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miércoles, 20 de noviembre de 2024

La vida real de Borges

El hombre real sí existió, tenía un compromiso casi carnal con la literatura, iba a cafés, donde pedía invariablemente, con modestia, que leyeran a otros autores...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 30/04/2018
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Libro Fervor de Buenos Aires-Jorge Luis Borges
Libro "Fervor de Buenos Aires" de Jorge Luis Borges. (Foto: Tomada de Mercado Libre Argentina).

“He cometido el pecado mayor, no ser nunca feliz”, el hombre que dijo esta frase ya no era el jovenzuelo del primerísimo Fervor de Buenos Aires, aquel libro que presagiaba al hombre grande. Criado en medio de un hogar donde se hablaba a la vez castellano, inglés y alemán, el hombre del que hablamos, Jorge Luis Borges, aprendió bien el idioma de Goethe durante su adolescencia, para en sus propias palabras leer directamente a Arthur Schopenhauer, el maestro del pesimismo.

¿Borges, tuvo una vida real?, si leemos algunas de sus declaraciones, ciertas lecciones de vida se desprenden, “…dónde está aquella la que pudo y no pudo ser”, se decía, quizás luego de darse aquel golpe en la cabeza que lo fue dejando ciego, fenómeno al que él hizo su “amiga”, a la vez que desaparecía de su casa todo libro, incluyendo los suyos. La llegada, quizás tardía, de su compañera María Kodama y el monopolio que ella estableció sobre un campo que no era suyo, sino de todos, fue el último capítulo del hermético Borges. Y es que alguien que dice “…creo que a diferencia de Don Alonso Quijano, nunca salí de la vieja biblioteca de mi padre…”, ya está de plano renunciando a la vida esta cotidiana, la de los compadritos, la que tanto odiaba el aristócrata Borges.

El hombre real sí existió, tenía un compromiso casi carnal con la literatura, iba a cafés, donde pedía invariablemente, con modestia, que leyeran a otros autores que él consideraba más importantes (siempre eludía los reconocimientos): Dickens, Dostoievski, Baudelaire, Poe, Stevenson, etc., y no a él. Un amigo lo llamó escritor embustero, puesto que sus cuentos (no hay una novela en la obra de Borges) eran construcciones sobre unas memorias nunca escritas, quizás inventadas como pudo serlo la vida que el autor quiso vivir.

¿Qué le importaba? Él era un bibliotecario que a medida que escribió hizo vida intelectual junto a dos grandes de las letras argentinas: Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo, bajo el auspicio de esta última fundarían la revista Sur, que aún no ha sido contestada en cuanto a calidad, de la cual participara nuestro dramaturgo, cuentista, poeta, ensayista y novelista Virgilio Piñera. En especial, Borges leía las obras del cubano y las hallaba interesantes, a la vez que le ordenaba la traducción al castellano de Ferdydurke novela colosal del polaco Witold Gombrowicz.

Sur y Orígenes, al unísono se comportaron como cajas de resonancia de dos grandes potencias literarias del continente que reivindicaban su tradición universal y publicaron textos, haciendo de la una y la otra una mixtura, a través del vínculo piñeriano, capítulo que quizás no se haya estudiado bien en la literatura latinoamericana. Borges tenía, como Lezama, vocación fundacional, en ambos había una aristocracia del espíritu que aborrecía los bocinazos de la vida, esos de los que Julio Cortázar se quejaba porque no le dejaban oír a Schoemberg. Se trataba de la llegada del peronismo a la Argentina, con el cual sufrió mucho el autor del cuento “El Sur”, donde un hombre se marcha a su estancia, que simboliza un encuentro con la barbarie que de pronto se le ha hecho más civilizada que la propia ciudad, recordemos que con Perón al poder, los cabecitas negras del campo llenaron la capital con sus bocinazos al presidente de “¡qué bueno sos!”.

Descendiente de esa casta conquistadora, la que fundó la Argentina, en otra obra, el “Poema conjetural”, Borges coloca a su sujeto lírico en medio de una batalla, muriendo, cuando debió vivir de libros y bibliotecas, pero le hace sentir que es allí, contra la barbarie y en medio de ella donde debe estar su esencia. Nuestro autor sí tuvo entonces una vida real, lo que quizás más que la de muchos, rodeado de chicas que asistían a sus clases de literatura inglesa en los años setenta, jamás se aprovechó de su postura de profesor, aun cuando lo fueran a ver y a citar a él y no a Beda el Venerable.

La abundancia material quizás no le llegó muy pronto, ni el reconocimiento, y cuando los tuvo, ya era Borges un hombre tan atípico que no entendía bien lo que estaba pasando o se casaba demasiado con su postura de hombre que muere en medio de la barbarie, porque siendo civilizado, halla, en la situación, su esencia. El mismo autor que recibió una petición de las Madres de la Plaza, porque lo consideraban un hombre decente, luego le daría la mano a Pinochet y agradecería a Videla por salvar a la Argentina del peronismo o, lo que en su mente era aún peor por autoritario, el comunismo.

Aquellos episodios, donde la mano bendita del autor de “El otro Borges” se ensució con la inmundicia de dos sanguinarios, le valió el escamoteo del Nobel de Literatura. No podía dársele ya y la América perdió la oportunidad de que uno de sus hijos recibiera el justo reconocimiento a una obra defensora de la identidad total. Porque Borges, a pesar de no escribir novelas, de amarrarse a la tradición quizás anglosajona del short story, era un cosmólogo, un inventor de mundo, un mago gigantesco, que nos dejó filosofías propias, clasificaciones, barrabasadas y bromas solo descifradas a medias.

Cada vez que alguien me dice que no entiende a Borges, le digo que no hay nada que entender, sino que ver, porque los cuentos y ensayos del argentino están escritos con la meticulosidad de una pampa o el arreglo de una biblioteca, su estructura es tan simple como la metáfora y tan fuerte como un puñetazo. Él partía de un inicio y un final consabidos, y luego construía el medio, lo cual le daba a las historias una solidez de argumento pocas veces vista. Con un mundo como este a cuestas, no cabe dudas de que Borges, el que fue y el que no fue, ambos vivieron.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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