Quizás porque parecía un hombre común, sin poses, simpático y de lengua dura, amante de codearse con su gente y con una vocación patriótica a prueba de tentaciones, a once años de la muerte del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías sus ideas integracionistas, inclusivas, antimperialistas y de paz siguen en pie en América Latina, donde su pensamiento acompaña los nuevos tiempos de lucha contra lo que José Martí catalogó del monstruo del Norte.
Chávez, quien murió el 5 de marzo del 2013 víctima de una enfermedad letal, fue conocido en Venezuela cuando el 4 de febrero de 1992 dirigió la rebelión de un plan para derrocar la dictadura de Carlos Andrés Pérez cuando tenía 28 años. Militares leales a la Constitución Nacional –algunos con cargos en el proceso revolucionario- le acompañaron. Sus palabras, luego del fracaso del golpe de Estado fueron premonitorias: “Por ahora…” significaron un repliegue táctico cuando le preguntaron sobre el suceso que sacudió a la nación del Sur.
No llegó al gobierno por las armas sino por las urnas. Este mulato de hablar sencillo para que todos le entendieran, que prometió una vida mejor a la población humilde de su país, bailador y cantante, amante de las sabanas y de su siempre nombrada abuela indígena Rosa Inés, obtuvo un triunfo en las elecciones presidenciales de 1998. Desde entonces devolvió la dignidad y la soberanía a su país y a una América Latina que siguió sus pasos con la victoria consecutiva de varios gobiernos de corte progresista.
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El primero que le tendió la mano a Chávez y a la nueva Venezuela que él anhelaba construir fue el líder revolucionario cubano Fidel Castro, quien lo recibió en el aeropuerto José Martí de La Habana en 1994 y le rindió honores que nunca imaginó aquel joven nacido en Sabaneta. La visión de Fidel vislumbró en aquel teniente coronel venezolano, a quien nunca había visto personalmente, que se convertiría con el desempeño de los años en uno de los más importantes estadistas de la región y del mundo.
La amistad entre aquellos dos grandes políticos, uno de vasta experiencia y otro que creció a su lado, fructificó en lo que anhelaban para el futuro de la región: una América unida, tal como siglos antes desearon dos grandes próceres de las tierras sureñas, el venezolano Simón Bolivar, y el cubano Martí.
El pensamiento límpido de Chávez sobre el país-obstáculo al desarrollo de las naciones pobres de América Latina y El Caribe impulsó la creación de varias organizaciones regionales, en las que no participó la potencia norteña, que dieron autonomía y voz propia, por primera vez, a 33 naciones.
Mientras trabajaba de manera incansable para fomentar el bien de su pueblo, con el proyecto denominado Socialismo del Siglo XXI que remedaron la miseria y la carencia de derechos a la salud y la educación, a la alimentación, y al empleo. Sus gobiernos estaban enfocados, pues fue reelecto más de una vez, en brindar una zona de bienestar a lo interno y en la cooperación solidaria con los países más desposeídos.
Uno de los logros más importantes de Chávez, Fidel, y otros presidentes latinoamericanos como Néstor Kirchner, de Argentina, y Luiz Inacio Lula da Silva, de Brasil, -por citar dos ejemplos de líderes progresistas de aquellos años-. fue la derrota de la iniciativa estadounidense del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que trató de imponer en 1994 el presidente de turno William Clinton en Miami, y fue defenestrada en la XX Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, Argentina en 2010. Todavía se recuerda la voz feliz de Chávez, cuando, para que no quedaran dudas sobre el destino de la idea hegemonista del Norte gritó: “El ALCA, el ALCA, al carajo…”
El líder venezolano, apoyado por Fidel que compartió su idea, y de otros homólogos, fundaron dos organizaciones que cambiaron la mirada de otros continentes hacia la zona sur de América.
