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sábado, 23 de noviembre de 2024

Artificios para el desastre

Washington impulsa el uso de los drones o aviones no tripulados en sus crecientes aventuras bélicas...

Cubahora en Exclusivo 09/07/2012
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Un MQ-9 Reaper, un UAV con capacidad de ataque con misiles.

Hay una poderosa y riesgosa tendencia en los círculos norteamericanos de poder para encaminar las guerras de agresión hacia conflictos de un elevado despliegue técnico en materia de artefactos de combate.

Y son varias las razones que calzan este plan, entre ellas, “probar” al resto del orbe el poderío y el “especializado” avance en materia militar del país aspirante a potencia hegemónica, junto al hecho de amedrentar y atemorizar a los posibles contrincantes.

A ello se suman además el poder librar conflictos menos costosos en bajas propias, y el convertir las masacres y la destrucción en entes lejanos a la opinión pública, como quien asiste a un moderno y artificioso filme bélico.

Lo decía hace muy poco en el diario New York Times el periodista afro norteamericano Mumia Abu Jamal, preso y condenado a muerte desde 1982 por el presunto asesinato de un agente represivo, al evaluar la inclinación del actual gobierno demócrata hacia la guerra robotizada.

Obama se ha convertido, precisaba Abu Jamal, en un guerrero oculto, quien lanza ataques con aviones no tripulados (drones depredadores) contra personas ¡sospechosas! de ser enemigos del Estado a un ritmo que hubiera mareado a su belicoso predecesor George W. Bush.”

Así, los vuelos de estos “matarifes de alta tecnología” se han cobrado ya cuantiosas víctimas en Somalia, Yemen, Afganistán, Pakistán y la desmembrada Yugoslavia, entre otros escenarios foráneos, sin contar sus misiones de patrullaje de la amplia frontera con México para contribuir a la cacería de inmigrantes ilegales.

Y es que, según el criterio del ya citado periodista y activista político, “a Bush le encantaba hacer la guerra y se jactó de ser un presidente de guerra”. Sin embargo, Obama no habla mucho del tema. Nunca se vanagloria del belicismo, pero lo practica “con una intensidad que sólo se puede calificarse como escalofriante.”

Y en ese contexto, los drones siguen ganando espacio internacional donde cometer sus tropelías.
Así, hace apenas unos días, un despacho de prensa reveló la intención del Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos de activar una flotilla de aviones no tripulados sobre el mar Caribe y el Golfo de México, con el alegado propósito de “vigilar a narcotraficantes.”

Las naves radicarían en una base ubicada en Cocoa Beach, en el estado de la Florida, la segunda de su tipo en territorio norteamericano. La primera es la de Corpus Christi, en Texas.

Los drones destinados al Caribe sobrevolarían “países como Bahamas, República Dominicana, el estado asociado de Puerto Rico y otras islas antillanas”, según las propias fuentes militares gringas.

Paralelamente, se otorgó oficialmente a los laboratorios Sandia National, la principal agencia gubernamental para investigaciones y desarrollo atómico, y al consorcio armamentístico Northrop Grumman, el diseño y construcción de nuevos aviones sin tripulación, esta vez movidos por motores nucleares, de manera de garantizar largas misiones de espionaje y ataque sin necesidad de reabastecimiento.

No obstante, el “perfeccionismo técnico” del que alardean ciertos círculos imperiales al hacer referencia a tales robots volantes, no logra ocultar las verdades sangrientas que el uso de esos artefactos acarrea en las zonas donde operan.

Se cuentan ya por decenas de miles los civiles asesinados por los drones a partir de sus errores de cálculo y desvaríos en la identificación de blancos, debido a errores en el funcionamiento de sus partes y componentes, al hecho de ser susceptibles a ataques informáticos contra sus programas de vuelo y su accionamiento, y a las influencias que sobre su control pueden tener fenómenos físicos como la actividad solar o los cambios atmosféricos.

De manera que hablamos de aparatos causantes, infinidad de veces, de los titulados “daños colaterales” reportados en más de un reciente conflicto incitado por Washington y sus aliados.
Un riesgo cierto que ahora, por añadidura, deberemos soportar también sobre nuestros cielos los más cercanos vecinos geográficos del gran represor global.


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