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martes, 19 de noviembre de 2024

Parrandas y monstruos

La figura del parrandero-empresario, hacedora de muchas cosas, termina imponiendo su deseo personal e imprimiéndole una mácula a las Parrandas de Remedios que la alejan de su sabor a vox populi, a gente…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 24/06/2018
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Preparativos Parrandas Remedios
Remedios es una ciudad pequeña con un festejo dos veces centenario y una historia de 500 años.

Sobre un fenómeno nacido en las entrañas de Cuba hacia 1820 hay mucho que decir, más aún cuando se trata de las Parrandas de San Juan de los Remedios, Patrimonio Cultural de la Nación, fiestas populares que han rozado el arte culto alguna vez.

Existe un desasimiento en este fenómeno que no lo deja ser con libertad, un no-sé-qué incómodo que obstaculiza a quienes lo aman de veras. Como cosa hecha por el pueblo, depende de grupos portadores que no son capaces ya, a estas alturas, de sufragar el precio de los festejos y delegan en el capital privado.

En realidad se trata del eterno conflicto entre trabajo y dinero: por un sitio está la creatividad humana y por otro su vertiente mercantil. Para nadie es un secreto que financiar enormes estructuras de madera, tela y luces eléctricas deviene oficio imposible para el antiguo diseño de los grupos portadores, entonces aparece el parrandero-empresario, cuyos papeles y legalidades no estarán nunca claros. Esta figura, hacedora de muchas cosas, termina imponiendo su deseo personal e imprimiéndole una mácula a las parrandas que la alejan de su sabor a vox populi, a gente.

Desde fines de los años 80 del siglo pasado y con mucho auge en el presente, estos festejos están en manos de personas que sin escrúpulos modelan a su antojo las parrandas. “¿Y esa carroza no tiene una bola con luces?”, se le oye decir a alguno durante los concursos de proyectos, como si las formas tuvieran una obligatoriedad, o la imaginación, un límite, un canon de inviolable naturaleza.

Estos nuevos ricos, casi nunca con cultura, forman parte del entresijo de uno de los capítulos más gloriosos de lo pueblerino, determinan quiénes sí y quiénes no, crean madejas, tropas, intereses.

¿Cómo se pagaban antiguamente las parrandas? Un grupo de cada barrio salía con una conga por las calles de la ciudad y una caja para el dinero. A quien entregaba algo se le daba un bono. Ello reforzaba el sentido de pertenencia; la participación en un bando o en otro era más enconada; a muchos les iba la vida. Cuando aquello, el techo de la carroza podía provenir de una pared de la casa de un simpatizante, a quien solo le importaba el triunfo y lucimiento de su grupo portador.

La llegada del empresario, cantada con glorias por no pocos incautos, le imprimió un sello elitista y de mal gusto a lo que ya era genuino, lo paralizó. Los trabajos de plaza, por ejemplo, que eran en tres dimensiones, se tornaron unidimensionales pues así se gastan menos recursos; igual sucede con las carrozas. El kitsch se adueña de plazas otrora imponentes, crecen los facilismos, lo que antes duraba todo un año de pasión se vuelve un mes de agonía y aburrimiento.

A la altura de noviembre ya es habitual que no se haya trabajado en nada para las parrandas del 24 de diciembre y que en instancias institucionales muchas veces se mire la cuestión como una meta, una zafra más, una cifra, algo para “salir del paso”. 

Remedios es una ciudad pequeña fundada un 24 de junio, quizás demasiado internada en el corazón de Cuba, con un festejo dos veces centenario y una historia de 500 años, pero esa joya aún aguarda la justicia que merece. No se le hace suficiente honor  a la dama que tanto diera a la cultura, que reposa como una señora al final de sus días, en medio del fragor de un turismo que bebe del arte, del pasado, de lo patrimonial.

Cada parranda que nos falla es una baja en la región como destino de los extranjeros, como sucedió en el 2017 tras los sucesos del accidente con fuegos artificiales

Hacer la fiesta es caro, pero no debe costarnos un ojo de la cara. Por otro lado, pudiera reportar mucho en efectivo, dinero corriente que iría a liquidar deudas, a engrosar nuestro peculio. Las parrandas se autopagarían, de no existir el enriquecimiento ilícito que vemos en su seno, así como ciertas trabas en la institucionalidad.

Toca al Ministerio de Cultura, al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, pero también a los remedianos, salvar los festejos, velar porque sus sostenes no caigan del todo, retrotraer los mejores tiempos y no imitar los peores ejemplos con empoderamientos inmerecidos.

En estas fiestas se hizo arte culto alguna vez. Ahora hasta los suvenires se imprimen con errores ortográficos o se dicen barbaridades históricas por los audios, durante la salida de las carrozas temáticas. Lo que un día fuese nuestra universidad del pueblo, ahora se transforma en un show barato para sus empresarios y caro para todos los demás, quienes, por concepto de contribuyentes, pagan por no ver una verdadera parranda.

El escamoteo y la farsa no deberán empañar el futuro, quiero creer que no, al menos quedamos quienes sin miedo señalamos los monstruos.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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