La acción desmedida, inconsciente, depredadora y ambiciosa de ciertas sociedades a lo largo de la historia humana, ha colocado a la más avanzada de las especies vivas al borde mismo del cadalso.
Desde la década de los setenta de la pasada centuria ya los expertos advirtieron sobre la pérdida de la capacidad del planeta para regenerar lo dañado por los efectos de la polución, el desarrollo económico no sustentable, y el saqueo desmedido de los recursos naturales, entre otras causales que aún, a pesar de los negativos cambios ecológicos que ya experimenta el mundo, no han cesado de batir contra el medio ambiente.
En consecuencia, desde hace más de cuarenta años, la Tierra y nuestro entorno asumen una pérdida neta en materia de irremediable degradación, y con ella todos los seres que la habitamos.
Pero, si fuera pequeña la lista de agresiones que erosionan inmensos espacios de terreno, envenenan la ya insuficiente agua potable, destruyen la atmósfera y condenan a la desaparición a un elevado número de especies cada año, los conflictos armados, la mar de las veces originados en pérfidos afanes de conquista y dominación, aceleran con creces la depauperación ambiental.
No hay que retroceder mucho en la historia para entender el fenómeno. Con las batallas armadas de cualquier magnitud la naturaleza no ha dejado de sufrir, con más razón en la misma medida en que los conflictos han sido más abarcadores, extendidos en sus escenarios, y prolongados en el tiempo.
Ello, junto a la utilización creciente de armas más mortíferas, destructivas y contaminantes, capaces de dejar su nociva huella por largos años.
Ahí están, por ejemplo, las consecuencias de los bombardeos atómicos norteamericanos contra las ciudades japoneses de Hiroshima y Nagasaki en 1945, y la utilización en Vietnam, también por las tropas estadounidenses, entre las décadas sesenta y setenta del siglo XX, de agentes químicos que a la vez que devastaban bosques, fauna y sembrados, marcaban también un horroroso futuro para los humanos tocados por sus pavorosos efectos.
En consecuencia, las guerras, sobre todo las más modernas, han concluido no solo con cifras enormes de muertos y heridos y cuantiosas pérdidas materiales, sino además con la carga de millones de hectáreas de suelo perdidas, la devastación de la floresta y la fauna autóctonas, y la contaminación irreversible de fuentes de agua potable, ríos lagos y mares.
Así, y como un intento de repuesta global a esta debacle, desde 2001 la Organización de Naciones Unidas, ONU, instituyó el 6 de noviembre como Día Internacional para la prevención de la explotación del medio ambiente en la guerra y los conflictos armados, “considerando —rezan los fundamentos de la decisión— que los daños causados al medio ambiente en tiempos de conflicto armado seguían afectando los ecosistemas y los recursos naturales mucho después de terminado el conflicto, extendiéndose a menudo más allá de los límites de los territorios nacionales y de una generación”.
Según el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, es imprescindible “insistir en la importancia crítica de proteger el medio ambiente en tiempos de conflicto armado y de restablecer la buena gobernanza de los recursos naturales durante la reconstrucción posterior a los conflictos”.
En épocas recientes, por ejemplo, una nación tremendamente empobrecida como Sierra Leona, hoy pasto de la pandemia de ébola, perdió ochenta y seis por ciento de sus bosques durante la guerra que enfrentó a varias de sus etnias como nefasta herencia de la explotación colonial.
En tanto, a nivel global, en las últimas seis décadas cuarenta por ciento de las acciones bélicas han estado relacionadas con disputas por la posesión de recursos naturales, lo que hace del medio ambiente no solo una víctima de la metralla y la destrucción, sino además causa creciente de desbordes militares a la usanza de las actuales acciones hegemonistas e imperialistas en Asia Central y Oriente Medio, centradas estas últimas en el despojo y control de las cuantiosas riquezas energéticas del área, sin contar aquellas que resultan destruidas y volatilizadas en el fragor de los combates, como ha sucedido con importantes campos petrolíferos en Iraq y Libia.
De manera que prevenir la intangibilidad del entorno frente a las apetencias castrenses de los poderosos, tanto en materia de posesión legítima como de preservación material, son de los temas que este seis de noviembre volverán al centro del concierto universal como otro de los grandes desafíos de nuestro tiempo.
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