La cultura popular tradicional es a una nación lo que es el corazón para el cuerpo, laten allí las esencias más vivas de ese sujeto identitario y se hace el magma primario que le da entidad a las diversas manifestaciones de las artes y de la creación. Pero, desde hace un tiempo a esta parte, hemos visto cómo se lastran los procesos de conformación de las actividades vinculadas a lo popular, también se evidencia que el país sufre el embate de culturas globales que lo colocan en una posición de subalternidad.
Ello incide en el nacimiento de tendencias que no representan una visión soberana y que se arraigan en el subconsciente. A la vez, las políticas públicas del Estado cubano no son efectivas para enamorar y sembrar la vigencia de un trabajo creador en el seno de la identidad y de los procesos propios de la nacionalidad.
Los jóvenes, que históricamente han impulsado el cambio y la propiciación de dinámicas, cada vez menos se imbrican en las cuestiones de índole popular. Persisten fenómenos extranjerizantes que ganan espacio y que desplazan lo que somos. Se ve en cuestiones simples como por ejemplo el creciente gusto por el fútbol y la dejadez que padece el béisbol. Un mal que, si bien no es absoluto, hace que disminuyan las tasas de participación de los más jóvenes en la captación y el trabajo con ese talento deportivo.
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Y es que ello conforma un entramado que va más allá de un gusto personal y que tiene su núcleo en las identidades y las expectativas de nación. En la medida en que ese joven percibe lo de afuera como los próspero y lo de adentro como lo contrario, no va a querer parecerse a su propio modelo. Ello trae consigo que con el tiempo la erosión sea mayor y que el país no logre ni ser una potencia futbolística ni sostenga su posición tradicional que lo coloca como una nación beisbolera.
Las políticas públicas existen para transformar la realidad, sin embargo, desde hace tiempo no se observa que en materia de cultura popular haya un cambio que lleve a buen puerto la protección de tradiciones, actividades, sucesos, trasmisiones orales.
El sostén de eventos y de coloquios no son la manera en la cual debería realizarse este trabajo, sino a partir de un levantamiento de campo. ¿Cuánto de lo que hace treinta años era popular lo sigue siendo en el seno de la vida del pueblo?, ¿qué tendencias ocuparon el lugar de lo que era identitario? No basta con declararlo como un enunciado, hay que llevar a hecho las políticas y verlas realizadas con acciones concretas.
Hoy la juventud prefiere por mucho el reparto o géneros foráneos que bailar con alguna orquesta nacional, pero es que el número de ofertas para que se den procesos de recreo y de disfrute no solo ha bajado, sino que no posee la calidad de antaño.
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En los pueblos del interior, desaparecen las parrandas por falta de presupuesto o se pierden los oficios debido a que no existe un trabajo que los proteja, los cultive y los coloque bajo un tutelaje consciente. Todo ello redunda en que la forma de vida de los cubanos caiga o en un vacío identitario o en la identificación con lo que viene de los márgenes del país y del mundo y que se vuelve un paradigma emergente. Esos son los fenómenos de violencia simbólica que pueden ir hacia la real, tal y como hemos observado en los últimos meses con algunos sucesos.
Y es que el presupuesto no debería ser la justificación para que no exista un trabajo formativo con los jóvenes, ya que luego ese dinero que en apariencia se ahorra con la educación y la cultura; tendrá que reponerse en los inmensos gastos que una sociedad sin los controles espirituales de la identidad y de las tradiciones significa.
Un país donde su población no está instruida, tiene que invertir en mecanismos de tipo penal, en seguridad en las calles, en lucha contra la violencia y en disminuir los riesgos de manera general. Es por ello que se está a favor de un trabajo de prevención que siembre la sensibilidad, el arraigo, la identificación y la conciencia. Todo ello nos permite no tener que lamentar luego hechos que son más que terribles y que son muy comunes en las naciones del área geográfica.
Cuba tuvo en el pasado reciente una política cultural robusta, que respondía a un proteccionismo y a una educación de los gustos. En ocasiones resultaba intrusiva y no se respetaban las dinámicas autónomas, pero de ahí no se puede pasar a la inacción y el dejar hacer porque ello nos haría mucho daño y nos llevaría a un punto de no retorno en la formación de las nuevas generaciones. Así que no se trata solo de fiestas populares, de tradiciones o de leyendas; el trabajo con lo identitario va más allá y se inscribe en los mismos deseos de un país que aspira a salir de la crisis y a ser mejor.
Sin cultura no hay nación posible, pero mucho menos sin lo popular como ese ingrediente que nos sostiene y que nos marca como un pueblo con una conformación y con un amor único hacia su esencia viva.
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