidenses siguen distintas pautas de aniquilación, quienes propulsan la impopular doctrina Monroe, del año 1823, siguen pensando que son propietarios de la parte sur del continente.

Esa política, sintetizada en la frase “América para los americanos” fue elaborada aquel lejano año por John Q. Adams y atribuida al presidente James Monroe, la cual estaba dirigida contra Europa, entonces su enemiga por ser la mayor potencia colonialista en territorio latinoamericano. EE.UU. veía las posesiones del Viejo Continente como un acto de agresión, que requeriría su intervención militar.

Formulada de esa manera, se trataba fundamentalmente de una política de defensa de su seguridad, aunada a la concepción de que el subcontinente debía estar bajo la tutela de su creciente poder. De allí el concepto en sus relaciones de EE.UU. con sus vecinos del Sur: el “Destino Manifiesto” que, desde 1840, postula que los norteños están destinados por la Providencia para garantizar lo que ellos consideran la libertad en el continente.

En estas condiciones es claro que, en la práctica, el guion de América para los americanos era, en realidad, América para EE.UU. una expresión de la originaria vocación imperialista.

Han pasado cientos de años. América Latina fue liberada por sus próceres nacionales y sus pueblos. En algunas naciones, los norteamericanos arrebataron por la fuerza, como ocurrió en Cuba, la libertad ganada en tres guerras contra España, ignorando a los patriotas locales.

En ese contexto, Washington, catalogado como el mayor promotor de mentiras políticas a nivel global, se adjudicó también un papel heroico en las conflagraciones internacionales, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, ganada por el Ejército Rojo de Rusia y otros aliados europeos. Desenmascarado, decretó la llamada Guerra Fría contra el bloque socialista surgido tras la guerra. Su maquinaria bélica no podía detenerse.

Cuando la Unión Soviética cayó, EE.UU. se adjudicó el rol de amo de un mundo unipolar que, pensó, nadie podría cambiar.

Pero ocurrió. Rusia resurgió como la gran potencia euroasiática, y China creció de manera vertiginosa, al extremo de que es la segunda mayor economía a nivel planetario. Grave peligro para los señores del imperio.

Mientras, a finales del siglo XX –luego de numerosas intervenciones militares en Latinoamérica y el Caribe para proteger sus negocios e imponer dictadores y alcahuetes- y principios del XXI, un cambio radical se opera en el Sur debido al surgimiento en Venezuela del militar Hugo Chávez, un hombre de pueblo, que quería transformar su país mediante el socialismo.

Cuba, la isla pequeña del Caribe era el ejemplo a seguir. En 1959, bajo la dirección del joven revolucionario Fidel Castro triunfa la Revolución que estremeció los cimientos en Washington. Por primera vez en más de cien años un país vecino, de entonces apenas 6 000 000 de habitantes, se atrevía a desafiar la doctrina Monroe.

Al triunfo de Chávez en 1998 le siguen los de una pléyade de líderes de izquierda o progresistas en la región, como Rafael Correa, en Ecuador; Néstor Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay, Fernando Lugo, en Paraguay, entre otros. El Sur se transforma, se forman alianzas de colaboración, surgen nuevos sistemas y formas de emplear la política.

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Cuba y Venezuela resisten los embates del imperialismo. Naciones pacificas a las que Washington sanciona –uno de sus métodos actuales- de manera inhumana con bloqueos económicos, financieros, comerciales, navales. El propósito es crear la desesperación ciudadana, pero ahí están, resistiendo.

Si el expresidente Barack Obama (2009-2017) declaró el entierro de la Doctrina Monroe, su sucesor, el republicano Donald Trump (2017-2021) se encargó de exhumarla, en tanto el actual régimen de Joseph Biden no se esfuerza por despojarla del vestuario trumpista.

 

 

 

CAMBIOS ESTRATÉGICOS

EE.UU. encontró la horma de sus zapatos en esta oleada que quiso transformar un subcontinente a favor de las poblaciones vulnerables. Una década después del proceso transformador cambiaron algunas realidades. Ocurrió la pérdida física de algunos líderes, la destitución de otros por órdenes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que manipularon elecciones. A algunos los sacaron por la fuerza de sus cargos mediante los llamados golpes blandos, que no lo fueron tanto. A Correa trataron de sacarlo en una asonada policial en 2010; en 2018 Nicaragua fue escenario de un intento de golpe.

