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sábado, 23 de noviembre de 2024

Teatro, siempre cubano

Las obras de teatro son piezas elocuentes del sentido de lo nacional…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 27/03/2024
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El Día Mundial del Teatro es una jornada conmemorativa que se celebra anualmente el 27 de marzo desde 1961 (Foto tomada de Prensa Latina)

El teatro cubano es uno de los bastiones de lo que hoy aún puede considerarse como lo mejor de la cultura cubana. No solo porque mantiene toda la calidad de los grandes maestros, sino por su compromiso con los procesos más serios y responsables de la construcción de la identidad.

Hay teatro y realidad en las ideas que vertebran la nación, precisamente porque el ser humano busca un sentido otro en la catarsis y de esa forma saca afuera toda la energía contenida. Existe una voluntad de transformación expresada en las tablas y ello define que en Cuba se haga un teatro lleno de sustancia y del heroísmo cotidiano.

Conozco realizadores y directores que se levantan con la sola esperanza de que sus obras construyan algo dentro del sentido de lo colectivo y no solo con la mira puesta en el éxito efímero. Y es que los escenarios poseen toda la savia y la vitalidad de los grandes espectáculos que marcaron la historia de la humanidad.Desde Grecia hubo en el teatro cambio social y catarsis.

Cuba posee en estos momentos una situación en la cual necesita de su cultura y de los hacedores de sueños. En la ciudad de Camagüey por ejemplo conozco a los miembros del Grupo de Teatro El Viento que en medio de apagones y de la mayor resistencia realmente creativa están haciendo una obra importante.

Todo ello, en ocasiones, sin el acompañamiento de la crítica que merecen. Y es que hay que visualizar las historias y las experiencias que en el orden de lo creacional se están dando en el país y que no pueden detenerse, aunque no haya pan o café. Puede parecer un disparate, pero el hambre de la mente es tan trascendente como la del cuerpo y ambas complementan una especie de nimbo mágico en el cual vivimos los seres humanos.

El teatro, como esa maravilla efímera que no solo expresa, sino que transforma, posee las honduras necesarias y de hecho cumple en Cuba con una función social. Recientemente pude constatar ello cuando acudí a una función de la obra “Fátima o el parque de la Fraternidad” en el Centro Cultural El Mejunje de Santa Clara. Allí, toda una comunidad de personas con diversos intereses supo digerir una pieza que abogaba por una belleza aún en los peores escenarios de crisis.

Ese mensaje de entendimiento desde el arte, ese humanismo, valen mucho y no debemos estar dispuestos a perderlos ni mucho menos pasarlos por alto en medio de las tantas carencias.

El Grupo de Teatro el Viento por ejemplo ha creado un repertorio en el cual están presentes los dolores y las dichas de este país, sin que al director le tiemble la mano. No existe allí miedo alguno a reflejar una realidad donde hay fallas y quiebres que pudieran parecer insalvables.

En varias de sus obras se alude a los asuntos más espinosos que no se pueden poner simplemente alejados de los focos donde brilla la luz pública. Y es que el teatro será siempre una especie de teatro dentro del teatro que de forma shakesperiana hace de la ficción una realidad dura y hermosa.

La poesía crea y genera cambios en tanto trabaja con la percepción de los que la consumen y no hay mayor belleza que la de los textos en acción. Por ello hay que evaluar el teatro cubano dentro del canon más exigente y en la excelencia más irradiante a pesar de que muchas veces acontece casi en harapos.

En cuanto a las cuestiones más materiales, hay que decir que las tablas en Cuba surgen y se desarrollan sin apoyo y de forma marginal, que ha habido teatristas que vivieron en la más absoluta miseria como fue el caso de Virgilio Piñera. Pero que encima de esas ineficiencias y ausencias de los sistemas culturales se ha hecho una obra exigente. Las instituciones del Estado, luego de 1959, asumieron en parte la política cultural del mecenazgo, no sin errores.

Hay que anotar además que no todo se soluciona con darles recursos a los grupos, sino que existe una dimensión espiritual que acontece en los planos de lo creacional y a la cual hay que atender como país. El teatro no solo dialoga con los estamentos de poder, sino que el poder es su principal tema.

De ahí que haya una larga estela de tensiones entre los realizadores y las instancias. Choques y quiebres que se han resuelto más o menos en la medida en que se ha sido realista con la aldea letrada y se le ha dado participación al creador en los procesos de formación del sentido y por ende de toma de decisiones en torno a lo cultural.

Los días en los cuales se conmemoran aniversarios relacionados con el teatro ya sea en el orden nacional o internacional tienen que servir para darnos cuenta de que los trabajadores de esta rama de las artes no están dispuestos a un silencio que no va con las iniciales de poder de dichas obras. O se asume que las piezas dramáticas nacieron a raíz de los grandes debates o el teatro seguirá siendo ese díscolo insalvable que refleja la realidad de un país.

Ya en los festivales a nivel nacional se puede apreciar un estado del arte que no solo es elocuente en cuanto a la calidad, sino las ideas que los dramaturgos enarbolan. El teatro tiene que ser de hecho rebelde en su naturaleza, posee la esencia y la energía de los dioses y de esa forma nutre el mundo de los humanos y les presta una entidad que va más allá de la simple belleza codificada en las tablas.

Entonces no se trata solo de darle el sitio que posee, sino de que retornemos a la esencia nacional que nace y se desarrolla con el teatro y que hace de Cuba una nación que sin dudas posee toda una tradición y un devenir artístico. La sabiduría emanada de las tablas contamina todo el proceso político de nuestro país y hace de las representaciones nacionales una especie de correlato de lo que significa el drama mayor de un pueblo.

Tanto así que uno de los proyectos culturales más ambiciosos y con niveles de éxito de los últimos años es el, Mejunje de Santa Clara que posee su núcleo precisamente en el poder del teatro como posibilidad de lo diferente y de la otredad.

Hacia ese drama interno que debemos externalizar va el teatro de este país, con la fuerza de la crisis, pero sin detenerse en las lágrimas cotidianas. En ese impulso no solo nos salvamos todos los que amamos este arte, sino que se construye para siempre ese sentimiento de lo cubano.

Las salidas que busca el ser humano sufriente están dadas por esas sutilezas de las artes y hacia allí se dirige nuestra cultura.

 


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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