“Me estás salvando el pellejo”, recuerdo que me decía un director del Sectorial Municipal de Cultura en Remedios, durante el 500 aniversario de fundación de la ciudad. Sucedió que, careciendo de una emisora o periódico, nadie se enteraba de las actividades si yo, por entonces periodista de la CMHS Radio Caibarién, no lo emitía. Años más tarde supe que la promoción seguía igual o peor, a pesar de existir una política comunicativa en torno a la cultura nacional, una clara estrategia de medios.
El vínculo entre el arte y la divulgación siempre dependió de agentes que, sin ser artistas, sabían de qué hablaban y en qué momento hacerlo. Para figuras como Salvador Dalí, por ejemplo, estaba bien claro el papel que desempañaban los medios en la construcción de su identidad, ya que la cultura no se hizo para que funcionara de florero, ni para esconderla en una cueva sin que sea consumida.
Son, precisamente, la retroalimentación, el carácter activo de los públicos en la construcción de sentido, los que convierten a un objeto en arte. Sin la amplia mirada no existen el cuadro, la representación, el libro. No se trata entonces de “salvarle el pellejo” a un responsable de una institución, sino de contribuir con un proceso esencial en la vida artística: la promoción.
Podrá haber una plantilla donde figure un promotor, pero el puesto va más allá del repartidor de papeletas o el vocero en la radio, ya que se debe hacer un poquito de crítica, de participación, a la vez que se divulga. No se concibe un miembro de la cultura que ignore el intríngulis de aquello que valida su existencia. La realidad, sin embargo, resulta bastante cruda: muchas veces los públicos ni saben qué van a ver.
Existe la percepción, dentro y fuera del sector, de que el trabajo en la cultura es fácil, suave, sin estrés, que los artistas son una suerte de vagos con talento que tuvieron la fortuna de ganarse la vida así…Cuando en verdad no suele haber una actividad más exigente, desgastadora y, muchas veces, mal retribuida.
En Cuba el acceso a la cultura es masivo y casi gratuito, pero cuesta. Nos resulta caro a quienes nos desvivimos en cualquier horario detrás de una exclusiva o que debemos entregar con premura una crítica a una obra, sin que nos falte ni una tilde en las referencias a los valores o no del objeto artístico. Promover va más allá de la plantilla en un sectorial municipal, es, también, una de las bellas artes.
Los ligamentos entre el promotor cultural y el periodista me han permitido tomarle el pulso a ambas profesiones, sé entonces que a veces se piensa en la obra como un fin en sí mismo, sin tomarse las implicaciones, el público, los consumos. Si hace tiempo las instituciones se desvivían detrás de los medios de prensa, hoy no ocurre así porque, al ser entidades subvencionadas, de todas formas la actividad se va a dar, haya o no público y cualquiera que sea la calidad de ese consumidor.
En las ciudades pequeñas del interior se suele mirar al promotor como un sujeto inerte en una plantilla laboral, que alguna vez convoca a los medios de prensa pero que no sale de su estatismo mientras la vida cultural fluye. Hay que ver el fenómeno de las artes como un acto de comunicación, donde la recepción no termina en la obra misma, lejos de esto último el promotor debe informarse y formarse en las tendencias más actuales de la crítica y transformarse en esa mirada con filo revelador.
Para suplir carencias formativas individuales están los Centros Provinciales de Superación, que ofertan cursos en las diversas materias. Las Casas de Cultura, como centros docentes, asumirían la doble tarea de divulgar el arte y fomentar su estudio tanto en el especialista como en el amatéur. El movimiento a nivel de país está descrito de forma minuciosa, falta el factor objetivo de echar a andar esa maquinaria dormida en más de un paraje cubano.
Si se lograra, en materia de promoción, crítica y consumo cultural, solo lo que está estipulado en los planes de la cultura cubana, habría bastante éxito y mucha menos banalidad. Sucede que muchas veces no se alcanza ni siquiera lo mínimo y las parrillas de programación de los municipios ofrecen, si acaso, actividades que no responden al concepto de verdadero consumo artístico.
En la medida en que la promoción deja de existir, también desaparece del horizonte cultural el arte mismo, incluyendo al artista. Un mundo cada vez más mediático le impone al creador aquello de que ser es ser percibido. En más de una ocasión alguna figura nuestra fue "descubierta" en otros países, para luego pasar a los escenarios cubanos.
Para la cultura cubana no hay momentos de menor importancia, sino que cada instante es de trascendencia: con esa mirada seria, comprometida con el arte honesto, debieran estar la promoción y la crítica. Es preferible que no se salve el pellejo de alguien a que se pierda la piel del artista.
Promover es ver, tocar, oír el arte, más allá de la nota de prensa o el informe burocrático, de la plantilla y el plan de trabajo, es sensibilidad.
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