Como denominador común de esos turbios manejos políticos, la Casa Blanca hizo de la mentira su principal aliada. Su utilización como arma política resultó preámbulo de varios golpes de Estado, mientras el Comando Sur, como constante amenaza merodea en aguas de América Latina. Más de 40 bases militares móviles pueden ser operativas solo en minutos.

Hay varias coincidencias en las actuales tácticas imperiales. Cualquier líder que se acercara a los gobiernos de Cuba y Venezuela sería destituido. Los Congresos Nacionales usaron su poder para exterminar a líderes revolucionarios. El primero en caer mediante un golpe cívico-militar fue el mandatario hondureño Manuel Zelaya en 2009, un político moderado que pretendió acercarse a organizaciones de colaboración para mejorar la calidad de vida de su pueblo.

Luego de Zelaya el blanco fue el exobispo paraguayo Fernando Lugo, quien  quebró la hegemonía de más de seis décadas en el poder del conservador Partido Colorado. En 2012, en un burdo complot, el Congreso Nacional lo destituyó en menos de 72 horas. Tras los golpes blandos están los militares esperando para intervenir cuando se les ordene.

En 2016, la presidenta brasileña Dilma Rousseff, quien llegó al Palacio del Planalto como sustituta de Luiz Inacio Lula da Silva, fue destituida mediante una maquinación de la derecha con el Congreso Nacional que la acusó de cambiar los nombres de las partidas presupuestarias. Había que sacarla porque Brasil había cambiado sus maneras de hacer política, entonces inclusiva y solidaria y era la economía más pujante de la región. Durante sus dos mandatos previos Lula da Silva contribuyó de manera significativa, igual que otros líderes progresistas a crear alianzas económicas que convertían a Latinoamérica en socio importante de emergentes, como China y Rusia.

Durante la presidencia de Lula surgió el grupo BRICS, ahora en pleno renacimiento, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.

Nuevos proyectos dirigidos a minar la confianza de las poblaciones en los líderes revolucionarios fue puesto en marcha. Comenzó entonces el plan “falsa noticia” y persecución judicial, en la que entramparon al exmandatario del gigante suramericano, a la dos veces presidenta argentina Cristina Fernández, viuda de Kirchner, a Correa, y ahora, en las últimas semanas, al presidente de Colombia Gustavo Petro, a quien también tratan de desprestigiar. Petro denunció el golpe de Estado que se gestaba, movió a millones de personas y, de momento, las aguas han bajado de nivel.

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Las cortes constitucionales, magistrados y jueces forman parte del nuevo partido derechista de repercusión continental, junto a la prensa hegemónica que pertenece a los grandes empresarios conservadores.

En esas trampas judiciales y mediáticas fueron victimizados Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner, Rafael Correa, y, entre otros muchos, el exvicepresidente ecuatoriano Jorge Glass, a quien también le restituyeron sus derechos políticos hace pocos días. Correa sigue exilado en Bélgica, mientras Cristina, víctima de un intento de magnicidio, renunció a cualquier cargo público.

Existe una clara tendencia de las élites a utilizar sus medios de comunicación para lanzar cortinas de humo y mantener activo un muro informativo que enajena a la población, y la aleja en todo momento de la verdad.

Las redes sociales son sus grandes aliadas. Están orientadas a distribuir las mentiras más absurdas pero de manera creíble contra figuras políticas para desprestigiarlas y sacarlas de la política pública.

Ahora el blanco es el presidente Petro, quien hace ingentes esfuerzos por consolidar la paz total en su desangrado país.

A los ataques para boicotear las negociaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional, se une ahora una acusación sin sentido sobre su eventual conocimiento de un supuesto escándalo que afectó a dos de sus cercanos colaboradores: Laura Sarabia, exjefa de gabinete y el ahora exembajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, ambos retirados de sus cargos.

La intriga y las mentiras, en la que quisieron involucrar al mandatario por usar oficinas del Palacio de Nariño para interrogar sin su consentimiento a una empleada doméstica de Sarabia, y antes de Benedetti, por un supuesto robo, fue conocido en la revista Semana, que entrevistó a la mujer. Quedaron expuestas escuchas ilegales, abuso de poder y presunta manipulación.

Petro cortó por lo sano. Pero sus enemigos, en especial, la prensa derechista dimensionaron el caso, como lo han en otros países. La estrategia estadounidense es la misma: timar y desacreditar. La derecha regional trata de reinventarse, sin lograrlo, y atacan –ahora más a Petro- desde distintos flancos. Basta repasar cada situación política anterior y lo que ha ocurrido a otros líderes izquierdistas. Verán al mismo perro con su conocido collar.

 

 

 


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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