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Hace unos días, los presidentes y sus representantes de los gobiernos de esa área celebraron en San Vicente y las Granadinas la VIII Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y El Caribe (Celac), que surgió en 2011, en Caracas, la capital venezolana, como un organismo de concertación e integración regional cuya finalidad primera es frenar los intereses estadounidenses en esta importante parte del planeta.
La Celac –que celebró 10 años de la declaración de la región como zona de paz y sin la presencia de EE.UU.- mantiene su vigor y su interés en seguir representando –como plantea su fundación- los intereses de naciones de grandes recursos naturales siempre ambicionados por el Norte.
También surgió la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de los Pueblos (ALBA-TCP) que permitió el desarrollo de programas económicos y sociales, muchas veces iniciativa de Venezuela, como Petrocaribe, que entregó petróleo a los países caribeños a precios subvencionados y con facilidades de pago ante el alza del producto en el mercado mundial, impagable para frágiles economías.
Chávez dejó un cúmulo de anécdotas políticas –como cuando participó en la Asamblea General de la ONU en 2006 y habló después del entonces presidente George Bush-. Sacó un pañuelo, lo pasó por la pequeña tribuna y dijo para que todos lo oyeran: “Aquí estuvo el diablo. Todavía huele a azufre”, sin detenerse en los adjetivos a su enemigo político.
Había que verlo junto a su pueblo. Un día cualquiera, en una tribuna cualquiera, millares se acercaban para verlo, entregarle papelitos con peticiones y alertas, mientras los edecanes no se detenían un instante. Todos debían ser recogidos y entregados al mandatario. Chávez, a quien le encantaba cantar, improvisaba entonces en su escenario, una canción llanera. Y si le era posible, también bailaba.
Amante del café –solía tomar entre 30 y más tazas diarias, según dijo en una entrevista al cineasta estadounidense Oliver Stone- logró una empatía con su pueblo que se mantiene hasta hoy. Una multitud de gente muy humilde lo rescató de un golpe de Estado en el que la burguesía encabezada por el empresariado privado orientado desde Washington, lo secuestró y retuvo. Aquel disparate de sus enemigos solo duró horas. Los venezolanos salieron a las calles unidos a militares fieles a su Comandante.
En su contra se alzó la prensa hegemónica, los dirigentes colonizadores de otros continentes, los traidores internos. A 11 años de su muerte la población venezolana le sigue en lealtad, le mantiene vivo en sus ideas, sus enfrentamientos a los actuales enemigos, su deseo de permanecer unidos en la construcción de una sociedad sin tutores imperiales.
Sus enemigos no pudieron matarlo, a pesar de los intentos que pocos no fueron. Sin embargo, una enfermedad imprevista logró derrumbar físicamente a este digno venezolano, enamorado de sus hijos y de la vida.
Chávez nunca pensó en esa contrariedad y luchó, como solía hacerlo, hasta el último instante de su existencia.
Hombres de su ética hacen falta aún en esta América diversa y de contrastes políticos, culturales, sociales que sigue batallando, sin embargo, como una sola. Quizás, como una forma de mitigar su partida, dejó su legado en dirigentes que se formaron a su lado, como el actual mandatario Nicolás Maduro, a quien nombró en vida su sucesor en la dirección de Venezuela. Y otros que, en otras latitudes de la región, y con su sello muy personal, buscan los caminos para el mismo fin: la integración, la unidad y la paz. A Bolívar y a Martí, a Chávez y a Fidel, siempre habrá que volver cuando se hable de antimperialismo y soberanía.
Una nueva generación de presidentes latinoamericanos y caribeños van surgiendo y otros repiten, como Lula da Silva. Sitios que, no hace tantos años, ocuparon Chávez y otros dirigentes de esta privilegiada parte del planeta. Figuras como él dibujaron una nueva América, incluidas las islas pequeñas pero valientes del Caribe. Una América con la que, desde su ejemplo y la de sus históricos acompañantes, es mucho mejor.
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